El sol se ocultaba lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. En el tranquilo pueblo de San Miguel, la vida transcurría con normalidad, con sus habitantes yendo y viniendo por las calles adoquinadas, saludándose con gestos amables y sonrisas.
En una pequeña casa al final de la calle principal, vivía Ana, una mujer de mediana edad que se dedicaba a la costura. Su vida era tranquila y sencilla, pero estaba marcada por una profunda tristeza que la acompañaba desde hacía años.
Aquella tarde, mientras cosía un vestido azul para una cliente, Ana escuchó un suave gemido que parecía provenir de algún lugar cercano. Al principio pensó que era su imaginación jugándole una mala pasada, pero el sonido se hizo más insistente y desgarrador, como si alguien estuviera sufriendo mucho.
Intrigada, Ana dejó su labor y salió a la calle, siguiendo el gemido hasta llegar a la plaza del pueblo. Allí, se encontró con una escena que la dejó sin aliento: un hombre de cabellos plateados y ojos tristes estaba arrodillado en el suelo, con las manos en el rostro y sollozando desconsoladamente.
Sin dudarlo, Ana se acercó al hombre y le preguntó con voz suave:
- ¿Estás bien? ¿Puedo ayudarte en algo?
El hombre levantó la mirada y Ana pudo ver el dolor reflejado en sus ojos. Con voz temblorosa, el hombre respondió:
- No hay nada que puedas hacer. Estoy sufriendo por una pérdida muy grande.
Ana se sentó a su lado y le dijo con dulzura:
- A veces, compartir el dolor con alguien puede hacerlo más llevadero. ¿Quieres hablar de lo que te aflige?
El hombre vaciló por un momento, pero finalmente decidió abrir su corazón a aquella extraña que se le acercaba con tanta compasión.
- Mi nombre es Gabriel - dijo el hombre con voz quebrada -. Soy un ángel enviado por el Creador para velar por la humanidad. Pero algo terrible ha sucedido y ahora siento un dolor tan intenso que parece desgarrarme por dentro.
Ana escuchó atentamente la historia de Gabriel, mientras lágrimas de compasión brotaban de sus ojos. El ángel le contó que una gran oscuridad se había apoderado de la Tierra, corrompiendo los corazones de los hombres y separándolos del amor y la bondad del Creador.
- He visto tanto sufrimiento y maldad en el mundo que mi corazón se ha quebrado en mil pedazos - dijo Gabriel con voz entrecortada -. Y el Creador, en su infinita tristeza, ha llorado lágrimas de dolor por sus hijos perdidos.
Ana sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar las palabras del ángel. Nunca había creído en la existencia de seres celestiales, pero la mirada desolada de Gabriel y su historia la conmovieron profundamente.
- No estás solo en tu dolor, Gabriel - dijo Ana con voz firme -. Juntos podemos encontrar una manera de devolver la luz al mundo y restaurar la fe en el Creador.
El ángel la miró con gratitud y esperanza en sus ojos, y juntos se pusieron en marcha para emprender una misión que cambiaría el destino de la humanidad.
***
Mientras tanto, en el reino celestial, el Creador contemplaba con tristeza el sufrimiento de sus hijos en la Tierra. Sus lágrimas caían como lluvia sobre el mundo, regando la tierra con su dolor y su amor infinito.
- ¿Por qué me has abandonado, oh Creador? - clamaba la humanidad en su desesperación -. ¿Dónde estás cuando más te necesitamos?
El Creador escuchaba las súplicas de sus hijos con el corazón destrozado, deseando con todas sus fuerzas poder consolarlos y guiarlos por el camino de la luz. Pero la oscuridad que se cernía sobre la Tierra era tan densa y poderosa que apenas podía hacer llegar su amor a los corazones heridos de los hombres.
En medio de su angustia, una luz brillante surgió en el horizonte, iluminando el cielo con su resplandor. El Creador levantó la mirada y vio a Gabriel y Ana, unidos en su determinación de restaurar la fe en la humanidad y devolver la esperanza al mundo.
- Mis fieles servidores, mis queridos hijos - susurró el Creador con voz temblorosa -. Os encomiendo esta sagrada misión de traer la luz a la oscuridad y recordar a los hombres el amor que siempre he sentido por ellos.
Gabriel y Ana se arrodillaron ante el Creador, prometiendo cumplir su misión con todo el amor y la devoción que llevaban en sus corazones. Con una bendición divina, el Creador los envió de regreso a la Tierra, donde les esperaba una tarea ardua pero llena de significado.
***
Días y noches pasaron mientras Gabriel y Ana recorrían el mundo, llevando consuelo y esperanza a los corazones afligidos. Con palabras de aliento y gestos de bondad, lograron despertar la chispa divina que aún ardía en lo más profundo de cada ser humano, recordándoles que el amor del Creador nunca los abandonaría.
Poco a poco, la oscuridad que había envuelto la Tierra comenzó a disiparse, dando paso a la luz radiante del amor y la compasión. Los corazones se abrieron a la esperanza y la fe, y la humanidad volvió a unirse en un abrazo de solidaridad y fraternidad.
En una noche estrellada, Gabriel y Ana se encontraron de nuevo en la plaza del pueblo de San Miguel, donde todo comenzó. El ángel y la mujer se miraron con gratitud y cariño, sabiendo que juntos habían logrado cumplir la misión que el Creador les encomendara.
- Gracias, Ana - dijo Gabriel con una sonrisa luminosa -. Gracias por tu valentía y tu compasión, por ser la luz queguio mi camino en los momentos más oscuros.
Ana asintió con emoción y respondió:
- Y gracias a ti, Gabriel, por enseñarme que el amor y la bondad son las armas más poderosas para vencer cualquier oscuridad. Ha sido un honor acompañarte en esta misión tan importante.
En ese momento, una luz brillante iluminó la plaza, y el Creador se hizo presente en todo su esplendor. Su voz resonó en los corazones de Gabriel y Ana, llenándolos de paz y alegría.
- Mis queridos hijos, habéis devuelto la fe y la esperanza a la humanidad. Vuestra valentía y amor han restaurado la conexión entre los hombres y Yo, y juntos habéis hecho que mi corazón deje de llorar.
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Editado: 27.02.2024