Los viernes por la noche se habían convertido en los días más esperados por Rachell, era su tiempo para compartir con Samuel, no sólo momentos sexuales también disfrutaba de la amistad que habían forjado, nunca antes había tenido tanta compenetración con un hombre. Hasta discutir con él era sublime.
Habían programado pasar un fin de semana en el apartamento de él y otro en el de ella, esa noche le tocaba a ella darle la bienvenida por lo que se encontraba ansiosa esperándolo.
Los minutos en el reloj no avanzaban, le había dicho que llegaría a las nueve de la noche y las agujas parecían haberse detenido en las ocho menos cinco. Era tal la agonía, que revisó la pila del reloj en su mesita de noche, pero funcionaba a la perfección, al igual que el digital en su teléfono móvil. El tiempo parecía estar en contra de su inusitada ansiedad.
Tardó en el baño por lo menos dos horas, se hidrató la piel, perfumó y colocó un picardías blanco. Además, se había hecho ondas suaves en su cabello para no presentarse con el mismo estilo de siempre.
Deseaba verse distinta y no esperarlo con vestimenta casual. Debía admitir que se sentía bastante sensual, a pesar de no llevar maquillaje, era de esa manera en que Samuel la hacía sentir cada vez que la miraba con ese deseo que ardía en su mirada.
Faltaba mucho tiempo y sino buscaba algo que hacer para distraerse, terminaría por salir a buscarlo. Caminó en su habitación de un lado a otro, admiró por la ventana la calle a ver si vislumbraba alguno de los coches de Samuel, pero él no aparecía y el tiempo no transcurría. Se dejó caer al borde de la cama y liberó un resoplido de algo muy parecido a la frustración.
—¿Qué tienes Samuel Garnett? ¿Qué tienes que me haces desearte de esta manera? Me desconozco totalmente —esbozó y se llevó las manos a los cabellos, intercalando sus dedos. Llevada por la ansiedad que galopaba desbocada por su ser—. Esto no es sano, no puede una mujer sentir tanta necesidad por un hombre, ningún ser humano debería sentir que cada minuto de su tiempo le pertenece a otro.
Se puso nuevamente de pie y le dio otra vuelta a la habitación. En su repetición de acciones casi desesperadas, divisó sobre su escritorio uno de los blocks de dibujo y sabía que la única forma de sacarse a Samuel de la cabeza y de sus ganas, era concentrarse en lo que le apasionaba con la misma fuerza con que lo hacía el carioca.
Cogió el block, el lápiz y con decisión se fue hacia la cama, metiéndose en ésta. Acomodó varias almohadas en su espalda y se dispuso a dibujar, a crear algún diseño que le viniese a la mente y que le quitara el lugar a las imágenes de Samuel revoloteando en su cabeza.
Intentó dejar fluir sus ideas, pero no lograba concentrarse en otra cosa que no fuese Samuel. Ansiaba tenerlo cuanto antes allí, susurrándole todas las emociones que ella le hacía sentir. Deseaba que le arrancara el bendito picardías, que ya empezaba a sofocarla; estaba segura de que cuando llegara, se le haría imposible ocultar la excitación que la invadía. Sus pezones dolían y se asomaban ansiosos con el color más intenso, dejándose ver a través de la transparencia.
Debía preguntarle a Sophia, porqué cada vez que se topaba con alguna mujer que había formado parte del pasado de Samuel, o con alguna que lo mirara con deseo, se despertaban en ella unas ganas incontrolables por tener sexo con él.
Que otras mujeres desearan a Samuel la excitaba muchísimo. Apenas pudo controlarse el día anterior, durante la comida que compartieron con Diogo y Gina.
Y para su mala suerte, Samuel lucía gallardo con su uniforme de fiscal. El traje negro de corte italiano y la corbata en color rojo granate, aumentaban su temperatura corporal. Nunca se había imaginado follando con ningún hombre mientras comía, en cambio con Samuel, se imaginó escabulléndose al baño.
Se armó mentalmente la ardiente escena, tan sorpresiva y arrasadora, como la que vivieron en el pub en Los Ángeles. Sabía que Samuel se había dado cuenta de lo perturbada que se encontraba. Por eso le había colocado una mano en el muslo susurrándole que se calmara, ahogándole en el oído esa risa ronca que tanto le gustaba y que sólo aumentaba su deseo ardiente.
Samuel sabía interpretar cada una de sus reacciones, a él no podía esconderle nada. No tenía la fortaleza para mantener el control en sus manos y en el punto en que se encontraba, definitivamente ya no le importaba.
Apenas logró trazar las líneas de lo que sería un diseño, tal vez un vestido de gala. Lo imaginaba sensual y fácil, muy fácil de quitar o tal vez con un sugerente escote en la espalda. Sería muy apropiado para una reunión importante y haría que la espalda desnuda, le diera al hombre el placer de acariciarla delante de los demás. Daría la sugestión de ofrecer la propia piel a unas manos masculinas, que podrían ir preparándola con caricias para el final de la velada o ¿por qué no?, invitaría a escaparse a algún rincón en medio del evento, para saciar el deseo que consume a una pareja que sin demoras quiere entregarlo todo.
—Buenas noches —La voz de Samuel la sorprendió.
Levantó la mirada y apenas podía creer que el tiempo había transcurrido en medio de su fantasía creativa, el boceto la había absorbido más tiempo del imaginado. Dejó caer el block de dibujo sobre sus muslos y sin saludar ladeó la cabeza para comprobar si ciertamente los minutos se le habían pasado como agua entre los dedos, pero no, aún faltaban treinta minutos para la hora acordada.
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Editado: 20.04.2022