Dueña de su corazón

Epílogo 3

Nueva York, diciembre de 2022.

—¿Cómo está? —preguntó Alice deteniéndose junto a Patricia mientras dejaba a Hope en el suelo.

La niña tenía cinco años y caminaba perfectamente, pero el tiempo era crucial en ese momento, así que en cuanto salió del carro conducido por Jason, se la montó en el costado derecho y entró a toda prisa al hospital.

—Estable —respondió su amiga sin mucho ánimo, segundos después cuando encontró su voz.

Un par de horas atrás, Marta fue ingresada en urgencias por una importante subida de tensión arterial que por poco no le provocó un derrame. La anciana había estado trajinando en la cocina, a pesar de la prescripción médica de guardar reposo luego de su última visita al área de cardiología. Fue Damaris —la enfermera que desde hacía algunos meses estaba al pendiente de Marta—, quien pidió la ambulancia en cuanto se dio cuenta de que la dama iba a perder el conocimiento en cualquier momento.

—Gracias a Dios. —Alice exhaló de alivio.

En cuanto supo que la abuela estaba siendo trasladada al hospital casi inconsciente, salió corriendo de la casa. Habría llegado antes, pero tuvo que ir primero por su pequeña al kindergarten. Adam estaba fuera de la ciudad, filmando algunas escenas para su nueva película “Fuego en el corazón”, motivo por el que tuvo que cargar con la niña hasta el hospital.

—Tengo miedo, Ali —susurró entonces Patricia, mirándola con los ojos llenos de lágrimas.

—Estará bien, Paty. La abuela es fuerte —respondió mostrándose optimista para su amiga, aunque en su interior también estaba aterrada.

—Tiene ochenta y tres años, Ali.

—Y muchas ganas de vivir —dijo la pelirroja, deseando con el alma que la edad de la mujer no le jugara en contra—. Además, Emma es una eminencia en cardiología, estoy segura de que con la ayuda de Dios logrará sacarla de esta crisis.

—Dios te oiga. —Patricia sonrió con tristeza.

Hope vio las lágrimas de su tía favorita —la única que tenía—, y estiró los brazos hacia ella.

—Tía, las princesas no lloran —dijo la nena, recurriendo a las mismas palabras que su padre usaba con ella cada vez que tenía que dejarla en el kínder.

A su pesar, Paty sonrió. Enternecida por el gesto de su sobrina la levantó del suelo y casi se la comió a besos, disfrutando de las risas de la pequeña. Alice aprovechó para llamar a Adam, con las prisas no le había avisado del delicado estado de salud de la abuela.

***

—¡Corte! —gritó el director—. Estuvieron maravillosos —dijo acercándose al par de actores, fascinado con la escena que acababan de lograr.

Todo el mundo se relajó ante las palabras del hombre.

—Gracias, Phill. —Mariana Jiménez, la actriz colombiana que daba vida a uno de los personajes principales de la película estaba exultante.

Era su primera oportunidad en Hollywood después de haber trabajado durante varios años para la televisión hispana en Estados Unidos. Y estaba entrando por la puerta grande, pues era parte de una de las producciones más esperadas del año y, más importante aún, compartía créditos con el actor más cotizado de la industria fílmica: Adam Crow.

—Tomaremos un receso de veinte minutos y continuaremos con la escena en el camarote —señaló Phill en su copia del guion.

—De acuerdo —apuntó Adam y enseguida se alejó en dirección a su remolque, dejando tras de sí los suspiros de todas las mujeres del set.

—Llamó la señora Alice —informó Jake, alcanzándolo antes de que llegara al remolque.

—¿Qué te he dicho sobre las llamadas de mi esposa, Marcus? —preguntó Adam a su asistente que, más que caminar, corría detrás suyo.

—Son prioridad, jefe. —Marcus maldijo en silencio al chismoso de Jake.

Cuando la señora Alice llamó, la escena casi terminaba así que Marcus pensó que no tenía caso interrumpirla y echar a perder horas de trabajo; no tenía ganas de quedarse más tiempo para hacerla otra vez desde el principio.

—Que sea la última vez —exigió a su asistente.

Marcus corrió a abrir la puerta del remolque para que su jefe pasara y luego entró tras él.

—Fueron unos segundos de nada, en serio.

—Si mi esposa llama, me la pasas —ordenó, intentando no perder la paciencia—. No importa si estoy recibiendo un Oscar, tú subes al maldito escenario y me entregas el teléfono, ¿está claro? —Adam no gritó, pero la dureza de su voz fue suficiente para que el pobre hombre temiera por su trabajo, y en una de esas hasta por su vida.

—La señora, jefe. —Jake le tendió el teléfono.

—La señora, jefe —remedó Marcus por lo bajo.

—Cinco años con nosotros y no has aprendido nada. —Jake agitó la cabeza, negando—. Más te vale que aprendas pronto que, para el jefe, nada es más importante que la señora Alice y sus hijos. Nada.

Marcus iba a replicar, pero la voz del actor llamando a Jake lo impidió.

—Avisa al piloto que salimos en una hora, por favor —indicó Adam al custodio, todavía con el móvil pegado a la oreja.



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En el texto hay: amor drama humor, actor celos

Editado: 27.12.2021

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