Hay varias maneras de catalogar a los diferentes usuarios de la magia. En esta guía expongo la más conocida entre los no eruditos. Primero tenemos a los clérigos, que empuñan el poder de la magia sagrada que les proporciona su dios. Y al igual que lo da, el dios puede retirar su poder de su siervo.
Los usuarios de la magia arcana más habituales son los magos, que dedican su vida a estudiarla, y pueden llegar a conocer una vasta colección de hechizos. Los hechiceros, en cambio, tienen dominio sobre un elemento o meta-elemento en específico pudiendo controlarlo a voluntad.
Y después están todos los demás. Algunos, comúnmente denominados brujos, obtienen su poder al realizar pactos con criaturas extraplanares muy poderosas, como grandes demonios. También están los bardos, que desafían toda lógica, y cuya magia es difícil de clasificar como sagrada o arcana. E incluso hay otros más raros, como los psíquicos.
Por último, cabe destacar aquellos que pertenecen a razas capaces de emplear poderes mágicos de manera innata, como algunas estirpes élficas, los draconianos, y por supuesto, los dragones.
Guía de magia, Volúmen I
Gran mago Sebastián JT, Escuela La vara perdida.
Dunedai se despertó súbitamente al escuchar un ruido desconocido. Abrió los ojos y miró alrededor suyo, buscando el origen del sonido. Se sintió desorientada, no reconocía el lugar. Era horrible, estaba rodeada de madera cortada. Al no encontrar a Erdan a su lado, sintió temor. Él nunca se levantaría sin despertarla. Entonces lo recordó todo. Ya no estaba en su pueblo. Los suyos se hallaban muy lejos, y pasaría mucho tiempo hasta que pudiera posar su mirada en Erdan.
Inmediatamente, su instinto de supervivencia tomó el control. Se concentró en hallar la fuente del extraño ruido que la había despertado. Levantó la cabeza y vio que venía del fondo, donde había dormido el humano del sombrero. “Dorian, se llamaba Dorian. Tengo que aprender a recordar sus nombres, aunque sean extraños”. Estaba haciendo algo con su extraña arma metálica, y esa debía ser la fuente del sonido. Ya desaparecido el miedo, y con cierta curiosidad, se acercó a mirar.
El humano estaba introduciendo dentro de uno de los dos tubos metálicos que componían el arma una varilla muy fina, con cedras por el extremo. Era como un cepillo, pero de un mango extremadamente largo y que limpiaba en todas direcciones. Antes de meterlo en el otro tubo, el humano mojó el cepillo en aceite. “Debe ser para que no se oxide. Los guerreros hacen lo mismo con sus espadas”.
– Siento haberte despertado, Dunedai –el humano habló mientras trabajaba–. Pero prepárate, partiremos pronto.
– Aún queda un buen rato para el amanecer. ¿Tenemos prisa?
– Hemos quedado con nuestra nueva socia a primera hora fuera de la ciudad. Recoge tus cosas y come algo, yo voy a ir despertando a los demás en cuanto termine.
El humano ojeó su labor. Aparentemente satisfecho, guardó sus enseres en un estuche y fue despertando a sus nuevos compañeros, el mago y la drow. El semielfo se despertó inmediatamente y, cuando Dorian le explicó que se marchaban, se levantó y fue a por su mochila. La drow, en cambio, se quejó de que era muy temprano y que el día estaba para dormir, no para vagabundear. Pero al final, ante la insistencia de Dorian, también se levantó de la cama.
Dunedai se dirigió a su cama y observó sus exiguas pertenencias. En la mochila llevaba comida, agua, una muda de ropa y algunos enseres para encender fuego y acampar a la intemperie. También poseía un arco de buena factura, un regalo que recibió de sus padres al cumplir la mayoría de edad, como mandaba la tradición. Aún hoy en día no podía dejar de admirar sus bellas filigranas y la perfección de su acabado. Sabía que su madre había cantado durante todas las noches de una luna, y su padre todos los días, para que la rama del árbol adoptara la forma requerida. Gracias a su esfuerzo, Dunedai había podido participar en la defensa de su pueblo.
Cuando todos estuvieron preparados, salieron de la habitación y bajaron las escaleras. El posadero les preguntó si querían desayunar, pero Dorian le respondió que llevaban prisa. Antes de volver tras la barra, el regordete humano se frotó las manos en su sucio delantal y murmuró algo que Duendai no entendió. Y no debió de ser la única, puesto que nadie contestó. Todos salieron de la posada, y Dorian guió la marcha atravesando las calles de la ciudad.
– Bueno, Dorian, ¿dónde está la persona que habíamos venido a reclutar? –preguntó el mago–. No me digas que rehusó acompañarnos.
– Oh, no, sí que accedió. Pero tenía asuntos que arreglar antes de venir, así que quedé con ella en que nos reuniríamos esta mañana. Mejor acelerar, no vayamos a llegar tarde.
Dorian aceleró el paso. Dunedai no entendía por qué la gente fuera del bosque tenía siempre tanta prisa. Ella preferiría ir con más calma, especialmente al no haber amanecido todavía.
Editado: 17.05.2019