¡Atencíon!Segundo capitulo de la doble actualizacíon.
Capítulo 39.
Reina.
Me desperté como todos los días. Rodeada por los brazos de Brandon, me sujetaba con fuerza.
Debía admitir que es reconfortante sentir el calor de otro cuerpo junto al mío. Martin nunca me abrazaba o me besaba en la frente al despertarse. Tampoco me preparaba la cena o me mandaba mensajes diciéndome lo mucho que me quería.
Y tampoco besa o hablaba a mi vientre cada vez que podía. Nunca se puso a intentar ser un padre.
Pero Brandon, hacia todo eso. Todos los días. Cualquier mujer en m lugar estaría feliz, tan feliz de tener a un hombre así en sus vidas.
Quien las amara y diera todo por hacerlas felices. Pero eso no es suficiente, nunca era suficiente. Ni siquiera las pataditas que tocaban mi vientre.
Todavía faltaban veinte minutos para que Brandon se despierte. Con cuidado y con paciencia, salgo de entre sus brazos.
Tomo mi celular, que deje cargando en la mesada de la cocina. No tuve que caminar mucho, no es muy grande el lugar.
No me quejo, peor es nada. Pero sigo sin sentirme satisfecha.
Al tomar mi celular, saco una manzana de la encimera y la muerdo. Estar embarazada sí que daba mucha hambre.
Reviso mis notificaciones. Veo que tenía un mensaje de Martin “Llámame”. Sabía que era algo urgente, sino no me hubiera escrito. Nunca lo hace, a menos que compre cosas sin sentido.
Hecho un vistazo al pasillo que daba a nuestra habitación. No veo señales de Brandon, pero mejor prevenir que lamentar.
Sin hacer nada de ruido salgo del departamento. Me quedo en el pasillo de la entrada. Camino hasta la ventana que esta al final de este, mientras miro el claro cielo.
Marco el número de mi esposo.
— Hola — saludo secamente.
Ruedo los ojos. Lo imagino sentando en el sillón del gran salón. Con cara de culo, mientras bebe su primer vaso de whisky.
— Buenos días amor— salude de forma falsa.
— ¿Qué tienen de buenos? — pregunto de mala gana.
Si lo tuviera en frente. No estaría tan tranquila como estoy. Seguramente estaría histérica o con miedo.
— Ni idea la verdad — murmure. — ¿Por qué querías que te llamara? — pregunte. Es mejor saber de antemano el motivo de su llamada.
— ¿Tengo que tener un motivo para llamar a mi esposa? — el tono con el que dijo “esposa”. Me puso los pelos de punta.
Una descarga eléctrica recorrió mi columna vertebral. Algo no iba bien y eso era obvio.
— Si, siempre hay un motivo para cada cosa que haces.
— Tal vez tengo uno o dos motivos… El primero puede ser que me llego un sobre de la clínica de genética.
Por un momento no escuche nada. Sentía un pitido en mis oídos.
¡Mierda! ¡Mierda!
Él lo sabe, Martin lo sabe. Sabe que mi pequeña no es su hija.
El sudor frio recorre mi espalda, siento mi cabeza dar vuelta. El aire me falta, la respiración se me entrecorta.
— Reina, no te pongas a hiperventilar. Ese acto de mujer en apuros, no te queda maldita ramera — escupió con asco.
— Eres un maldito.
— Y tú, una ramera ¿Te molesta que te diga así? — pregunta con burla. — ¿Quién es el padre de esa bastarda?
Mi furia interna explota al escucharlo hablar así, de mi hija.
— ¡Que sea la última vez que hablas así de mi hija! — exclame iracunda. — No vengas con idioteces Martin.
— ¡No! Tú no me vengas con idioteces a mí. ¿Quién es el pobre diablo al que le estas chupando el alma? — pregunto con sorna. — No, mejor ni me digas. Pero de una vez te advierto, cuando vuelvas. No quiero verte con ese engendro, no lo quiero en esta casa. Y mucho cuidado, con estar con otro. Porque cortare tus tarjetas de crédito.
Me volví a calmar. Su ira no había explotado. Solo eran amenazas estúpidas y sin fundamentos.
— Cariño, volver en cuanto nazca la bebe.
— Te repito. No quiero a esa bastarda en mi casa. La dejas con el padre, ya inventaremos una historia de cómo lo perdiste. Pero acá, no la quiero y si te quieres quedar con eso, te quedas con ese pobre diablo. Yo no seré padre, de ningún hijo ajeno.
— Ya entendí, volveré a casa. Sabes que mi único amor eres tú — le dije.
— Ya lo sé, mi vida.
Intercambiamos un par de palabras más. Hasta que al fin corto.
Miro con asco al celular.
— Como te detesto, infeliz — murmure.
Odiaba tener que soportarlo. Odiaba que me dijera que tenía que hacer. Yo, ya sabía que historia inventar. Ya tenía todos los papeles hechos. Solo faltaba que mi hija naciera. Para poder volver con Martin.
Pero, como siempre. Todo me sale mal.
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Editado: 17.09.2021