ARKEY I
La calma y el silencio eran inquietantes. En cualquier dirección donde dirigiera la mirada sólo veía un mar de infinita oscuridad. Durante horas caminó sin rumbo con la esperanza de llegar a algún sitio, pero mientras más seguía el tiempo su curso y más avanzaban sus pasos sentía que no acabaría por llegar a algún lugar.
De repente una espesa niebla comenzó a emerger del suelo, y ante aquel hombre confundido se apareció la figura prepotente de un majestuoso cuervo negro. Su tamaño era mayor al de dos hombres, su pico largo y afilado como guadaña, sus patas fuertes como robles y sus garras punzantes como dagas. Aún siendo más negras que la misma oscuridad sus plumas parecían brillar con luz propia.
El hombre se sobresaltó ante la presencia de aquel maravilloso animal posado delante suyo.
—Im... imposible —susurró algo intimidado.
El ave no generó ruido alguno, tan sólo permaneció mirándole con ojos llameantes.
—Arkey, Arkey —Una lejana, pero entendible voz comenzó a pronunciar su nombre—. Arkey, Arkey.
Ahora, incluso más confundido, Arkey buscaba impaciente el lugar o la persona de la que que provenía aquella voz que le resultaba tan familiar, pero entre más buscaba más parecía que el sonido se movía con el viento. llegaba hasta él como una suave brisa, le susurraba al oído y continuaba su rumbo.
El cuervo acercó la cabeza hasta colocarla muy cerca de la suya. Sus ojos blancos lo miraban los suyos y su pico rozaba su boca. Arkey quedó paralizado ante aquella bestia.
—Abre los ojos —susurró.
Aquella voz nacida en la garganta del ave le causó una fuerte exaltación que con brusquedad le hizo despertar, fue entonces cuando notó que se encontraba devuelta sentado a la gran mesa de Throp escuchando por enésima vez junto con otras doscientas personas sentadas junto a él la historia de cómo Throp Mirf reunió a los doscientos cincuenta y cuatro gheralí de las tribus que habitaban esas tierras con el propósito de crear un solo reino unificado.
—Ey, ¿estás bien? —preguntó otro hombre sentado a su lado— Llevó dos minutos tratando de despertarte.
—Sí, sí... estoy bien Laqmar —respondió llevándose las manos a los ojos—. Sólo tuve un sueño extraño.
Grandes gotas de sudor nacían en su frente y bajaban con rapidez por sus mejillas hasta llegar a su mentón. Sin saber con exactitud el motivo sus manos temblaban incesantemente.
—De no ser porque se extinguieron hace mucho diría que viste a un Daemon —inquirió Laqmar.
Arkey extendió su mano temblorosa hacia la mesa y tomando una copa de vino se la llevó a los labios.
La celebración continuó igual de aburrida que en todos aquellos años anteriores, después de la larga historia de tres horas contada por Dimalek (un viejo anciano que aunque encabezaba las listas de impopularidad siempre resultaba elegido alcalde de Maybé) prosiguió una obra de teatro llevada a cabo por un grupo de niños de distintas escuelas del reino, seguida de una infinidad de presentaciones musicales que dejaban mucho que desear, y finalmente la razón por la que todos asistían al evento: la cena; hasta ese momento lo único que se había servido era vino de pésima calidad. Enseguida se sirvió a todos los invitados del mejor pescado que se pudiera sacar del río Brío. Sin duda alguna la cena era lo único verdaderamente destacable de aquel evento.
Todos deboraban con salvajismo la deleitable comida, todos excepto Arkey, por más que le gustará el Mufá rostizado no había probado en toda la tarde nada más que aquel asqueroso vino. Su mente aún se encontraba divagando en el extraño sueño que había tenido hacía rato y al despegar la mirada de la copa y levantar los ojos vio en el extremo opuesto del salón un gigantesco cuervo resplandeciente. Sus ojos se abrieron hasta el extremo por la sorpresa, su tez palideció y la incertidumbre de sí lo que expectaba tan asombrado era real o sólo una alucinación provocada por el vino lo inundaba. Esta última teoría parecía la más plausible debido a que nadie más parecía notar la precensia de tan inmensa ave. El cuervo extendió sus alas, remontó el vuelo y salió al balcón. Ilusión o no, Arkey ya había tomado una decisión: iría tras él.
—Voy a tomar algo de aire —dijo a su amigo al levantarse del asiento—, vuelvo en seguida.
Laqmar sólo asintió levemente.
Como alma que corre de la muerte Arkey salió disparado en dirección al balcón sin tener la certeza de que allí vería otra vez al cuervo.