« Te conozco. Quizá no de esta vida. Pero mi alma te ha reconocido. De no ser así, mi corazón no latiría así de rápido al verte y no sentiría esta desolación al saber que en algún momento yo te perdí. Sobre todo, no sentiría esta alegría por volverte a encontrar con la promesa que me hiciste de ser feliz cuando nos reencontráramos»
...
La música cambia y todos comienzan a sentarse en las mesas. Andrómeda avanza al ver que él no dirá nada. Tampoco esperaba demasiado de él.
Jadea al sentir como la toma de la cintura y la desvía del camino hacia la mesa que le corresponde.
—¿Qué haces? — no obtiene respuesta. Elliot la sostiene con fuerza y acelera el paso, llevándola fuera del salón bajo la mirada curiosa de todos. Cuando los pierden de vista, se sacude, molesta —¡Cielos! ¡¿Pero qué crees que haces?! Eres el anfitrión de esta fiesta no te puedes escabullir de esa manera ¡Elliot! ¿Me estás escuchando?
Entraron por un pequeño pasillo, al final del mismo había una puerta con un cartel que tiene escrito "Cuarto de servicio". Elliot no lo piensa dos veces, la abre e ingresa con ella.
Andrómeda ve todo a su alrededor, anonadada y sin comprender la razón por la que se encuentra en un cuarto de mantenimiento y no en la fiesta ¡¿Acaso va a encerrarla a allí?!
—¡¿Acaso estás loco?! ¡¿Por qué razón estamos en este lugar?! ¡¿Piensas dejarme encerrada aquí simplemente porque no quiero seguir con esto?! Porque déjame deci...mmm...— los labios de Elliot ahogaron sus palabras.
Elliot rodea su cintura y la atrae hacia su cuerpo, gimiendo contra ella, extasiado porque por fin pudo besarla después de largos y tortuosos días. Ella también suspira, enrollando sus brazos alrededor de su cuello y lo atrae, no queriendo separarse de él.
—Andrómeda...Extrañé tanto besarte...
Ni siquiera sabe porque lo está haciendo o porque la besa y acaricia como si fuese su último día de vida. Lo cierto es, que escucharla pedirle que se alejara, pensar en el solo hecho de no estar junto a ella, lo enloquece.
Es egoísta. Un maldito egoísta.
Pero no puede detenerse.
Esa sensación inexplicable y abrumadora vuelve a inundarlo. Ese sentimiento que siempre aparece cada vez que está con ella hace presencia con más fuerza que antes, logrando que no quiera dejarlo ir nunca.
Sus gemidos, sus susurros, su piel oscura y suave. Lo vuelven loco.
Todo el cuerpo de Andrómeda se sacude ante las sensaciones abrumadoras que le provocan sus besos.
No puede detenerlo, ni siquiera su oarte más racional quiere hacerlo. Es como si todo su cuerpo lo recibiera como una parte vital suya.
—Elliot…
—¿Quieres que me aleje?— la mira, devastado.
—No quiero— cofiesa rendida.
Su oración es como un efecto dominó de emociones que desembocan súbitamente.
Elliot sube su vestido un poco más arriba de sus muslos. Andrómeda jadea al sentir la reacción de Elliot ante su cercanía contra su parte más sensible. La sensación la ambarga de placer y lujuria.
Los besos de Andrómeda se tornan más lentos. Acaricia el cabello de su esposo con calma y besa cada rincón de su rostro con dedicación. Elliot baja la intensidad de sus caricias, disfrutando de aquella intimidad que pone sus latidos a tope. Lo que más amaba de estar con Andrómeda no era el placer que le provocaba, sino el sentimiento de familiaridad y pertenencia que lo llenaba. Como si ella fuera su único lugar.
Esas emociones contenidas terminan por explotar dentro de él al ver la forma en que ella lo miraba.
Esos ojos…
Ya no están vacíos como antes. Son el reflejo de los suyos; repletos de emociones. Podría decir qué era lo que pasaba por la mente de ella sin temor a fallar porque siente que se está desnudando en cuerpo y alma.
Mostrándole todo.
Justo en ese momento, se rinde ante sus sentimientos.
Ya no piensa seguir luchando contra lo que siente. No puede continuar su vida sin esa mirada.
No le importa su color porque es lo que lo vuelve loco, no le importa su condición social porque la ha convertido en lo que es y sí le interesa lo que piensa porque és lo que lo ha enamorado por completo.
Charlotte…
Es un hermoso recuerdo de su pasado. Un amor de infancia que pudo convertirse en un amor real de no ser porque ya lo ha conseguido en esa mujer de ojos pardos. La atesoraría siempre, pero nunca soltaría a Andrómeda. Ella se había convertido en lo más valioso.
Oculta el rostro en su cuello y la abraza, con una intensidad que logra remover aún más el corazón y el alma de Andrómeda.
—Quédate conmigo— murmura—. La mujer que en verdad quiero…,eres tú, Andrómeda.
Se paraliza al escucharlo.
«La mujer que en verdad quiero…,eres tú, Andrómeda»
«La mujer que en verdad quiero…,eres tú, Andrómeda»
Las palabras, la energía y el sentimiento…
Son tan parecidos que apenas y puede distinguir que es real.
¿Seguirá soñando?
¿Eso realmente está ocurriendo?
Asustada por ese extraño sentimiento, sale de su estupor y lo aparta de golpe.
Elliot se siente dolido por su rechazo. No la juzga. Ella aún está herida y comprende que no será fácil recuperarla y lograr que se quede.
—No quiero dejarte ir. No puedo...—le confiesa, angustiado—. Lamento todo esto, lamento si te confundo, pero ni yo logro comprender lo que me ocurre contigo.
Andrómeda le da una bofetada, dejándolo consternado. Apenas y sale de su estupor cuando ella se abalanzo sobre él sin dejar de golpear su pecho.
«La mujer que en verdad quiero…,eres tú, Andrómeda»
«Charlotte...»
«Andrómeda...»
«Charlotte...»
«Andrómeda...»
Elliot toma sus manos para detenerla, sin comprender su arranque de ira, mientras ella solloza, enojada y desorientada.
Andrómeda no sabe de dónde había salido tanto odio y rencor contra él, sólo quería golpearlo y no entendía por qué.
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Editado: 26.03.2022