—Cariño, despierta —oigo una voz suave que me habla en árabe e interrumpe mi sueño—. Tienes que levantarte, falta poco para el sorteo.
Cedo ante las ganas de reír por lo que me ha dicho él.
—Si más de cinco meses es poco tiempo para ti, sí. Falta poquísimo —digo en tono sarcástico.
Mi padre aparta las cortinas color tierra del único ventanuco que hay en mi cuarto y la luz me ciega durante unos instantes. Los rayos solares inciden en el techo blanco, lo que no ayuda a mis pobres ojos. Para que no me dé el sol en la cara me los cubro con las manos mientras me remuevo entre las sábanas hasta que termino con la cara enterrada en la almohada. La vestimenta de mi padre combina con las tonalidades marrones y arenosas de mi habitación. Él se sienta a los pies de mi cama con cara de preocupación.
—Verás, anoche, cuando ya estabas dormida, uno de los Guardias vino a casa —dice a trompicones, como si se le atragantasen las palabras en la garganta, cosa que sería peor si alguna vez se llegara a enterar de lo que estaba haciendo anoche, y con quién—. Han adelantado el sorteo.
—¿Cuándo es? —Pregunto con la espina dorsal recta como el palo de una escoba.
—Está programada para dentro de una hora, pero ya hay mucha gente en las calles, me sorprende que no te haya despertado el barullo. Tienes que empezar a prepararte o llegarás tarde, puede que te elijan, los Dioses no lo quieran, y tú ni te enteres —dice levantándose de mi colchón. Está a punto de salir cuando le freno.
—Papá —le llamo en apenas un susurro. Ahora he cambiado de posición y estoy sentada en mi cama con las piernas dobladas contra mi pecho mientras me abrazo las rodillas.
—¿Sí? —No se gira del todo, lo que hace es entornar un poco la cabeza en mi dirección.
—No quiero tener que ir.
—Ni yo tampoco, hija, pero es lo que se espera de ti —entonces se va cerrando la puerta a su paso, dejándome así sumida en mis pensamientos.
Una sensación oscura se posa en mis hombros y la posibilidad de tener que irme me arrolla. Tengo diecinueve años recién cumplidos, lo que implica que acabo de entrar en la lista de las personas que pueden ser enviadas al laberinto. Yo estoy, o estaba hasta ahora, mentalizándome conforme en menos de cinco meses puedo salir elegida para una partida, y ahora me dicen que se ha adelantado para hoy a saber por qué. Desde que mamá murió hace siete años estamos nosotros dos juntos, padre e hija contra el mundo, por lo que si salgo elegida en el sorteo él se quedará solo y eso es lo último que quiero.
Me levanto de la cama, lo cual me cuesta sobremanera porque la opresión que siento en el pecho tira de mí hacia abajo, voy al baño y al acabar de lavarme me pongo una falda larga, me peino el pelo en un moño para enganchar la capucha de mi blusa en él y luego salgo de casa sin siquiera desayunar. La puerta da a uno de los desiertos callejones que conectan las calles principales y secundarias entre sí. A medida que me voy acercando a una de las que lleva a la Génesis oigo con más claridad el gentío que se arremolina para ver el sorteo. Con el tiempo este acto se ha transformado en algo así como una festividad. Los toldos de las tiendas que se abren paso en todas las calles contrastan con el sentimiento triste y el aplomo que se respira en el ambiente. Cuando encuentro un sitio desde el que veo perfectamente la parte trasera de la tarima en la que se va a celebrar, me quedo quieta, expectante. Pasado un tiempo no ocurre nada en la tarima que está en el centro de la plaza, que desde donde yo la veo está colocada detrás de la fuente.
—¡Azi! —Sobre el ruido de las conversaciones que están teniendo lugar a mi alrededor oigo una voz aguda que me llama a mis espaldas—. Hola, he estado buscándote cerca de una hora —dos manos se posan en mis hombros y mi mejor amiga me rodea para ponerse delante de mí.
Naia es una chica pequeña, menuda, tiene unos ojos marrones enormes y un cabello castaño oscuro iguales a los míos. Hoy está diferente, triste. En condiciones normales ella es una persona risueña y positiva, pero este no es un día alegre. Ella, nuestro mejor amigo y yo somos del mismo año, así que los tres tendríamos que entrar a la vez en la lista de candidatos para el sorteo. Debido a que lo han adelantado, sólo yo estoy en ella.
Mi mejor amiga estira el cuello intentando localizar a alguien, sin embargo, parece que no lo logra por cómo frunce los labios con frustración.
—No lo entiendo, cuando te encuentro a ti pierdo de vista a Oliver, pero si estábamos juntos hace un momento —después de un rato buscándolo se da por vencida—. Bueno, ya aparecerá. ¿Cómo estás? ¿Nerviosa?
—Acojonada, creo que es una palabra más adecuada para lo que estoy sintiendo ahora mismo —le contesto soltando una risa tensa.
—¡Ja! No digas tonterías mujer, si lo más seguro es que no te toque ir —acompaña sus palabras con un gesto de su mano intentando restarle importancia.
Sé que dice eso para apoyarme, pero ambas sabemos que no hay mucha gente que esté en la lista, sólo las personas de entre los diecinueve y veinticinco, sin contar al hijo del gobernador, así que la probabilidad de que me envíen en una partida no es tan baja como ella quiere hacer ver.
Desde donde estoy puedo ver a varios guardias, ellos son los encargados de protegernos, y en actos como este, también portan los repetidores que los Extra nos dieron para poder oír a largas distancias.
—Bien, creo que ya estamos listos para comenzar —Naia y yo nos giramos al oír una voz grave que nos llega desde la tarima central. Ninguna de las dos se ha enterado de cuándo los County subieron a la tarima—. Por todos es sabido que ayer nos reunimos para celebrar la vida de nuestra vecina Mary. Como también es sabido que la ceremonia fue paralizada por la repentina aparición de un recién llegado del laberinto. Víctor Hernández, integrante del último grupo enviado, llegó a La Fosa y nosotros —dice esto mirando hacia su hijo— le acogimos anoche en la residencia gubernamental. En vista de estas circunstancias, y de nuestras conversaciones con Víctor, Thomas, Ágatha y yo decidimos que lo mejor era adelantar el envío de una nueva partida al laberinto, a pesar de que hace casi tan sólo un año del anterior —el señor Gobernador hace una pausa, como si quisiera esperar a que nuestros cerebros digiriesen la información—. Ahora, cedo la palabra a mi hijo, Thomas County.