Dueña de su corazón

Capítulo 10

Nueva York, cuatro años cinco meses y unos cuantos días atrás.

Las siete de la tarde. «Señor, Marta va a matarme», gimió Alice en sus adentros al mirar la hora en su móvil. Nerviosa comenzó a mover el pie derecho, zapateando contra el pavimento de la banqueta. Tenía casi quince minutos sentada en la parada del autobús, esperando a que el bendito se dignara a aparecer, pero ni sus luces se veían todavía.

La cita con…

«Cena. Solo es una cena para que Marta lo conozca, no una cita», masculló para sí, reacia a que el encuentro fuera catalogado como tal.

La cena para que por fin Marta se deleitara la pupila y pudiera presumir de ello a los demás miembros del club de fans, era a las ocho treinta de la noche; con el retraso del autobús apenas y tenía tiempo de cambiarse, sin bañarse, y salir corriendo hasta la casa de Patricia para recibir a Adam.

Cuando le envió la dirección de donde sería la reunión, pensó que haría preguntas al respecto, pero el actor se limitó a confirmar de recibido con un escueto «ok». El insufrible ni siquiera se interesó por saber a qué clase de lugar irían y por supuesto no se ofreció a pasar por ella. En lo profundo de su corazón deseó que lo hiciera, no obstante, no fue así. Y las posibilidades de que apareciera en su departamento eran nulas. Adam se había tomado muy a pecho su desatinada respuesta en Twitter. Cerró los ojos y agitó la cabeza para espantar el recuerdo, pero le fue imposible. En su mente se reprodujo con claridad la imagen que circuló durante semanas en todos los portales de chismes de la farándula; incluso fue víctima de ataques y burlas de miles de usuarios.

¿Qué les interesaba si ella lo mandaba por un tubo? Pero la gente era así. Todos se solidarizaron con el guapísimo rechazado y millones de mujeres se postularon para consolarlo. Si él no hubiese sido su seguidor en la red social quizá nadie lo habría tomado en cuenta, habría pasado sin pena ni gloria, una respuesta más de las innumerables que de seguro recibía a diario, pero alguien sin oficio jaló la punta y aquello se fue como hilo de media.

La respuesta es no. Ni hoy ni mañana ni nunca aceptaré una cita contigo @afcrow.

Decía el mensaje.

El hashtag #YoSíAceptoAdam fue tendencia por días.

«¡Por Dios, ni que lo hubiese dejado plantado en el altar!», resopló en su interior.

El autobús apareció en la distancia y se paró de un salto, se acomodó la bolsa en el hombro y abordó apenas el transporte se detuvo.

En otro punto de la ciudad, Adam mordisqueaba un chocolate. Decir que estaba nervioso era quedarse corto. Estaba en el balcón, viendo la gente que cruzaba la calle. No sabía qué esperar del encuentro. Meses atrás se resignó a que la doctora Alice no sería para él. Con todo, esas señales que ella emitía, de una semana para acá, lo perturbaban. Le hacían desear cosas a las que ya había renunciado.

«Ahora te quiero cerca, ahora no. Ahora te hablo, ahora no. Hoy soy Adam, mañana señor Crow».

Aunque no lo demostraba, esas contradicciones lo tenían en vilo. Aun así, él no pensaba dar un paso adelante. No mientras ella no fuera clara con sus intenciones y sentimientos. No estaba dispuesto a ser rechazado otra vez; ni siquiera en privado.

Entró al departamento cuando el reloj en su muñeca, luego de consultarlo por enésima vez, marcó las siete con cuarenta y cinco. Tomó la cartera, celular y las llaves del auto de la mesita de centro; estaba listo desde hacía horas, esperando a que el bendito tiempo se dignara a pasar. Le urgía cumplir con el compromiso que en más de una ocasión tuvo la tentación de cancelar.

En el estacionamiento subterráneo del edificio subió a su auto y programó en el GPS la dirección que Alice le envió en un mensaje de texto. Enseguida salió y condujo por las vibrantes calles de Nueva York, guiado por la voz mecánica del aparato.

***

Marta pegó un gritito cuando el timbre de la puerta de entrada repicó por toda la casa. Acababa de retirarse de la ventana desde donde vigilaba, a través de la rendija de la cortina, a que sus invitados llegaran. Corrió a abrir deseando para sí que fuera su solecito ensortijado pues el guapísimo Adam debía estar por llegar. Estaba tan emocionada que quería publicarlo en todos lados. Se aguantó las ganas a punta de amenazas. Patricia fue muy enfática en ese punto, si se filtraba el asunto todo se cancelaría y no tendría otra oportunidad para conocerlo. Y ella no pensaba permitir que eso pasara ni por un millón de seguidores en su cuenta de Instagram.

Sonriente abrió la puerta.

—Buenas noches.

El saludo de su actor favorito fue lo último que la anciana escuchó antes de caer redondita al suelo.

El golpe alertó a Patricia que trasteaba con los últimos detalles de la comida. Salió apresurada, a tiempo para ver a Adam agacharse a auxiliar a su abuela.

—¡Ay, Dios! —exclamó Patricia mientras corría hacia la viejecita—. Adam, por favor, ayúdame a llevarla al sillón —pidió ya de pie junto a él.

Crow no respondió y tampoco se movió, conmocionado por lo sucedido se quedó de pie observando a la dama desmayada a sus pies. En el par de días que transcurrieron desde que aceptara cenar con la doctora Green, se imaginó decenas de escenarios para esta, pero en ninguno figuraba una abuela desmayada.



#941 en Novela contemporánea
#1617 en Otros
#449 en Humor

En el texto hay: amor drama humor, actor celos

Editado: 27.12.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.