“El cuerpo no es más que un medio de volverse temporalmente visible. Todo nacimiento es una aparición”
«Amado Nervo»
—Felicitaciones, está embarazada.
Andrómeda mira la pantalla del ecosonograma, aún sin poder creerlo. Sus ojos están abiertos de par en par y su respiración se ha detenido. Desde hace semanas ha estado sintiendo malestares y su período se ha retrasado un mes. Nunca sospechó estar embarazada pues su medicación siempre tuvo como efecto secundario ser un anticonceptivo. Aún y cuando se hizo la prueba de orina y luego la de sangre, se negó a creer que estaba esperando a un bebé. Escuchar los latidos de su corazón fue un duro golpe contra la realidad.
Un hijo.
Tendrá un hijo con Elliot.
¿Qué pasará por la cabeza de él?
¿Va a rechazarlo?
¿No lo querrá?
¿Se enojará con ella por no haberse cuidado lo suficiente?
Vuelve a respirar con dificultad al sentir una mano entrelazarse con la suya.
Se atreve a encararlo, con los ojos nublados y el corazón latiendo a mil por hora. No se había atrevido a mirarlo o dirigirle la palabra desde que vio el resultado de la prueba casera. Temía tanto su reacción. No estaba segura de poder soportar un desplante suyo y tampoco estaba lista para afrontar todo sola.
Cuando sus miradas se encuentran, su corazón se calienta al contemplar los ojos cargados de ilusión de Elliot. Este le sonríe para tranquilizarla, acaricia sus nudillos y los besa.
—Tendremos un hijo, Andrómeda.
Una sensación agridulce se entremezcla en su interior. Saliendo de sus labios se escucha mucho más real. Eso le aterra y, al mismo tiempo, le hace sentirse muy feliz.
Llora. Elliot no duda en ponerse de pie para abrazarla y calmarla. Ella se aferra a él con una mano mientras con la otra toca su vientre.
—Tendremos un hijo, Elliot.
—Así es, cariño.
—¿Estás feliz?
—Como jamás en mi vida lo he estado.
🌻
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—¡Margaret, cuidado! ¡Puedes caerte, jovencita!—grita al ver cómo los niños no dejan de correr detrás del otro—. ¡Leonardo, ten cuidado con tu hermana!
—¡Está bien, madre! —le contesta el niño, sin dejar de carcajearse.
Sonríe al contemplarlos. Han pasado varios años desde que ella y Sonnike se casaron. Para ella (que ha disfrutado de su matrimonio y su familia) el tiempo ha pasado demasiado rápido.
Tuvieron un inicio y un desarrollo desastroso de su relación. Sin embargo, ambos habían decidido poner de su parte para continuar juntos, pues era lo que deseaban. Poco a poco los miedos se fueron difuminando hasta volverse inexistentes y habían aprendido de sus errores y su pasado para construir una nueva vida juntos, lejos de los prejuicios y el qué dirán. El resultado de todo eso fue una hermosa familia de cuatro, llena de amor y estabilidad, esa con la que su esposo había soñado durante toda su vida. Le alegraba, no solo haber sido quien le haya dado la oportunidad de tener una familia, sino de ser parte de ella.
—Niños, es hora de irnos. Ya es tarde y deben cenar para dormir temprano. Mañana llegará su padre y tendremos que madrugar para darle la bienvenida.
Los niños corrieron hacia su madre, peleando entre sí para llegar primero. Sostuvieron la falda de su vestido y caminaron a su lado sin dejar de reír y juguetear. Eran mellizos y poseían ese carácter competitivo desde que tenía memoria.
Después de la cena, acuesta a los niños en su habitación, deja un beso en sus mejillas y se dirige a su alcoba.
Está ansiosa. Su esposo lleva más de dos meses fuera de casa. La guerra era cada vez peor. El bando de Sonnike llevaba ventaja por sobre la corona y es solo eso lo que la mantiene tranquila durante el día. No obstante, durante la noche le resulta imposible conciliar el sueño. La posibilidad de perder a su marido en cualquier momento siempre le atormenta. La felicidad que sintió cuando recibió una misiva avisándole que llegaría fue la mejor noticia que haya recibido en un largo tiempo.
Ansia volver a verlo, abrazarlo, sentir sus caricias y oír su voz. No deja de repetirse todos esos deseos en su mente hasta que finalmente logra quedarse dormida.
4:46 am.
La respiración le falta. Alguien está tapando su boca y no le permite respirar. Abre sus ojos, desmesurados. No logra atisbar nada. Todo se encuentra oscuro.
—Hola, perra — escucha una voz ronca y desagradable murmurar en su oído. Sus latidos se aceleran.
Un único pensamiento invade su mente.
Sus hijos.
Se zarandea y forcejea con todas sus fuerzas. El hombre logra sujetarla con firmeza e inmovilizarla.
»No te muevas, zorra traidora. Mira que traicionar a la corona por un maldito negro… Tú y tu padre son la deshonra de la nobleza.
Sus ojos se nublan y su cuerpo tiembla de pavor.
«¡SONNIKE!»
Apenas y puede escuchar los gritos y los insultos mientras la toma del cabello y la arrastra hacia el pasillo. La amordaza y tapa sus ojos. Los estruendos siguen aturdiéndola. Son muchos y han tomado la casa y todos los que se encuentran en ella. El llanto y el clamor de sus hijos hace que reaccione. Intenta ponerse de pie, pero recibe un golpe seco en su espalda en respuesta por su insolencia.
—¡Leonardo, Margaret! —Otro golpe va directo a su estómago. Se retuerce del dolor—. ¡Margaret, Leonardo! ¡Tranquilos, su padre debe venir en camino!
—¡Mamá!
Siente otro golpe en su vientre, luego en sus costillas, una y otra y otra y otra vez por cada grito que salía de sus labios. Aun así, ella no dejaba de gritar. Rasgaron su blusón e hicieron cosas en contra de su voluntad. A pesar de eso, Charlotte no dejó de tranquilizar a sus hijos, incluso cuando estaba comenzando a aturdirse.
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Editado: 26.03.2022