Dos veces hasta pronto

La noticia

Z O E Y

A las seis y media de la mañana, el aeropuerto de Santa Mónica empieza a cobrar vida. Evelyn aterriza con los primeros rayos de sol y Luke recoge el coche de alquiler para ir a buscarla. Deseo con todas mis fuerzas acompañarlo, pero él insiste en que es mejor que me quede con Sophie en el hostal. Aprovecho para darme una ducha y descansar un poco, aunque me resulta imposible cerrar los ojos por más de quince minutos. Cuando recibo un mensaje de Luke diciendo que ya están en camino de regreso, otro pitido interrumpe. En la pantalla de mi teléfono aparece un mensaje de mi madre.

Con un nudo en el estómago, leo que mi padre la llamó para contarle lo que había pasado y cómo nos quedamos varados en Santa Mónica. Con Minnesota a un vuelo de pocas horas, ella ha decidido venir. La noticia me inquieta. Sé que podría necesitar ese abrazo reconfortante que solo una madre puede ofrecer en momentos de desesperación, pero no me siento preparada para enfrentarla. La idea de su presencia me genera una mezcla extraña: por un lado, deseo estar cerca de mi familia; por otro, siento la necesidad de mantener cierta distancia, porque no es el momento adecuado para que mi madre saque a relucir el tema de la universidad en medio de esta situación tan delicada.

No soy precisamente buena manejando más de una cosa a la vez. Justo cuando termino de ducharme en la habitación compartida con Sophie, llega una tercera notificación. Observo a Sophie en la cama, todavía adormecida y por un momento temo despertarla; ha luchado tanto por conciliar el sueño, por el shock de haber visto a su novio desvanecerse frente a sus ojos, sintiéndose impotente, que no quiero arruinarle el descanso. Sin embargo, ella solo gira sobre su espalda y continúa en silencio.

El hostal es pequeño, casi como una encantadora posada de madera situada a poca distancia de la playa. Decido salir de la habitación y caminar hasta el patio de entrada. Justo cuando el sol comienza a asomarse tímidamente en el horizonte y la brisa suave de la mañana acaricia mi piel, tomo el teléfono y reviso la notificación.

Mis manos tiemblan, y siento cómo el dispositivo casi se escapa de entre mis dedos al mirar la pantalla. Parpadeo, incapaz de procesar el mensaje.

"Mi nombre es Melody Ricohn. Soy editora de la editorial Universo, y después de leer los primeros capítulos de tu manuscrito, estamos interesados en saber más para publicarlo como libro. Si te interesa, contáctame."

—¿Zoey? —mi corazón se detiene. El teléfono se desliza de mis manos y cae suavemente al suelo. Levanto la vista mientras me agacho para recogerlo. Frente a mí están Luke y la señora O'Connell.

—Lo siento, no los escuché llegar —acierto a murmurar, aún aturdida.

—¿Han llamado del hospital? —pregunta Luke, dejando entrever la ansiedad en su voz.

Esta mañana está especialmente distinto, con una barba incipiente y la mirada apagada.

—Nada aún, seguimos sin novedades —respondo, esforzándome por ocultar la emoción que aún me abruma.

La madre de Sam, Evelyn O'Connell, da un paso hacia mí, extendiendo sus brazos y envolviéndome en un abrazo que huele a canela y a tristeza. Sus ojos, cansados y enrojecidos, delatan la combinación de la falta de descanso y la preocupación profunda que pesa sobre ella.

—¿Cómo están ustedes? —pregunta con voz suave, casi en mi oído.

—Desearíamos haber podido quedarnos más tiempo en el hospital, pero al no ser familiares, tuvimos que dejar la sala de espera —responde Luke, tiene ojeras que parecen cráteres, no ha pegado un ojo en más de veinticuatro horas.

—Sé que habrías pasado la noche allí, pero les hará bien descansar. Ahora que estoy aquí, a mí sí me deben dar noticias; es mi hijo —asegura, soltándome con delicadeza para ir a abrazarlo a él, probablemente no sea la primera vez en el día. Conozco bien la relación cercana que tienen. —Mi Sam, solo espero que la suerte esté de nuestro lado y que todo salga bien. Es una agonía tener a un hijo en urgencias y saber que, en el fondo, ha decidido que, si llega el momento de dejar de luchar, no hará resistencia.

—Samuel dijo que había cambiado de opinión y que no se cierra a la idea de una última búsqueda de donante; luchará por ello —intento ofrecer palabras de aliento.

—Después de todo lo que pasó el año pasado, y de lo difícil que lo ha tenido los últimos meses... Es increíble que siga teniendo tantas ganas de enfrentarse al mundo—se sorprende. —Pensé que ya lo había perdido cundo insistió hacer este viaje como lo último que el cuerpo iba a permitirle. Pero escuchar que les ha dicho eso, me da esperanzas a que no. Eso sería increíble.

Y aunque sus palabras sean optimistas, es imposible no escuchar la amargura en su voz. Vuelvo a acogerla entre mis brazos. Verla así es igual de horrible que imaginar a Sam en un quirófano en una operación de riesgo. Mientras hablamos, no puedo evitar que mi atención se desvíe hacia mi teléfono, que todavía brilla con la notificación de la editorial. Por el rabillo del ojo, veo que Luke observa la pantalla, y presiono rápidamente el botón de apagado, deseando que no note mi distracción. No es momento para hablar de esos correos; no con Sam en la UCI y con nuestras prioridades claramente definidas. No puedo ser así de insensible, de egoísta. En este instante, todo pasa a un segundo plano.

A medida que se despliega el día, las horas parecen eternas. A pesar de que Evelyn insiste en que puede ir al hospital sola, tanto Luke como yo presionamos para que nos deje acompañarla. Antes de marchar, Sophie se despierta, por lo que los cuatro nos dirigimos al hospital. Al llegar, nos informan que solo la familia directa puede entrar a ver al paciente. Evelyn logra pasar, y nosotros nos quedamos aguardando en la sala de espera, con el corazón en un puño, mientras ella no desperdicia ni un segundo de sus quince minutos de visita.

Sin embargo, cuando finalmente sale, su rostro lo dice todo. Sus ojos están llenos de lágrimas y, al ver su expresión, el aire parece volverse polvo.




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