Se detuvo, resollando por la carrera que lo había llevado hasta allí y trató de recuperar el aliento en medio de la nube de vaho que lo envolvía, impulsada por su propia respiración. Alzó la mirada y el disco plateado de la luna pugnó por abrirse paso en un cielo negro y sin estrellas, eclipsado solo por los edificios más lejanos de Luzaria, sombras de afiladas formas a la contraluz. Adrien se ajustó la sudadera y escrutó el entorno con suma atención sin dar con aquello que buscaba. Sacó el teléfono móvil de su bolsillo y deslizó sus dedos entumecidos con velocidad hasta el contacto deseado. Los tonos sonantes solo acrecentaron su nerviosismo y este se multiplicó al no recibir respuesta de nuevo.
—Lo mato... —murmuró con los dientes apretados.
Resopló, enfadado, y después de echar un rápido vistazo a su reloj, se encaramó a la verja que separaba aquel barrio del resto de la ciudad. Saltó al otro lado y aunque solo se trataba de un trozo de metal, sintió que había traspasado una peligrosa línea, una temeraria frontera. ¿Por qué lo habrá citado Chris en aquel lugar y a aquella hora? A esas alturas, ya tenía perfectamente claro que sus encuentros habían de darse bajo el mayor de los secretismos; él mismo lo había aceptado, pero aquello era ya excesivo. Faltaban escasamente diez minutos para que el Toque de Queda sonase y las puertas del tenebroso barrio de Noctia se abrirían, dando rienda suelta a los hijos de la oscuridad, dueños absolutos de la ciudad entre la medianoche y el alba. Así lo dictaba la Ley Común, la misma que convertía en presa a cualquier incauto que se topase con ellos.
Y allí estaba él, frente a la muralla que todos conocían como el Muro de Caronte. Nunca se había acercado tanto con tan escaso margen de huida. No tendría tiempo para regresar a su casa, pero en aquel momento ni siquiera eso le importaba. La única idea que rondaba en su mente era que Christian lo había citado allí, pero no estaba. ¿Y si le había ocurrido algo? ¿Y si las criaturas que moraban en Noctia no habían esperado hasta el Toque de Queda?
No, eso no era posible. La Ley Común se había respetado siempre. No era posible, pero pensar en ello hizo que el corazón le martillease desbocado y amenazase con reventarle el pecho.
Alzó su mano temblorosa y la deslizó sobre la fría roca de la que estaba construido el muro. Nigromantes, demonios, vampiros, brujas y licántropos. Apenas sabía nada de ellos, aunque tampoco era que le hubiera interesado gran cosa de lo que aconteciese al otro lado de aquella mole de piedra. En aquel momento no podía evitar oír la voz de su padre en su cabeza, espetándole reproches por prestar tan poca atención a las enseñanzas sobre los noctis. Su posición le obligaba a saberlo todo, pero Adrien era el hermano pequeño y él siempre había preferido que fuese June la que hubiera de convertirse en una experta en seres paranormales. Al fin y al cabo, un día sería ella quien ocupase el lugar de su padre en el Consejo de La Luz. O al menos, así había justificado él siempre su escaso interés en el aprendizaje.
Reculó unos pocos pasos y calibró cómo podría trepar a través del muro. Quizás fuera menos descabellado ocultarse y esperar a que los portones se abrieran para entrar allí y buscar a Chris. Alzó una ceja, preguntándose si de verdad cualquier idea que lo llevase al otro lado del muro podría considerarse menos descabellada que otra.
El Toque de Queda lo sacó de sus alocados pensamientos y Adrien retrocedió, tratando de que sus piernas siguieran manteniéndolo en pie. Primero sonó la sirena, larga y monocorde, y la desesperación se adueñó de él, que paseó de nuevo sus ojos castaños por aquel negro paraje de marcadas sombras y tenue luz. De pronto los edificios eran monstruos amenazantes, gigantes que le advertían y se burlaban. Cerró los ojos y volvió a abrirlos, convencido de que cada bloque se le venía encima, aprisionándolo. Pero la piedra no se movía ni tampoco hablaba, de modo que desechó las alucinaciones, producidas por el pánico y buscó una reacción. La campana tañía desde algún lugar al otro lado del muro, con tal fuerza que Adrien pensó que no podía estar lejos.
Tal vez debiera de marcharse. Quizás Chris lo hubiera pensado mejor y, por alguna circunstancia desconocida, no hubiese tenido tiempo de avisarle. Puede que algo lo hubiera retrasado y... Diluyó las mil hipótesis que pretendían abrirse paso a porrazos en su cabeza cuando el portón crujió y las hojas del muro empezaron a ceder lentamente hacia el interior. Las bisagras aullaron y un vientecillo frío lo abrazó, helándole hasta el alma.
Las doce sonaron en el tañido de la campana, propagando un eco metálico y apagado que anuló en Adrien cualquier voluntad. No podía moverse, no podía respirar. Se quedó clavado y por primera vez en sus diecisiete años vio lo que había al otro lado. Adivinó un bosque oscuro de troncos retorcidos que se inclinaban hacia delante, como reverenciando al angosto camino que se abría entre ellos. Debía de tratarse de la Vía Negra. Había oído hablar de aquel sendero, que partía Noctia en varios fragmentos de tierra oscura y que llegaba a todos y cada uno de los territorios allí existentes, o terras, como se las conocía, de modo que ninguna raza se viera obligada a atravesar un territorio ajeno para llegar hasta Luzaria. Había un siseo, un movimiento extraño, y a Adrien le faltó tiempo para correr como no lo había hecho nunca cuando un enorme lobo abandonó el encierro del muro para lanzarse a por él. El muchacho trastabilló, pero logró sostener el equilibrio y llegar corriendo hacia la verja, que trepó de forma poco cuidadosa, rasgándose en el costado con un saliente del alambre. Resbaló y gritó al percibir los colmillos del animal hundidos en su pierna. Dolía, pero no importaba. Sacudió el pie con una fuerte patada y siguió subiendo, mientras el lobo trataba de darle alcance de nuevo. Llegó hasta arriba a duras penas y desde allí cayó al otro lado, golpeándose en el codo y en la cabeza. Permaneció aturdido durante unos segundos, mientras luchaba por ponerse en pie, mareado y con la visión borrosa.