"Ser profundamente amado por alguien te da fuerza, y amar profundamente a alguien te da valentía".
«Anónimo».
Elliot mantiene la distancia. No quiere presionarla. Teme dar un paso en falso. Aunque sus manos claman por sentir su tacto, se mantiene quieto.
—¿Tú, cómo estás? —le pregunta él, sin apartar la mirada. Sus ojos se fijan en su vientre—. ¿Cómo está el bebé?
Andrómeda sonríe, temblorosa. Al ver los ojos de su esposo, comprende que está evitando cualquier terreno peligroso que pudiera incomodarla y volver más tensa la situación entre ambos. Le agradece. Aunque está dispuesta a decir toda la verdad, no significa que está lista para hacerlo.
Le conmueve la comprensión que Elliot demuestra, pero contradictoriamente también le hace sentirse miserable, pues ella no tuvo esa misma comprensión con él.
Verlo rompe su corazón. Tiene bolsas debajo de sus ojos enrojecidos.
—Estamos bien… Pero imagino que tú no lo estás. Vi a Elisabeth en la casa de los Nicols.
Elliot sonríe con amargura.
—Sabía que Scott me estaba mintiendo cuando dijo que no estabas allí.
—Hizo lo que le pedí. No lo culpes. —Un silencio incómodo se forma entre los dos. Andrómeda remueve sus manos, inquieta—. ¿Qué hay de ti? —Sin pensarlo, corta la distancia entre ambos y sujeta su rostro—. Mira nada más cómo estás. Santo cielo…— abre sus ojos desmesuradamente al tocar su frente—, tienes fiebre. No sé cuántas veces te he dicho que tus defensas son como las de un pollo. Debes alimentarte bien y tomar vitaminas o de lo contrario no pasarás de los cuarenta… —su voz sale en un murmullo quebradizo. Siempre ha sido susceptible, pero con los últimos acontecimientos y las hormonas del embarazo se ha sentido aún más sensible.
Al notar lo que había hecho, aparta su mano. Elliot la sujeta antes de que termine de alejarla y la reposa en su rostro. Cierra sus ojos y frota su barbilla contra la palma de la mano de su esposa, deleitándose con aquel tacto que había extrañado.
—Tú eres mi mejor medicina, Andrómeda.
El calor abrasador que provocaron sus palabras recorrió entera a Andrómeda.
Aparta su mano de golpe al oír la puerta abrirse.
Leila entra, sosteniendo un maletín. Lo deja sobre el escritorio, imperturbable.
—Supuse que necesitarías esto. No se ha alimentado bien los últimos días y siempre ha sido un debilucho —le dice a Andrómeda. Mira a su nieto con reproche y se retira con la misma calma con la que había entrado.
Al acercarse al escritorio, Andrómeda nota que es su maletín médico. Lo había traído durante su reposo laboral por si alguna emergencia ocurría. Alza la mirada hacia Elliot.
—Está muy enojada conmigo —comenta él.
—Está preocupada, que es diferente. No es para menos. Toma asiento, Elliot. Voy a tomar tu presión.
Elliot la obedece sin chistar. Andrómeda saca el tensiómetro digital para colocarlo en su brazo. Él la observa atentamente, sintiendo un doloroso nudo en su garganta. Andrómeda no le ha mencionado nada, pero es consciente de que su última discusión le ha afectado tanto como le ha afectado a él.
»Tienes la presión arterial muy baja. Vamos a la habitación.
—Preferiría quedarme aquí.
—Yo preferiría que levantaras tu trasero para ir a la habitación —espeta—. No has descansado. De seguro por eso te has descompensado tanto.
—No quiero descansar, yo solo… —la observa, suplicante. Solo quería abrazarla, pero sabía que había un enorme abismo entre ambos—. Hablemos…
Los problemas lo están consumiendo. La situación con Elisabeth se escapó de sus manos. La de Andrómeda va por el mismo camino. Tiene en claro que ella está evitando tocar el tema y que nuevamente estaba comenzando a alejarse de él. Los problemas en Gambia van en aumento. Ha logrado convencer a Charlotte, la hija y directora de campaña del senador Smith, para interceder y hablar con el gobierno de Gambia, pero el proceso seguirá siendo largo y peligroso. No quiere que nada de lo que está ocurriendo en el otro continente mortifique a Andrómeda y afecte su embarazo. Sabe que el proyecto es importante para ella y está dispuesto a hacer lo que sea para que se lleve a cabo sin ningún contratiempo que pueda ponerla en peligro a ella o a su familia. Sin embargo, no tomó en cuenta que él también podía ser la fuente de los suplicios de su esposa por sus impulsivas palabras.
El semblante de Andrómeda se suaviza al verlo. Recuerda de golpe la razón por la que ahora se encuentran así y se da cuenta de algo que se había dedicado a ignorar todos esos días lejos de él.
Sus palabras la han lastimado. Las fotos que vio la han herido y el pensamiento de que él no la ama ha sido una dolorosa estocada al corazón.
Está enojada. No quiere hablar, pero tampoco quiere dejarlo solo en ese estado.
—Vamos a la habitación, te examinaré allá. Te sentirás mejor una vez que te recuestes.
Elliot asiente con desgana y se pone de pie. Ambos se dirigen a la recámara. Andrómeda le envía un mensaje de texto a Joseph para que le lleve algo de comida y se sienta en un costado de la cama para terminar de examinar a Elliot. Mientras, él la observa, absorto en cada detalle de su rostro y rogando porque lo mire a los ojos, aunque sea una milésima de segundo.
Quiere besarla. Desea con vehemencia atraerla a él, abrazarla y hacerle el amor todos los días de su vida. No quiere desperdiciar otro día en conflicto con ella y lidiando con su distancia. Le duele que esté tan distante, pero tampoco desea presionarla sabiendo que siguen en una situación delicada.
Andrómeda coloca el estetoscopio en su pecho. Elliot cubre su mano y la aparta suavemente.
—Estoy bien. No deberías hacer esto —comenta con voz sutil. Le da una media sonrisa—. Se supone que la que debería estar en cama eres tú.
Andrómeda guarda el estetoscopio en el maletín, inmutable.
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Editado: 26.03.2022