Desde aquel día, mi relación con ellos cambio considerablemente y mí humor comenzó a empeorar, sólo trataba de estar bien para mi pequeña Jazmín. Ella me necesitaba más que nadie y sentado en mi cama me di cuenta que no era la única, Lis también me necesitaba y yo a ella.
Me pasé un buen tiempo acostado después de mi baño, recordado esa etapa de mi vida y cómo me sentí en ese momento. Tal vez no muchos me puedan comprender pero es como si no pudieras hacer lo que más te gusta, como si te prohibieran estudiar la carrera que deseas y aunque tengas la posibilidad de realizar otra, siempre sabrás que algo te falta.
Esa era mi vida y he tratado de vivirla como he podido pero ahora que Lisi estaba presente, las cosas me parecían muy diferentes. Sentía que ya no iba a poder seguir adelante con la obligación que me habían impuesto.
—Kyle —escuché la voz de mi hermanita del otro lado por lo que enseguida me levanté y fui a su encuentro.
Al abrí la puerta ella se hallaba en pijamas y con el osito que le había regalado dos años atrás. A pesar de tener apenas diez añitos, de los dos, era la que más fuerza tenía y al mirarla noté que se parecía un poco a Lis, las dos poseían un corazón de ángel.
Durante un tiempo, estuvimos abrazados hasta que ella se quedó dormida en mi cama. Eran las nueve de la noche, la tomé en mis brazos y sin hacer ruido la llevé a su cuarto y la acosté.
Al sentir el aroma de la cena bajé las escaleras y fui directo al comedor, allí se encontraban ellos y por lo que podía notar, estaban hablando de algo muy importante. Al percatarse de mi presencia, enseguida, guardaron silencio.
—Nos iremos mañana —anunció mi padre cuando me había sentado, provocando que lo mirara con los ojos muy abiertos.
—Pensé que nos iríamos dentro de dos semanas —traté de sonar lo más calmado posible, durante estos años había notado que era mejor que no le llevará la contraria.
—Tenemos asuntos que atender. —solamente dijo eso, en mi mente se reproducía una y otra vez la imagen de mi pequeña niña.
En ese momento tenía veinte años, mis padres habían decidido que cuando cumpliera veintiuno, lo cual sólo faltaban diez meses, se realizaría el casamiento por lo que sabía perfectamente que el viaje era para continuar con los preparativos.
Durante la cena nadie volvió a decir absolutamente nada, yo lo único que hacia era tratar de idear una forma de volver a verla hasta que se me ocurrió. No debía perder tiempo, cuando todos se retiraron a dormir y no escuché una sola alma en la casa, me levanté agarré mi chaqueta y salí por la ventana de mi cuarto.
Tal vez crean que con esa edad debería afrontar a mis padres pero, a pesar de que lo deseaba con todas mis fuerzas, la imagen de mi hermanita aparecía para hacerme recordar que estaba ella antes que yo y no pensaba defraudarla.
Al salir, el aire frío de la noche golpeó mis mejillas logrando hacerme temblar o tal vez era por el hecho de abandonarla.
No sabia lo que le iba a decir, apenas nos conocíamos pero necesitaba verla antes de partir. Este iba a ser el invierno más duro para mí, lo que no sabía era que este iba a ser solo el soplo de una brisa comparado con el que me iba a dejar totalmente helado.
Me tomó más de media hora llegar hasta la cabaña, la nieve había comenzado a caer unos minutos después de salir de casa y por el momento agradecía que cayeran de a poco. Cuando estuve frente a la puerta, noté que a pesar de ser pasadas las doce aún permanecía una luz prendida en el interior. Sin saber lo que hacía, mi mano golpeó la puerta y antes de que abriera comencé a alejarme hasta que la escuché.
—Hola —no podía reaccionar —Hace mucho frío, deberías entrar.
Muy despacio me di la vuelta para mirarla, como siempre, se veía muy bonita. Llevaba puesto un pantalón de toalla color rosa y una remera negra.
—Lo siento —me disculpé —, no quería molestarte tan tarde.
—Esta bien, sólo estaba leyendo un poco. Ven —dijo dejándome paso para que entrara —creo que te gustara verlo.
Sin dudar ni un poco más me adentré en la cabaña y al momento ví como una pequeña bola de pelos salia a maullar.
—Hola, Mich —me agaché y esperé a que se me acercara lo cual no le tomo mucho tiempo —veo que no te has olvidado de mi —comenzó a acariciarme y a ronronear.
—Creo que no lo a hecho —la escuché decir —, por favor, pasa al estudio. ¿Te gustaría un café?
—Me encantaría —noté que estaba más relajada de lo normal.
A la vez que llevaba a Mich en mis brazos, me fue mostrando su pequeño hogar hasta llegar a lo que era el estudio.
Era un sitio muy humilde y acogedor, todo era de madera de roble por lo que podía notar, con algunas fotografías de lo que supuse eran sus días al lado de su padre. Una de ella me llamó la atención, Lisi se encontraba dormida en el sillón del estudio mientras que un hombre delgado con el cabello pelirrojo y unos ojos verdes se ubicaba a su lado con un libro en sus manos.
Editado: 05.04.2019