Dueña de su corazón

Capítulo 11

La cena en casa de Marta fue un éxito; en todos los sentidos.

Luego de que la anciana se cansara del sermón de su nieta y dejara a esta hablando sola, fue a la cocina e interrumpió a los tortolitos. No fuera que terminaran comiéndose el pastel antes de la cena y eso sí que no. Y no se refería al que Alice guardó en el refrigerador.

—Mi solecito ensortijado, la cena se enfría —le dijo parada bajo el vano de la puerta, con los brazos cruzados y la mirada puesta en A.C.

El par de enamorados, después de separarse sin ganas, fueron con ella hasta el comedor donde Alice realizó la presentación que la anciana llevaba deseando por tanto tiempo.

Adam se mostró encantador con su admiradora, desplegando sonrisas y atenciones a la abuela. Comprendió que la anciana formaba parte del entorno de la mujer con la que quería vivir el resto de su existencia, así que se propuso echársela a la bolsa y ponerla de su lado. Sin embargo, Marta no necesitaba de nada eso; hacía años que la tenía en la palma de la mano.

Esa noche, Adam y Alice no hablaron de su situación sentimental, no obstante, cuando A.C. la dejó en el portal del edificio en que vivía, Alice recibió un profundo beso de despedida; eso y la promesa de verse al día siguiente. Cosa que no sucedió. Y no porque ella se hubiese echado atrás, por el contrario. Al levantarse a la mañana siguiente su primer pensamiento fue para A.C. y su sonrisa ladeada.

En el hospital estuvo distraída, su mente rememoraba una y otra vez la sesión de besos en la cocina de Marta. Miraba el reloj cada tanto, deseosa de que las horas pasaran veloces para ver a Adam. La hora llegó, pero A.C. no. Veinte minutos lo esperó en el jardín del hospital hasta que aceptó que él no aparecería. En vano estuvo al pendiente del teléfono. Ni un mensaje, ni una llamada, nada. El hombre no se manifestó de ningún modo. Ni ese día ni el siguiente.

Fue al tercer día —cuando la decepción y el dolor ya se habían esfumado y dejado solas a la ira y la rabia—, que él apareció durante su turno de la tarde. La interceptó en uno de los pasillos, iba vestido con jeans, una camiseta blanca y la sudadera con gorro que lo ayudaba a ocultar su identidad, sin embargo, ella podría reconocerlo así llevara un costal de papas puesto. En cuanto sus miradas se cruzaron él esbozó una sonrisa que podría competir en luminosidad con el mismísimo sol.

Ella quería ignorarlo. Quería pasar a su lado como si no supiera que bajo esa capucha estaba el dueño de su corazón y pretender que la hermosa sonrisa que le dedicó no hizo que las tripas le saltaran emocionadas. Sin embargo, él no le dio opción. Adam la tomó del rostro y la besó sin pedir permiso. Borrándole con la caricia todo rastro de enojo que en su pequeño ser pudiera habitar.

—Hola. —El guapo actor acompañó el saludo con una lenta caricia de sus pulgares sobre los pómulos de la joven.

—Llegas tres días tarde. —Alice frunció el ceño y arrugó la nariz, haciéndole saber su descontento con el gesto.

—Lo siento. Tuve que salir del país con urgencia.

La doctora Green se cruzó de brazos y se alejó un par de pasos en un intento por no mostrarse tan blanda con él. Este asunto tenía que servir de precedente para situaciones futuras y si lo recibía como si nada se estaría metiendo el pie ella sola.

—Hay unos aparatitos que sirven para realizar llamadas y enviar mensajes; teléfonos creo que se llaman —apuntó con un tono irónico que no pasó desapercibido para Adam.

—Tienes razón, lo siento. —La expresión contrita de su rostro, como si fuese un niño regañado, le produjo un cosquilleo a Alice.

Adam mantuvo su expresión arrepentida hasta que ella sonrió y agitó la cabeza, tal vez resignándose. Le dio otro beso y luego, mientras la abrazaba por los hombros, le preguntó:

—¿Tienes tiempo para un café?

Y así, con un par de besos y una cara de niñito, Alice casi olvidó que Adam la dejó plantada por tres días. Casi.

 

Esa misma tarde, en los pocos minutos que antecedían a la noche, Alice recibió la noticia por la que rogaba todos los días.

—La operación se realizará esta misma noche apenas llegue el órgano. —Harry Williams, cirujano nefrólogo, estaba de pie frente al equipo que lo asistiría en el quirófano.

Alice, si bien se coló en la reunión, no era una de ellos. Se moría por estar presente, pero esas cirugías no estaban a su alcance todavía; sin embargo, no se movería del hospital, se mantendría ahí hasta que el doctor Williams saliera del quirófano y le informara que la intervención fue un éxito. Ella misma se encargaría de que James tuviese los mejores cuidados post operatorios.

Dos horas después, James entraba a la sala de operaciones.

Alice lo cuidó y confortó como lo haría una madre mientras las enfermeras lo preparaban. El niño entró tranquilo, aun así, hubo un momento de tensión cuando lo sacaban de la habitación en la camilla y este le preguntó por Adam. No recordaba qué respondió, en ese momento no le interesaba el paradero del actor. Lo único que le importaba era el resultado de la cirugía.

Agobiada consultó la hora en la pantalla de su móvil.

«Ocho de la noche».



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En el texto hay: amor drama humor, actor celos

Editado: 27.12.2021

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