Dulce Equivocación

*4* RESPONSABILIDADES

"SALMA"

 

Hay una enorme diferencia entre querer y poder. Por ejemplo, yo quería ponerme el vestido negro que usé cuando me gradué de repostera, pero  después que tuve a las gemelas mi cuerpo no volvió a ser el mismo, así que me tocó recurrir al exótico y colorido armario de mi amiga, que siempre fue más delgada que yo.

—Eso te queda perfecto.

—¿Tú crees? —Me miro en el espejo, haciendo diferentes poses, como en una sesión fotográfica, pero aún no estoy convencida.

—Deja de criticarte. Te ves preciosa —me anima, con una sonrisa.

Tati le da el visto bueno porque a ella siempre le gustó vestirse provocativamente, claro, con el cuerpo que tiene, quién no lo haría. Pero yo soy más conservadora, al menos, desde que nacieron mis hijas.

—¿No hay algo más recatado? Menos llamativo. Ya sabes: ropa de mamá.

¿Ropa de mamá? —Suelta una risita—. Solo a ti se te ocurre. Tienes veinticinco años, Salma, luce tu cuerpo, no lo escondas.

—Es que si por mi fuera pasaría desapercibida. —Busco entre el montón de ropa que hay sobre la cama y logro dar con un pantalón ancho color crema, le doy un vistazo y acaricio la tela.

—Si por ti fuera no volverías a tener vida social. —Intenta quitarme el pantalón, pero forcejeo—. Esto es un disfraz.

—¿Un disfraz de qué?

—Un disfraz de mujer aburrida.

—¡Tati! —Me rio, pero en el fondo no es gracioso—. Estoy hablando en serio.

Ella resopla.

—Es de mamá, lo debí agarrar por equivocación, y no lo vas a usar.

—Pero…

—Salma.

—Bien. —Cedo, soltando el pantalón.

Además del atuendo que me armó mi amiga, me maquilló con una base de alta cobertura que borró toda imperfección en mi rostro, entre ellas, mis enormes ojeras a causa de tanto trasnocho. Por último, quiso hacerme unas ondas en el cabello, pero como es tan liso, se desvanecieron en un par de minutos, así que  mejor lo recogió en una media cola, que decoró con una trenza.

—¿Lista?

—Eso creo.

—Ay vamos, cambia esa cara, que en vez de a divertirte, parece que vas al matadero.

 

************

 

Lo primero que veo cuando bajamos del taxi es  un estacionamiento frente a un edificio de tres plantas, compuesto por una torre central con un piso de más, en cuya pantalla se anuncian comerciales de prestigiosas tiendas de ropa, que ni en mis mejores  sueños podría comprar. El  resto de la fachada es una serie de carteles iluminados de restaurantes de comida rápida y una tienda de instrumentos musicales, cuya gigantesca guitarra les da la bienvenida a sus compradores.

Atravesamos el estacionamiento sin hablar, acompañadas únicamente por el ruido de nuestros tacones, y el de la autopista.

Es complicado caminar de prisa con estas botas; yo no quería ponérmelas, pero Tatiana insistió en que están de moda, al igual que la mini falda de animal print que llevo puesta.

Escucho la voz de un niño y lo buscó con la mirada, viene saliendo de un restaurant acompañado de dos adultos y de un paquete de papas fritas que se saborea como si fuera la comida más deliciosa del mundo. No puedo evitar pensar en mis hijas, en qué estarán haciendo ahora, ¿y si les da por llorar? Eso me recuerda el primer día en que fueron al kínder, creo que lloré más yo, de lo que lo hicieron ellas.

Finalmente, llegamos a la entrada, donde vigila un  guardia de seguridad que al reconocer a mi amiga, nos deja entrar.

La puerta nos conduce a una escalera descendente, desde donde puedo ver las luces girar en diferentes direcciones y oír la música estridente mezclada con las voces de cientos de desconocidos, que se mueven en el mismo sentido que un auto sin control… Y hablando de control, el lunes tengo que llevar a las gemelas al control médico, ojalá está vez Sienna si pueda dejar de tomar esos medicamentos.

Tatiana se percata de que no avanzo, y se regresa.

—A ver, ¿qué pasa ahora?

—Creo que lo mejor es que regrese a casa.

Se lleva la mano a la frente y agarra una respiración profunda, intentando ser paciente.

—Salma Madden, tú no me vas a hacer esto. Vas a entrar y te vas a divertir como una persona normal.

—Es… Las gemelas me pueden necesitar.

—Las gemelas están bien. Están con tu madre, ¿no?

—Sí, pero…

—Por amor a Dios, ¿a qué le temes tanto?

Resoplo.

—Supongo que a no ser una buena madre.

—Pero eso no tiene sentido. Eres una excelente madre.

—Dejé a mis hijas, Tati, y por más que se trate de su abuela, ellas están pequeñas y no están acostumbradas a pasar la noche lejos de mí. ¿Y si a Sienna le da fiebre?...Además, mira como estoy vestida, ya no soy una chiquilla, y tengo un millón de responsabilidades. No es correcto que esté aquí, solo porque estoy estresada. —Mi amiga se cruza de brazos, eso quiere decir que su paciencia se acabó—. Cuando seas madre me entenderás.



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En el texto hay: amor embarazo

Editado: 08.01.2023

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