Las clases ya habían comenzado en la facultad de arquitectura y todo parecía marchar normal en estos primeros meses; tenía los mismos compañeros de hace un año atrás y uno que otro se habían retirado de la carrera.
Los rumores de que llegaría una de las mejores estudiantes de la Universidad de Cambridge a nuestra facultad se encontraba recorriendo los pasillos durante toda esta semana.
El director nos había hablado muy bien de la nueva estudiante y por las notas que tenía me imaginaba a una chica casi igual a la que se sentaba delante de todos.
Gafas grandes, cabello mal arreglado o cogido en una coleta, faldas largas, buzos anchos y como su pasatiempo favorito: pasar tras los libros de la biblioteca durante horas y horas.
─Buenos días, jóvenes.─ saludó el director sacándome de mis profundos pensamientos.
Todos nos paramos ante su presencia y el hizo el ademan de que nos sentáramos con ambas manos.
─Estoy aquí por un único motivo.─ su rostro serio apareció. ─Como todos sabrán, el día lunes les fue informado que tendrán una nueva compañera de carrera.─ comunicó mientras se empezaban a desatar los susurros de mis compañeros y no era para más. Nadie en su sano juicio se muda al otro lado del mundo y mucho menos se cambia de universidad a mitad de año. ─¡Silencio, jóvenes!─ nos reprendió el director y todos nos quedamos en total silencio. ─Es un gusto para mí presentarles a Mirimah Evans.─ cuando pronunció su nombre, mi vista se dirigió directamente hacia la puerta y fue allí cuando todo mis estereotipo de nerd cambio.
Una chica alta con cabellera rubia caía en ondas sobre sus hombros y espalda; un vestido negro que se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel que dejaba mucho a la imaginación con ese escote pronunciado en el pecho; unos tacones rojos que definían sus piernas estilizadas y…
¿Tres hombres? ¿Por qué era acompañada por tres hombres?
Ella caminó hasta posarse en el centro del salón mientras uno de los hombres se paraba tras de ella y los otros dos se quedaban resguardando la puerta.
─Es gusto para mí que me aceptaran en tan prestigiosa facultad y a usted señor Brown por darme esta oportunidad.─ hablaba con fluidez, tan relajada con esa voz tan suave que contenía un toque de acento británico.
─El gusto es de nosotros.─ le sonrió amablemente el director. ─Espero que la hagan sentir como en familia y que tengan un buen día, jóvenes.─ anunció el director para luego retirarse, sin decir más nada.
─Señorita Evans, puede tomar asiento donde usted guste.─ le dijo con picardía el profesor de Construcciones II.
Reí en mis adentros al ver lo que hacía el famoso profesor Hidalgo; no era algo nuevo él, se lo conocía por seductor y coqueto con las estudiantes pero nada más.
Ella le sonrió amablemente y recorrió con la mirada todo el salón fijando su mirada en mí por unos largos y eternos segundos, sus ojos azules atraparon los míos y sentí como una extraña sensación recorría mi cuerpo.
─Cariño, ¿Te sucede algo?─ Helena habló con esa voz chillona que tanto odiaba escuchar, rompiendo el encantó de la mirada de aquella chica hermosa que tenía delante de mí.
Me giré gentilmente hacia ella. ─Nada, preciosa.─ disimule una sonrisa que se borró casi al instante.
Helena podía ser la chica perfecta para cualquier persona: ojos verdes, cabellera rojiza, un cuerpo curvilíneo y unas piernas largas y estilizadas; el único defecto es que era demasiado infantil y no era lo que yo buscaba en una persona.
O mejor dicho, aun no sabía lo que buscaba pero estaba seguro que cuando aquella persona llegase mi corazón será capaz de reconocerla con tan solo verla por primera vez.
Volví a mirar hacia al frente con la intención de observarla nuevamente pero ella ya no estaba, sentí una mirada fijamente en la parte de mi cuello, disimuladamente me giré un poco y ahí estaba ella con una sonrisa de boca cerrada y sus ojos estaban fijos en mí.
Mi mirada instintivamente se dirigió un poco más atrás y me encontré con aquel hombre vestido de negro, podía sentir como me observaba fijamente tras esas gafas oscuras y una sensación de miedo recorrió mi columna vertebral.
Una mano se posó sobre mi hombro e hizo que me sobresalte por el leve tacto sorpresivo.
─¿Se encuentra bien, señor Abraham?─ preguntó el maestro y solo me limité a asentir, él siguió caminando y explicando la clase del día de hoy.
Mi mirada se centraba a cada segundo en el reloj que reposaba sobre el pizarrón; los minutos parecían no avanzar y la sensación de que me seguían mirando aún estaba presente.
─Eso es todo por el día de hoy, jóvenes. Nos vemos en la siguiente clase.─ concluyó el profesor antes de desaparecer por la pequeña puerta.
Tomé mi libreta de apuntes y las demás cosas que reposaban sobre el escritorio, introduciéndolas en la mochila; era hora de un pequeño receso, antes de la siguiente clase.
Preferí salir del salón sin mirar atrás y avanzar hasta la cafetería de la facultad; me decidí por unas galletas de sal y una taza de café, tomé mi pedido y me acerqué a la mesa más cercana que se encontraba vacía.
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Editado: 13.09.2018