La luna brillaba sobre el mar y las olas arrullaban con suavidad el campamento de tres hermanos que habían ido a pasar su última semana de vacaciones, haciendo una excursión por aquella playa, una costumbre de cuando Dmitri, el mayor de los tres, era un niño pequeño, y que aún mantiene con sus hermanos en memoria de sus padres. En aquella ocasión, los tres se encontraban durmiendo en una misma carpa, las de los gemelos y el resto de sus pertenencias fueron recogidas, ya que tenían intensiones de regresar a la ciudad con el amanecer.
Iván, el menor de los tres, despertó agitado por el rugir de un cañón, apretujado entre sus hermanos, permaneció inmóvil unos minutos escuchando el suave ronquido de Dmitri y sintiendo el codo de Ilya clavado en sus costillas, esperando a que pasara el retumbar del suelo. Había tenido un sueño muy extraño y sabía que, una vez despierto, no podría volver a dormir, se retorció buscando a tientas sus lentes intentando no despertar a Dmitri, cuando los encontró y luego de asegurarse de que eran los suyos; hizo lo posible por salir de la tienda, se sentía como un gusano intentando salir de aquel espacio reducido.
Una vez afuera vio alejarse una sombra gigante mal trecha a través del mar y hundirse poco a poco, las olas no se inmutaron pese a que la sombra parecía ser una masa sólida, Iván se sentó cerca de los restos humeantes de la hoguera, el frío aire nocturno y el aroma del bosque le ayudaba a ordenar sus pensamientos a pesar de que el aire estaba impregnado de un intenso olor a pólvora, esto era algo anti natural, si no recordaba mal los libros de historia, el último conflicto bélico había ocurrido muy lejos de esas playas a comienzos del nuevo milenio.
Desde hace unos meses habían estado ocurriendo cosas extrañas, más de lo normal; solía tener visiones que ahora eran más frecuentes de lo que solían ser normalmente.
—“¿Por qué los gigantes cruzarían el mar? Una ciudad de gigantes tal vez, ruinas muy grandes, ruinas...la mujer ¿Por qué alguien la asesinaría? Necesito café".
Pensó Iván, aún entumecido por el sueño. Recordaba haber leído una bitácora, mientras investigaba algunas leyendas, sobre gigantes desaparecidos entre Java y Sumatra. Como si se tratase de un mal presagio, una sombra roja cubrió el cielo, dejando una estela de sangre en las estrellas y tiñendo la luna durante un instante, era la quinta vez en el año que veía que esto ocurría, y la segunda en el mismo mes, tenía la certeza de que, si alguien más lo vio, fueron muy pocos, de lo contrario las noticias estarían inundadas de ello, para la tercera vez comenzó a estar atento al televisor, pero no había indicio alguno. Cuando se dio cuenta el sol había comenzado a salir, y Dmitri, siempre puntual, salió de la carpa.
— ¿Desde cuándo estas allí?—Preguntó nada más verlo sentado en el suelo.
—Realmente, no lo sé, no vi la hora cuando salí, de todas maneras, es imposible dormir con Ilya, al menos no sin terminar con un hueso roto.
Les tomo más tiempo despertar a Ilya que recoger lo que faltaba para ponerse en marcha luego de desayunar, a diferencia de Iván, Ilya tenía el sueño muy pesado y era muy inquieto, Dmitri solía decir constantemente que la casa le caería encima, y él no se daría cuenta hasta después de haber despertado; les llevó menos de media hora llegar al lugar en el que habían dejado la camioneta para acampar, almorzaron allí lo que les quedaba de comida y se pusieron en marcha de regreso a la ciudad.
El camino serpenteaba por la costa bordeando la montaña, cada cierto tramo podían verse pequeñas cruces que marcaban accidentes en esa ruta, a veces Iván podía ver a la persona que había fallecido en algunos de estos puntos, sin embargo, lo que la daba más ñañara era tener el acantilado a pocos metros a su derecha, de tanto en tanto podía verse el mar entre la arboleda, brillando bajo la luz del sol, si ignoraba el acantilado, aquella era una vista relajante.
A pocos kilómetros de llegar a la entrada de la siguiente playa, se encontraban entre los matorrales algunas casas construidas con bajos recursos, “son ranchos” recordó que le había dicho Adhara Koch la primera vez que los vio durante unas prácticas rurales, siempre había creído que los ranchos eran casonas cuyos terrenos eran destinados a la siembra y agricultura o cosas así, como en las películas, esa era una de las muchas diferencias idiomáticas a las que aún se estaba adaptando.
La mayoría de las casas tenían grafitis pintarrajeados en el exterior, muchos de estos eran insultos junto a la marca que identificaban a los Izgnan, a Iván le parecía penoso el saber que la gran mayoría de los marcados no poseían realmente algo que les hiciese ser Izgnans, más bien eran víctimas del odio, chivos expiatorios, como las cazas de brujas de las leyendas europeas, para la Santa Cofradía del Orden, ellos eran herejes, pero durante los últimos años, el Imperio de Arantia Aurea, ha tratado a sus detractores como Izgnan a conveniencia, valiéndose de difamaciones.
En el camino también llegó a ver a una que otra persona rebuscando algo que llevarse a la boca entre los pequeños montones de basura apilados aquí y allá entre las casas y la ladera de la montaña, cerca de las entradas a las playas las casas eran más bonitas y habían más negocios que se alimentaban del tráfico de turistas. Sin embargo, el primer indicio de que estaban cerca de la ciudad eran los Punto de Control custodiados por los Centinelas Fronterizos, apostados entre los pueblos y las ciudades, se supone que ellos controlan el tránsito de los Izgnan, pero era bien sabido que podían ser sobornados aunque nadie hablaba de ello.
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Editado: 12.03.2025