Dueña de su corazón

Capítulo 12

«James entró en paro».

Mientras caminaba a través del estacionamiento, las palabras de Patricia rebotaban en su mente, vez tras vez. Cuando llegó a la sala de espera el eco seguía negándose a desaparecer.

Se detuvo a unos metros del módulo de información donde, abrazada a un hombre de bata blanca, Alice lloraba. Por el atuendo supo que se trataba de un compañero médico, no obstante, eso no evitó que la sangre le zumbara en los oídos por la forma tan cariñosa con que este la apretujaba.

«James muriéndose y ella…».

No terminó de pensar la burrada que se estaba formulando en su cerebro porque Alice se despegó del hombre y miró alrededor, buscando algo. En el momento que sus ojos se encontraron en la distancia, dejó al doctorcete y corrió hacia él. Al llegar a su lado, ella metió las manos bajo la sudadera abierta y lo abrazó con fuerza, aferrándose a su espalda como si quisiera fundirse con él. A Adam la sangre volvió a circularle con normalidad y el rumor que antes escuchó remitió ante la impetuosa reacción de la doctora.

—Adam, nuestro niño... nuestro bebé... —La frase de Alice salió entrecortada por los sollozos.

El actor la apretó contra sí y hundió la cara en el hueco entre el hombro y cuello de la muchacha, confortándose con el aroma de ella, pero compartiendo su dolor. Por un instante quiso apartarla, mas el amor que le tenía fue más grande que su orgullo. La necesitaba, su alma sangrante anhelaba su contacto y la calidez de ese abrazo en esos momentos tan angustiantes. Los dos lo necesitaban.

Patricia se acercó a la pareja minutos después, con las manos en los bolsillos de la bata se paró junto a ellos y les dio el parte médico.

—Lograron estabilizarlo.

Alice aflojó el abrazo y despegó la cara del pecho de A.C. para mirar a su amiga.

—¿Es cierto? ¿No estás mintiéndome? —La esperanza renació en el pecho de Alice.

La doctora González vio el semblante demacrado de su amiga y decidió que no se ofendería por la pregunta. Alice parecía haber envejecido varios años en menos de diez minutos.

—No, Alice. —Posó una mano en el brazo de la chica y le sonrió—. Pregunté a una de las enfermeras que tiene acceso a quirófano y me confirmo que el doctor Williams logró traerlo de vuelta.

Si la doctora Green hubiese estado en sus cinco sentidos se habría dado cuenta del levísimo suspiro que se le escapó a Patricia al mencionar a su colega, pero su atención fue absorbida por completo en la maravillosa noticia que su amiga acababa de darle.

—Adam. —Alice desvió la mirada hacia él—. ¿Has oído? —Lo tomó del rostro y este inclinó un poco la cabeza hacia abajo.

—Sí, Alice, lo he oído —contestó, sus labios estirados en una sonrisa tocaron con suavidad los de ella. En silencio agradecía que su pequeño niño superara el escollo.

—Regreso a mi puesto, los mantendré informados. —Ambos asintieron con un movimiento de cabeza a las palabras de Patricia, en silencio la miraron alejarse por el pasillo.

Adam observó la sala en busca de alguna silla libre, vio un par a pocos pasos y condujo a Alice hacia ahí. Ya sentados volvieron a abrazarse.

Los segundos pasaron sin prisa, convirtiéndose en minutos y luego en horas. La maquinaria del reloj de pared del lugar parecía pedirle permiso a cada engrane para mover las manecillas, crispándole los nervios a la joven doctora que no dejaba de mirarlo. Durante las primeras horas no hablaron, tan solo se mantuvieron abrazados, recuperándose de las emociones vividas.

Era casi media noche cuando la abuela Marta apareció en la sala de espera del hospital. En la mano llevaba una bolsa que casi rivalizaba en tamaño con la de un campista.

—Mi solecito ensortijado. —La anciana soltó la bolsa frente a ellos y abrió los brazos.

Alice escuchó el mote cariñoso de la abuela y se levantó de un salto a refugiarse en el pecho de la frágil mujer.

A.C. contempló la manera en que Marta González confortaba a Alice y, solo por eso, la anciana se ganó su simpatía.

Minutos después, cuando los sollozos de Alice eran meros suspiros, la abuela rompió el abrazo.

—Vengan, vamos a la cafetería, les traje una deliciosa sopita de pollo con verduras para reponer fuerzas. —Tomó las asas de la bolsa y Adam elevó la ceja al ver el estampado—. Las mandamos a hacer para el club, también trae mi nombre. —Señaló las letras en cursiva escritas en una esquina y luego caminó en dirección a la cafetería.

Alice vio la cara de A.C. y rio quedito. Ella conocía esa bolsa. Marta la jalaba para todos lados, orgullosa de llevar en ella el hermoso rostro de Adam.

—No sé si sentirme halagado o aterrorizado.

La doctora Green soltó una pequeña carcajada y en un impulso se sentó en las piernas del actor.

—Halagado, por supuesto. —Depositó un beso en la mejilla de su novio e intentó levantarse. Sin éxito. Adam la mantenía sujeta de la cintura.

—Ese no es un beso.

—Claro que lo es.

—No. —Adam agitó la cabeza a ambos lados—. Este lo es —susurró antes de enseñarle la diferencia.



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En el texto hay: amor drama humor, actor celos

Editado: 27.12.2021

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