Una casa, fría y sin sentido. Dentro de aquellas paredes.
Si es que algún día logro, consolido aquel camino, quizás sepa que traen aquellos que regresan. Vienen y van como en un sueño, corren a veces ante una prisa. Hoy no en encontrado nada, ni mi maleta, ni mi vida, ni mis compañeros de cuarto; el sol no se siente, tengo frío.
Acá todos trabajamos solos, vivimos acompañados y nos corrompen los que no son amigos. Hay grupos grandes, pequeños tríos, algunos solos. Todos fundidos. Hoy solo he sentido que es tarde, que la hora se sale del camino, mi labor era a las 6:00, mira tú, no he sentido escalofríos. Estoy en un pabellón de cuartos, arquitectura normalísima puesta, unas franjas arbitrarias y unos 3 o 2 pisos cuadrados. En cada cuarto tres personas, ninguna de las dos me importa.
Ha parado el frío, él sale de su cuarto y mira la pared; parece solo una sombra, un muro vacío. No se asoma nada, no hay nada al parecer, no hay ni puerta, no hay altura; sólo se ve en su primera plana, algo emocionante quizás un gran riesgo. Noto a los vecinos sentimentales, a un par de ellos oscilando entre la amistad y el deseo.
Ya no tengo amigos y mi meca de conocimientos, me dice que no la merezco; he aprendido mucho, lo sé, pero no me llena el vacío.
Me agrada algo, pero no tengo vuelo para un salto, me cuesta ver la luz tras la ventana.
Pero todo parece iluminado.
Esas luces opacan el cielo, no hay ciudades más lejos, no hay un sol nuevo.
Hay un gran uno en el cielo, como si nadie pudiera ser cero. Nunca se mueve, aunque quizás es muy lento.