Donde termina la vida

CAPÍTULO TREINTA Y SÉIS

CAPÍTULO TREINTA Y SEIS:

Donde se habla del regreso del señor Fostter y la decisión de Anyaskiev

 

—¿Francis?

El señor Thomas se había levantado de la alfombra al verse desplazado por el señor Edevane, que consolaba a una Anya rota y resuelta en una tristeza profunda que conmovía todos los presentes. Ella era una niña más, que necesitaba de su ayuda, y como tal, era recibida. Pero la intromisión del nuevo llegado los sumió en una nueva sorpresa y conmoción.

—¿Eres tú? —volvió a preguntar, dando un paso hacia el hombre, que, un tanto más delgado y pálido, llegaba a las puertas de su casa. Parecía el mismo, pero algo en el brillo de los ojos del señor Fostter advertía que algo lo inquietaba en sobremanera.

—Tom, perdón por no avisarte, tomé la decisión… —enfocó a Anya en el diván, tan hermosa como siempre, como la recordaba todas las noches, y como la soñaba al cerrar sus ojos en la obscuridad—. Anya… —balbuceo, y perdió la concentración en esos bonitos ojos castaños. Ella, y solo ella, era la razón por la que había decidido abandonarlo todo, y volver.

Al ver el contacto visual que era establecido entre ambos, el súbito cambio de ánimo de Anya y la sonrisa que parecía dibujarse en sus labios, el señor Edevane se tensó en su sitio. ¡Oh!, claro que recordaba lo que había hecho, no lo olvidaba y se repetía a sí mismo que lo haría las veces necesarias si con eso recuperaba algunos de los tan dichosos meses de noviazgo que vivió con su adorada Anya. Al verlo cruzar por la puerta supo que debía evitar a toda costa que se supiera la verdad.

El señor Thomas, que sabía lo que Fostter sentía por ella, se vio preso de una encrucijada, porque sin tener ningún indicio más que presenciar ese reencuentro, supo que ambos se sentían atraídos por el otro, y como una natural consecuencia, sintió celos. Esto, a su vez, le hizo darse cuenta de que sentía algo más que atracción por la misma mujer que su mejor amigo.

—Señor Fostter, regresó —respondió ella, volviéndose en pie y caminando hacia él como las abejas se sienten atraídas a la miel.

—Sí, fue… repentino, no quería seguir más… allá, tan lejos. —Temblaba, su voz vacilaba en un vaivén de tonos y las manos le sudaban a cada paso que ella se acercaba. Extendió la derecha a ella, esperando que aquel fuera un saludo correspondido, y no le hiciera otro desplante como la mañana en que se conocieron. Ella podía ser muy volátil.

Los planes de Anya eran distintos, porque aunque sabía que el trato fue poco informal y muy dentro de la norma, sus sentimientos había llegado a cruzar barreras: Él fue la primera persona con la que entablaba una amistad verdadera, tenían caracteres similares e intereses parecidos. Dos extraños solitarios que tuvieron la dicha de encontrarse en el momento justo, se gustaron y se volvieron más que amigos; ella pensaba en él y él no la apartaba de su espíritu.

Anya envolvió su cuello con sus manos, y aunque las hombreras y el cabello húmedo le goteaban, la mejilla de Anya se acomodó en su cuello y la barba naciente del señor Fostter le hizo cosquillas en el lóbulo. Estaba feliz de verlo de nuevo. La maleta del señor Fostter calló al suelo con un gran sonido hueco, y sus brazos apenas pudieron corresponder al abrazo, de tan lívidos que se sentían. Fostter creía que se desmayaría en cualquier momento, pero resistió con gran ímpetu.

—¡Francis, Francis, Francis! —gritaron los niños enpijamados en el balcón, y solo con esfuerzo de Chane, Lucas y Avery evitaron que se lanzaran escaleras abajo a causar un alboroto por el regreso del señor Fostter.

Tanto Dmitri estaba molesto, que no logró, ni con una sonrisa diplomática, disimular su rubicundo rostro a causa del disgusto que se llevaba. Solo deseaba arrancar a su amada Anya de los brazos de ese afuereño del que tan fácilmente se había desecho la primera vez. Suspiró con más calma cuando ella le soltó, pero luego la vio sujetar sus mejillas y mirarle con la ternura con que se mira a uno de esos, desagradables a sus ojos, niños Collingwood.

Para Anya, en aquel abrazo se presentaron a sus ojos cerrados, las imágenes proyectadas con la nitidez de la memoria. Y con acuarela se tiñeron los recuerdos que compartieron meses atrás, los ojos de pantera brillaban al centro de una pajarera de madera, las flores de papel hicieron un viaje astral desde la pudrición y muerte para volver a la vida eterna y terrenal.

Pero para Fostter, que venía de presenciar tanta tragedia, tanto dolor y sufrimiento en una ciudad más cercana a la zona de peligro, ese abrazo tierno fue como volver a la vida, al calor de la alegría y el amor. Cuando Anya veía belleza y armonía en su memoria, él veía la muerte y sufrimiento que presenció, hasta volver a encontrarla tan hermosa en el salón de la Casa de Té, con su cejo serio exigiéndole la silla.

—No te vayas más —dijo tan bajo que solamente él pudo escuchar en la estancia. El señor Fostter negó, y por primera vez también, acarició una de esas mejillas rojizas, sus ojitos castaños estaban hinchados por el llanto previo, la veía más delgada y trémula, pero igual de bella y emitiendo esa esencia vital a su alrededor.




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