"Cuando del destino se trata, nunca se puede escapar. Hasta sus agentes intervienen ".
«...»
—Mi nombre es...Andrómeda Dakarai Allister Bambara. Tengo cuatro hermanos; Horus, Harry, Roger y Katherine.
—Excelente— Serena sonríe complacida—. ¿Puedes describirte físicamente?
Asiente—. Mi cabello es castaño oscuro, al igual que mi tez. Mis ojos son pardos.
—¿Qué hay de Sonnike?
Traga grueso. Entrelaza sus manos, nerviosa. Agacha la mirada.
Sonnike.
—No existe…
—No logro escucharte, Andrómeda.
—No existe.
—¡¿Cien millones de dólares?! ¡¿Te volviste loco?!— Elliot lo observa, cansino.
—¿Qué te he dicho de entrar a mi estudio sin preguntar?
—Una mierda, Elliot. Los inversionistas pegaron el grito al cielo por esto— lanza los papeles sobre el escritorio.
El estudio de Elliot es acogedor. La mayoría de las cosas son de madera caoba; el globo terráqueo situado en una esquina, la gran biblioteca que acapara toda la pared, el escritorio y los marcos de pinturas y fotos de él y Elisabeth. El lugar es sumamente anticuado, de hecho, no se había cambiado casi nada desde que la casa fue construida en 1883, el estudio — y toda la casa— conservaba arreglos y detalles que poco a poco eran añadidos por sus diferentes dueños; todos descendientes de los Nicols, la familia de su madre.
Aún recuerda la feliz infancia que vivió en cada rincón de la mansión, siempre llena de primos, tíos, abuelos y amigos cercanos, todo, hasta que su padre decidió aparecer.
—La inversión está hecha y no pienso retractarme. Pueden revolcarse todo lo que quiera— se levanta del escritorio. Toma la botella de brandy que está en la estantería y se sirve un poco.
—No van a invertir en este proyecto. Lo sabes bien.
—En ese caso, yo lo invertiré todo—comenta, indiferente. Frunce el ceño al ver la perplejidad en el rostro de su primo—. ¿Qué?
—¿Invertirás de tu capital personal cien millones? Vaya...es una inusual e interesante sorpresa.
—Firmé un contrato con la señorita Allister, Scott. Debo cumplirlo.
—Claro, claro. Por supuesto. Como si no pudieras anularlo y pagar una indemnización que es la cuarta parte de la inversión— en respuesta, Elliot toma un sorbo del alcohol—. Es evidente que quieres quedar bien con ella...
—Deja de decir tonterías. La señorita Allister me dará sus acciones a cambio de mi inversión. Es una ganar-ganar— se toma todo el licor de golpe—. No son más que negocios.
La carcajada de su primo le irrita más que el líquido que se ha colado por su garganta. Bufa.
—Entiendo. Imagino que por eso bebes el licor de tu difunto padre. Tú, el hombre que odia el alcohol— suelta otra carcajada y lo mira incrédulo—. Admítelo. La doctora Allister te trae loco, sobre todo, porque llevas una semana sin saber de ella. Creo que ya se olvidó de ti. Gracias a Dios.
—¿Quieres cerrar la boca? Todo lo que sale de ella son puras mierdas.
Pero lo cierto es que sí, está más que frustrado y enojado con esa mujer. Se niega a admitirlo pues, fue él quien trazó una clara línea entre ellos.
Después de verla marcharse, no pudo sacarla de su cabeza. Su rostro decepcionado, su frialdad y la última sonrisa que le había dirigido, lo llevan atormentando desde hace días.
Cuando intentó hablar con ella —con la justificación de discutir unas que otras cláusulas del contrato—había enviado un recado con su abogado diciéndole que ahora todo se hablaría a través de él, la había llamado y fue su asistente quien terminó contestando.
«¡¿Que no sabe separar lo personal de lo profesional?!»
Dos semanas sin verla, sin hablarle y repitiendo aquella noche una y otra vez en su cabeza.
—¿Qué crees que diría el tío Dominic? Debe estar retorciéndose en la tumba, viendo como su primogénito no deja de pensar en cierta afroamericana— el comentario es como un empujón brusco que lo trae de vuelta a la realidad.
Se recompone. Su rostro se torna frío e inexpresivo.
—Esa mujer no me atrae en lo más mínimo. Deja de bromear con el tema o voy a despedirte— responde, estoico—. Jamás estaría con alguien como...ella.
Una sonrisa triste se forma en los labios de Scott.
Su primo siempre sería la sombra de su padre, al menos.
Hasta que algo o alguien le abriera los ojos.
—¿Cómo está Elisabeth? No la vi cuando llegué.
—Elisabeth está recibiendo sus clases de piano— dijo cambiando de tema y aún de mal humor—. Llegará en unas horas.
—Me sorprende que la hayas dejado tomar clases de piano fuera de estas cuatro paredes.
—Yo no quería hacerlo, pero sabes cómo es.
—Es como su hermano— afirma—. Sólo que mucho más amable y generosa que tú, pero en cuanto al amor al piano y a la música, son iguales. Puedo imaginarme tu respuesta, pero nada pierdo con intentarlo ¿Por qué no permites que ella la vea? No tiene que saber que es su madre.
—No entiendo por qué te molestas en incordiarme con la pregunta si ya sabes la respuesta.
—La tía Sarah está muy deprimida. No justifico sus malas decisiones contigo, pero al menos dale la oportunidad de que sea madre de Eli. Ella lo necesita. Ambas lo hacen ¿Piensas presentarle a tu harén de "Charlottes?
—Nunca les presento a mi hija— acentúa las últimas palabras—. No hasta que consiga la correcta.
—De aquí a que consigas a tu turbio amor de infancia o trauma psicológico, qué se yo, Charlotte ya habrá hecho su propia familia sin haber tenido una figura materna. Al menos deberías de ser menos estricto y desquiciado con tu estándar. Busca a una mujer diferente, hermano.
—Me gustan las rubias, de ojos verdes—dijo imaginando el retrato que se hallaba en el salón principal—de tez blanca, que sepa tocar el piano, que su sonrisa sea...— la imagen de su mente desaparece de pronto.
Una sonrisa fresca y dulce ahora lo abarca todo junto con unos hermosos ojos pardos.
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Editado: 26.03.2022