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Fueron suficientes dos meses para que él grupo aumentara su número, al principio solo fuimos Félix, el Doctor y yo. Nuestro lugar de residencia era una fábrica textil abandonada, no en la superficie donde cualquiera podría haber notado nuestra presencia, en bodegas subterráneas. Ahí habían instalado solo para mí una sala réplica exacta de la que tenía en el mundo virtual, con tres inmensas pantallas y una computadora con una potencia incalculable.
Mi hospedador había estado colaborando conmigo para mejorar la plataforma Laman, no tenía ni idea de cuáles eran sus objetivos con ella, pero diseñar personajes más realistas, habilitar la opción de crear mapas interactivos, dar la posibilidad de que los avatares se movieran a partir de las expresiones fáciles de sus usuarios, todo lo que siempre había soñado y más hacía que no importara. El número de cuentas aumentó exponencialmente.
Dado el trabajo que tenía en Laman no pude colaborar con los siguientes planes del Doctor. Un día llegó en compañía de una chica alta y muy delgada, con una expresión de imperturbable calma, lo primero que hizo fue decirme que mi saludo era demasiado virgo de mi parte, no puedo negarlo.
Unos días después, junto con Félix, salieron en una expedición que tuvo como resultado la llegada de otra persona, su estatura era más baja incluso que la del Doctor y siempre llevaba gafas oscuras aun en la oscuridad, hablaba poco y yo tenía aún menos tiempo de insistir una charla.
–Bien –nos reunió cuando logré automatizar lo suficiente todo en la plataforma para tener tiempo libre, habíamos improvisado sillones con cajas de madera y cojines medio roídos, era una guarida digna de cualquier película, repleta de cableado, tubos, toda negra y con algunas partes grises por las columnas salidas, acogedora a su manera–, la siguiente misión requerirá de su colaboración.
–¿Misión? –por fin escuché la voz de aquella figura desconocida de lentes negros y cabello castaño, hasta ahora solo sabía que llamaba Alex. Por su parte, Keren siguió sentada en posición de mariposa, meditando.
–Como cuando te trajimos aquí, y a Keren, y a Carel –agregó el Doctor–, pero esta será diferente, más peligrosa.
–¿Más peligroso que escapar de un operativo policiaco? –bufé con sarcasmo.
–Sí –aclaró sin titubear–, no logré ubicarla antes de que la capturaran y ahora está en las oficinas del Departamento de Contención en el centro de la ciudad, junto a la presidencia. Mañana por la tarde se movilizará un convoy policiaco para trasladarla a la prisión de Aguamar.
Lo que nos relató a continuación tenía una precisión tan milimétrica que resultaba satisfactorio: el plan de rescate perfecto.
Las oficinas del Departamento estaban en la esquina de la 3 poniente y 4 sur, su mejor opción en el traslado sería avanzar diecisiete calles hasta la 31 poniente para poder girar e ingresar a la carretera federal. En una situación normal y siendo autos oficiales ese recorrido no les tomaría más de diez minutos.
Lo que necesitábamos era aminorar su ritmo, ya sea obligándolos a detenerse o tomar una ruta alterna. Ahí es donde entro yo, exactamente de la 3 poniente a la 9 poniente son calles repletas de pantallas, anuncios espectaculares, proyecciones en tiendas, bocinas, justo mi territorio. Y dadas las fechas en las que nos encontramos estaría atascada de gente.
Solo hacía falta una distracción lo suficientemente grande para que la gente se detuviera, los autos dejaran de avanzar, e incluso el Departamento de Contención volteara a ver, para que nadie se fijara en el convoy.
Las pantallas se pondrían en negro y cada bocina transmitiría un ruido sordo por unos cuantos segundos, después mi rostro aparecería hasta en el teléfono más obsoleto que hubiera en el camino, solo para dar un mensaje.
–A la población en general –se escuchó como un estruendo en medio del silencio nacido por el ruido sordo, mi voz estaba siendo editada y, por qué no, si iba a dar un mensaje revolucionario qué me impedía vestirme adecuadamente. Llevaba una máscara de gas con dos válvulas, completamente negras y con luces neón parpadeando, así habían visto por primera vez a las personas como yo, siendo rescatadas de una cárcel estadounidense y atacados por gases, los suyos no parpadeaban, pero los míos sí–. Al Gobierno del Estado y al Gobierno de la República, al Departamento de Contención y al presidente Álvaro Ruíz. Años han pasado desde las revueltas que nos dieron nuestra libertad.
» Durante todo ese tiempo hemos aguardando en silencio, entre los más sombríos callejones de sus ciudades, marginados porque el mundo nos ha tachado de peligrosos, de ingenuos, de incontrolables, de mutantes. Fuimos víctimas de sus experimentos crueles y nunca recibieron un castigo adecuado.
» Basta del silencio. Basta de la obediencia. Basta de la persecución. Estoy aquí para mostrar que existimos y resistimos, y para asegurarme de que nunca más nadie vuelva a dormir tranquilo, porque ahora verdaderamente seremos peligrosos e incontrolables, pero nunca más ingenuos.
Para ese momento todas las miradas estarían sobre mí, y desde ese punto la única tarea que me aguardaba sería alargar el discurso lo más posible y permanecer dentro de cada pantalla. La palabra “basta” sería la señal del Doctor, cientos de drones controlados a distancia soltarían volantes de papel negro con un código QR impreso en blanco. La mayor parte al ser escaneados llevarían a memes, pero unos pocos tendrían nuestro mensaje encriptado, y esos pocos serían la razón por la que el Departamento de Contención dedicaría horas a recolectar y escanear cada uno.