Capítulo 56.
Reina.
Suspiro cansada. Miro mi gran vientre, según mi ginecólogo. En dos semanas tendría a mi pequeña.
Y estoy tan agradecida de que esto termine. Me cansa demasiado estar así, los tobillos hinchados.
Miro mi celular, falta una media hora para encontrarme con Martin. Le dije que nos viéramos antes de lo acordado. Le razón, le pediré el divorcio.
Decidí que no quiero estar lejos de mi hija. Brandon es buen hombre, y él esta tan enamorado que nunca desconfiaría de mí. O de a dónde voy o con quien.
Aunque lleva varias semanas actuando raro. Ya no me besa constantemente, cosa que agradezco. Ya que resulta ser muy pesado avecés.
Pero noto que sus atenciones hacia mí han desaparecido. Pero con la niña no disminuyen, sigue besando y tocando mi vientre. Cumpliendo mis antojos y viendo por ella.
Me siento algo desplazada. Pero seguro son imaginaciones mías.
Salgo del diminuto baño. Si, lo primero que haré con lo que me toque del divorcio será mudarnos. A un lugar más grande. Lejos de la chusma de su hermana, la cual viene siempre que puede a “visitarme”. La detesto.
Respiro aliviada al ver que Brandon no está. Seguramente esta con la lisiada de la madre. Es mujer sí que es un dolor de cabeza. Vive haciendo que Brandon o Ariel, la lleven a sus rehabilitaciones.
Salgo del departamento con mi bolso en mano. Me tomo con Catherine alias “pelos de payaso”.
— Hola Reina — saluda.
—Hola Cate. Me disculpas pero voy de salida.
Ella me da una sonrisa maliciosa.
— ¿A dónde?
La miro con una ceja levantada.
— Que te importa. Permiso — digo pasando por su lado.
La escucho mascullar “Grosera”.
Ridícula, pienso.
***
Llego a la casa que compartía con Martin. Huele delicioso, un olor a menta y selva. Me encanta.
Paseo mi vista por el lugar, tan espacioso y bien amueblado. Puedo decir que Brandon tiene un terrible gusto, pero pronto me encargare de eso.
La música clásica resuena en el vinilo. Martin siempre fue un hombre clásico, de esos que fuman un habano con la mano derecha. Mientras con la mano izquierda toman una copa de vino. Un hombre anticuado y llevado por sus tradiciones. Casarse con una mujer más joven y hermosa. Engañarla con otras mujeres, solo para encajar entre sus iguales.
Pero la jugada le salió mal. Yo no era como todas esas frígidas esposas, las cuales se quedaban esperando día y noche. Por la atención de sus maridos, las que se sentían amadas y felices cuando les daban joyas o las llenaban de lujos.
“Sumisa y obediente. Y vivirás como una Reyna” Que ironía que resulto todo. Mi madre me puso mi nombre, esperando que viviera como ella. Siendo “la esposa de”. Pero yo no iba a ser su sobra.
Si iba a vivir de él. Pero no iba a quedarme siendo la cornuda o la típica esposa. Yo hice lo mismo que él. Me comporte exactamente como él lo hace.
¿Me sirvió de algo? Claro que sí, siempre obtuve cosas de esos hombres. Ellos obtenían mi pasión y deseo, y yo obtenía lujos. Era un buen trato.
Pero por desgracia me embarace, no digo que me arrepienta. Pero no puedo hacerme cargo de ella. La idea de dejar a Brandon solo con la niña, era buena. Pero al enterarme de que no solo sus padres tienen dinero. Sino que también sus abuelos. Fue verlo con otros ojos. Solo debería convencerlo de hacer uso de ese dinero. Lo cual conseguiré, se cómo convencerlo.
Pero eso no significa que deje de lado mis amoríos. Brandon me llega a satisfacer como amante. Pero es algo aniñado.
Me detengo en la sala de estar en donde dejo mi bolso. Noto el gran arreglo de rosas.
— Tus favoritas, amor — dice esa voz tan conocida.
—Gracias cariño. Pero no son necesarias.
Él intenta besarme pero me alejo. Acomodo mi cabello y tomo asiento, de forma elegante. Cruzo mis piernas y lo miro.
—Veo que no has dado a luz — comenta mirando con desdén mi vientre.
— Quedan pocas semanas — digo. — Pero no vengo por eso.
— ¿Entonces a que vienes? ¿Tu amante de turno no te da lo suficiente? — su pregunta cínica me hace reír.
— Si, pero no me quejo. Es buen padre — mi voz destila suficiencia. Sé que le molesta muchísimo cuando presumo las habilidades de mis amantes.
— Si mis chicas son menos promiscuas que vos — dice sonriendo.
— Me alegro tanto.
— ¿A qué viniste? — cuestiona irritado.
Pobre si sigue tan molesto, su cabeza seguirá más calva de lo usual.
Saco de mi bolso los papeles. Y los tiro sobre la mesa de la forma.
— Quiero que firmes el divorcio. Este hecho, solo tienes que escribir con esta lapicera — le doy una. — Y listo, no veré tu asquerosa cara nunca más.
Él mira incrédulo el papel. Luego me mira a mí. Sus ojos van del papel a mí, de mí al papel.
— ¡Eres una perra! — masculla. — ¿Cómo me pides el divorcio a mí?
— Así como lo estoy haciendo. Cariño, acéptalo no eres suficiente para mí. Te casaste conmigo cuando tenía diecinueve años. Ya no puedes controlarme, ya no soy una adolecente. Tengo veintisiete y soy capaz de pedírtelo. Y de reclamar lo que me corresponde por soportarte — mascullo.
Mi tono es neutral. Mi sonrisa cínica.
Sé que soy una maldita perra. Y que en este momento él me está odiando. Pero me importa muy poco. Quiero lo que me corresponde.
Se levanta enojado del sillón. Amina de un lado al otro, masculla palabras sin sentido. Seguramente insulta a mi difunta madre, porque ella nos presentó.
— Firma y no veras más mi cara.
— Ni soñando te llevaras la mitad de lo mío — exclama. Se sienta en el sillón, lee el divorcio. Aunque lo debe saber de memoria, tantas veces nos intentamos separar. Veo como firma las paginas necesarias.
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Editado: 17.09.2021