Difícil de admitir

19. "Fresas apetecibles"

—Gané de todas formas —Murmura con un destello en sus ojos, para luego acariciar mi mejilla dulcemente—. Dejas que mis palabras las lleve el viento.

Sin más él me rodeo la cintura con posesividad. Aquella sonrisa que se marcaba en su rostro no se diluía, era tan boba al igual que la mía, podía apodarnos como la pareja perfecta de bobos. Todo volvió a tornarse en un trance ajeno a la realidad, ese en que crece en un hormigueo en el estómago.

—Es hora de irnos —Susurré entre esos besos exquisitos. Fue tan tedioso tener la paciencia para mantener la distancia—. Tenemos que irnos antes de que aparezca un oso para matarnos.

—¿Te gusto? —Preguntó ya lo obvio.

Solté una carcajada imprevista y sus ojos azules brillaron con los rayos del sol.

—Creo que esto lo explica todo —Articulé sonriendo.

Se acercó paciente, pero como si fuera una tortura su voz varonil que estremeció todo mi cuerpo.

—Me gustas y mucho —Me susurra al oído—. Mucho.

—Claro que sí.

Me cogió de la mano para volver a levantarme y volvimos a las caballerizas, riendo de cada tontera que nos ocurriera. Su compañía me agradó en ese momento y tal vez por ello, me enamoré ciegamente de su presencia. Él recogió las cosas y regresamos a su departamento con la cabeza a las nubes. Al llegar, mi estómago me imploraba por comida. Busqué algo entre la nevera y ahí justamente se encontraba mi mayor tentación, las fresas que se iluminaban como un resplandor divino. Contuve las ganas resignada, no sacaría algo que no es mío sin pedir permiso. No me enseñaron de esa manera. Bufé triste, si quería probar esas fresas. Evité la tentación y con hambre, cerré la puerta de la nevera dándome la vuelta. Él estaba ahí presenciando todo con esa arrogante sonrisa plasmada en su rostro perfecto. Al parecer le causa bastante gracia que yo me muera de hambre.

—Cariño, jamás te pregunté qué te gusta —Su inquisitiva mirada se desvía a la nevera—. Supongo que hay algo ahí que si amas aparte de mí.

—C-claro que no, yo solo miraba —Digo a la defensiva.

Se acerca como un depredador, lenta y minuciosamente. Retrocedí solo para mantener a salvo y tragué saliva apenas invadió mi espacio personal.

—Hay unas ricas fresas que compré para ti —Murmura a centímetros de mí mientras posa una mano a la altura de mi cuello sobre el refrigerador.

—¡Ah! Sí, que bueno por t-ti... —Comienzo a tartamudear con una gran ansiedad de tenerlo cerca—. Perdón, es bueno por mí digo, ¿s-son ricas?

—Sí, son muy ricas, hermosas y apetecibles —Confesó al pasar un brazo por alrededor de mi cintura y con su mano desocupada escuché el refrigerador abrirse—. A mí también me encantan las fresas, pero ahora deseo es el olor de ellas en ti.

Sus zafiros azulados se tornaron más oscuros que lo normal. Mis pulmones imploraban por escases de aire. Mi respiración era más jadeante y vertiginosa. Sentirlo frente a mí con palabras susurrantes, me dejaba al punto del desmayo.

Sin despegar la mirada del uno hacia el otro, mis sentidos dejaron de responder. Nunca me sentí tan viva de querer experimentar aventuras tan inusuales. Sin despegar los ojos de él, sentí como sus labios acotaban la distancia y luego descendió su mirada a mi cuello. Sin pudor se acercó hasta mi piel descubierta para descolocarme en un gemido desesperado que surgió de mi boca.

—No me gustan las fresas, pero contigo me atrevería a probarlas de nuevo.

Su simple roce de su aliento chocar contra mi piel, hizo un acertijo en el mío. El timbre resonó a la distancia y en ese momento supimos que nuestra burbuja se había roto. Con la respiración acelerada estuvimos viéndonos y la adrenalina se apoderó de mí.

—Nos salvó la campana, aunque no por mucho —Murmuró con seguridad,

Por pocos segundos me sentí sin aire, lo escuchaba tan seguro de sí, pero, por otro lado, estaba descolocada por el camino desconocido que estoy caminando con él. Confieso que no sé a dónde me llevará todo esto. Se alejó de mí, sin antes plantar un casto beso sobre mis labios y salió por la cocina. Desvié la mirada y esas queridas fresas estaban brillando frente a mis ojos. Mis pensamientos estaban entre si las devoro y no. Opté por el sí, ya me debe varios favores. Corrí para sentarme sobre el banco, abrí la caja transparente y un olor perfecto inundó mis fosas nasales. Saqué una de ellas y las llevé a mi boca, olían tan bien.

—¡¿Qué haces acá?! —Escuché su voz alterada.

Fruncí el ceño desentendida, todo el tiempo que llevo con él nunca lo oí gritar de esa manera. Ahora estoy en este lugar van dos y es gracias a esa mujer. Me asomé por la puerta de la cocina y ahí justamente la encontré con su traje elegante.

—Vengo a decirte que la mujer que está contigo no te dará la felicidad que yo, Jaiden. No tiene cualidad igual que yo, tiene un mediocre trabajo, es tu jodida secretaria... Ya se todo, la investigué —Confiesa dejándome con pelos de punta. Mi irá se sintió latir con fuerza

«¿Quién se cree esa para investigar cosas de mi?» Quise gritar.

—¡Nadie te da el derecho de investigarla! —Contraatacó con enojo, aunque solo me percaté de cuanto me defendía—. Vete de mi casa ahora o si no...

Alzó su mano y de pronto comenzó a palidecer. Le faltaba el aire que colocó una mano en el pecho y se desplomó a la vista de mis ojos. Mi corazón de detuvo en un palpitar y reaccioné de una manera desesperada. Como si aquel momento que vivimos hace unas horas fuera opacada por simple naturaleza.

—¡Jaiden! —Me acerqué a socorrerlo. Tomé su cabeza y la coloqué sobre mi regazo. Fue inevitable derramar lágrimas, su situación me desconcertó—. Jaiden.

No reaccionaba. Hecha furia levanté la vista y ahí estaba esa mujer con los brazos cruzados mirando nuestra escena. Su mirada era perpleja y sus ojos se desmoronaban.

—¡¿Qué haces viéndolo?! ¡Llama a emergencia! —Grité desenfrenada.



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En el texto hay: juvenil, romance, amor

Editado: 28.10.2021

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