Dulce Atadura (el Amor De Mis Vidas#1)

Capítulo 7

“A menudo entre nuestros motivos de acción, hay uno más poderoso que los demás: es el que no se dice”. 

«Jean- Lucient Arreat» 

  

  

Sus ojos le duelen debido a la intensidad de la luz que apunta directamente hacia ellos. 

—Ya despertó— escucha una voz—. No fue nada grave. Todo está perfecto. 

—¿Por qué se desmayó? — pregunta la mujer robusta de cabello blanco. 

—Al parecer fue por impresión— alega Serena. Fija su mirada en Andrómeda que aún se está recomponiendo del desmayo—. ¿Cómo te sientes? 

—Yo...— achica sus ojos para fijarse en su entorno.

 Todas la observan preocupados, los niños, sus padres, las enfermeras, los doctores. Sin embargo, su atención se centra en la niña que se oculta detrás de la señora Rupert. Esta vez, reúne todas sus fuerzas para calmarse. Respira profundo y cierra nuevamente sus ojos. Se da cuenta que nada es producto de su imaginación, pues la mujer le susurra cosas al oído a la niña, tratando de calmarla. 

¿Por qué está asustada?  

Se recompone y se levanta. 

—Señora Rupert, acompáñeme al consultorio de neurología— la mujer asiente, mientras Andrómeda camina hasta la puerta—, y traiga a la niña consigo. 

—Andrómeda, la pequeña es... 

—Sígame. 

~~~~~~~~~~~~~~♦~~~~~~~~~~~ 

 

Está sentada en una de las salas privadas de la casa. Tiene la frente en alto, altanera y orgullosa, con la frente en alto y apretando sus dientes para evitar llorar, no se atreve a mirar el rostro severo de su padre.  

— Te encargarás de limpiarles las heridas— asevera él —. Todas y cada una de ellas. 

Suelta una sonora carcajada al oírlo, guarda silencio y lo mira arrogante, puede que sea su padre, pero no lo ve con suficiente autoridad. Después de todo, el hombre se deshizo de sus responsabilidades enviándola con sus tíos, y aunque en su momento pensó que fue la mejor decisión para ella, pues lo conoció a él. No fue así cuando la mandó a estudiar a España. Ella no pensaba igual que él, porque no la había criado. Así que no lo pensó dos veces cuando le dijo: 

—Está desvariando si cree que voy a limpiarle las heridas a ese asqueroso negro. No lo haré. 

—¿Acaso te estoy preguntando, muchacha del carajo? Se las limpiaras, ¡SÍ, O SÍ! ¿En qué pensabas al haberle hecho eso? —«En sus sucias mentiras»—. ¡EL YA NO ES UN ESCLAVO! 

—¡TODOS LOS NEGROS SON ESCLAVOS ! — lo siguiente, ocurrió demasiado rápido.  

En un instante, su rostro se volteó debido a la fuerte abofeteada que recibió de su padre. 

 Sostuvo su mejilla, atónita y sin poder asimilarlo, las lágrimas se acumulan en sus ojos, pero su orgullo es más fuerte, no se atreve a llorar y en cambio, vuelve la vista hacia su padre, que  la mira enojado y sin ningún ápice de arrepentimiento. 

—El ya no es un esclavo— repite más calmado —. Tampoco es inferior a ti ¿Cómo crees que se verá que la hija de un general patriota torture de esta manera a un hombre negro que es libre? ¡Y más a uno como Sonnike! ¡¿Cómo te has atrevido a azotar a un teniente?!— no responde, rechistando sus dientes—. Irás a la habitación donde está Sonnike. 

—¿Le has dada una habitación? 

—Sí, se la he dado. Es lo menos que se merece por tu inmadurez. Irás allá y le curarás las heridas, si no quieres que yo te azote a ti—lo ve horrorizada.  

Su padre siempre había sido bueno con ella ¿Por qué la trataba de esa manera? ¿Era más preciado para él ese hombre que ella? 

—¿Qué te pasó, cariño? —su padre suaviza su gesto al verla tan devastada—. Tú no eras así, jugabas con los niños sin importarte color, religión o clase. No hay día en que no me arrepienta de haberle confiado la crianza a mi hermano. Te cambió a ti...le hizo daño a ese pobre niño que no tenía culpa de sus fechorías. 

—¿Por eso lo tratas como si fuese su hijo? ¿Sientes culpa? Sientes culpa por él y no por nunca estar conmigo después de que madre murió—alisó la falda de su vestido—. Iré a curarle las heridas al bastardo. Con permiso, padre. 

  

  

  

Respira con dificultad. Está bañada en sudor. Como lo hace todas las noches, se oculta entre sus piernas. 

—Tía— Mario, su sobrino mayor llama su atención. Alza la mirada, Mario le sonríe y le vuelve a tender la píldora —. Para que puedas dormir— Andrómeda le sonríe con ternura y asiente, recibiendo el vaso de agua y la aspirina para caer en un sueño profundo, desentendido de sus miedos. 

9:30 am. 

El reloj de Andrómeda señala que está a mitad de la mañana, es decir, han transcurrido 24 horas desde que había hablado con aquella la pequeña niña y la señora Rupert. 

La campanilla de la cafetería suena en el momento que Andrómeda abre la puerta. 

«Por favor, no le diga a mi papá» 

Aunque quiere asimilar esas palabras, o, mejor dicho, aquella conversación, no lo logra. 

Andrómeda cree que los acontecimientos son líneas al azar que algunas veces se cruzan y formaban puntos y, esos puntos, son las casualidades ¡Pero cree imposible que tantas líneas aleatorias maquen tantos puntos! 

—¿Cómo te llamas, pequeña? 

—Andrómeda, la niña es mi pupila, pero su padre es muy estricto— «más bien muy idiota»—. Estaba muy ansiosa de conocerte y conocer la fundación ,es muy insistente. No volverá a ocurrir 

—¿Conocerme? — pregunta sorprendida—. Ese día que te vi, ¿ya me conocías? — la niña movió su cabeza, afirmando. 




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