Cuatro copas con champan Rose y pétalos de Rosas, tintinearon entre sí, en medio del brindis que se llevaba a cabo en una de las mesas del restaurante francés Daniel, ubicado en Upper East Side, Manhattan.
—¿Cuál será el destino de la luna de miel? —preguntó una exuberante rubia de ojos azules, descendiente de rusos.
—En Mónaco —contestó emocionada la chica que contraería nupcias en unas semanas. Era la hija de un famoso empresario neoyorquino y para ella, Rachell había diseñado el vestido de novia—. Aunque Roger quiere que visitemos algunas islas griegas.
Rachell admiraba la euforia de la chica, y apreciaba que las demás compartieran su alegría, pero a ella no le sucedía lo mismo. No se emocionaba de la misma manera, no le encontraba sentido a tal alarde. La habían retado para que diseñara un vestido de novia y admitía que había quedado hermoso, se había emocionado al dibujar el boceto y al admirarlo completamente terminado, se llenó de satisfacción, pero sólo eso: ver su diseño terminado. Le apasionaba crear y admirar la sonrisa de satisfacción de sus clientas, sin embargo nada más movía sus fibras internas.
Le dio un discreto sorbo a su Rose Royale, mientras observaba a la futura novia buscar algo dentro de su bolso de diseñador alemán.
—No se las envié, porque quería entregárselas personalmente —les hizo saber, y les extendía un sobre en colores champan y vino a cada una de las chicas presentes.
—Gracias —le dijo Rachell con una amable sonrisa, pero mucho antes de recibirlo, ya había decidido mentalmente que no asistiría al evento. Tenía unas semanas para encontrar la excusa perfecta—.Son preciosas —Verdaderamente le parecieron muy bonitas con un acabado elegante y romántico, pero eso no era suficiente para encantarla y hacerle querer ir a la boda.
—Son maravillosas Rach, creo que todo saldrá como lo he soñado —Los grandes ojos azules de la chica tenían el brillo especial de la alegría y le tendió la mano a Rachell para estrecharla.
—Estoy segura que así será —le dijo recibiendo el apretón de su clienta.
—Rach, por cierto, amé tu presentación en el Fashion Week —La otra chica que se encontraba al lado de Rachell, desvió el tema de conversación ya que al ser la madrina de la boda estaba saturada del mismo argumento.
—Sí Rach, tus diseños son grandiosos, estoy segura de que dentro de poco tendrás el mayor de los éxitos —alegó la rubia con colágeno en los labios—. Sobre todo el cierre, amé ese cierre que nos dejó algo desconcertados. Y me encantó que fueses tú quien lo hiciera y no una modelo.
En ese momento Rachell no pudo evitar removerse con moderación en su silla de terciopelo rojo. El tema despertó los nervios en ella, no tenía la más mínima idea de qué respuesta dar y para ganar tiempo bajó sutilmente la mirada a su champan.
—Me alegra que te haya gustado —La sonrisa que esbozó aparentó una seguridad que verdaderamente no poseía en el momento y recordó que intentarían hacer algo con el maldito video para la publicidad de la colección en la cual estaba trabajando—. Me gustaría contaros por qué cerré de esa manera el desfile, pero por ahora no puedo hacerlo.
—Seguro que te traes algo entre manos, estoy ansiosa por saber qué es —prosiguió Xenia con su mirada puesta en Rachell.
—Lo que si me interesa saber es ¿cómo lograste moverte de esa manera? —intervino Iris, la chica de ojos marrones—. Dejaste a más de uno con la boca abierta, hasta mi novio se quedó pasmado al verte, aunque el muy cabrón trató de disimularlo, pero ya sabes cómo son los hombres. —Puso los ojos en blanco, al tener la certeza de preceder las actitudes masculinas—. ¿Recibiste clases o algo por el estilo?
—Recibí clases, pasé meses intentando hacerlo —Rachell contestó casi automáticamente e imploraba en silencio que cambiaran el tema.
—¿En alguna escuela en particular? Porque quiero inscribirme, estoy segura que aprender un poco de pole dance me vendría muy bien, como arma de seducción, y también para mi figura —preguntó Xenia, más que interesada en aprender a moverse de la misma manera que lo había hecho la diseñadora en el video.
—No. Tuve una profesora particular… Desgraciadamente ya no está en Nueva York —objetó con seguridad para que no le hicieran más preguntas que no estaba segura si podría responder con la misma facilidad.
—Me he entusiasmado y quiero aprender un poco, porque sé que mi novio estará eternamente agradecido —continuó Xenia, y cogió su copa para darle un sorbo a la bebida. Rachell le sonrió casi obligada.
—¿Y no lo has puesto en práctica con el fiscal? —escudriñó la futura novia con picardía fijando su mirada en las pupilas de Rachell.
—No, no lo he hecho, sólo lo aprendí por asuntos laborales —Al parecer no le sería fácil librarse de ese desagradable momento.
—¿Estás loca? Tienes un don para mover el culo, ¡Oh Por Dios! —le reprochó, casi sin poder creer que Rachell Winstead no utilizara a favor la destreza que poseía—. Debes aprovechar, enloquecer a ese hombre hasta que te pida matrimonio. Ya no tendrías que preocuparte por nada, tu suegro es uno de los hombres más influyentes del mundo, y no tendrías que diseñar si no quieres, el futuro para ti estaría asegurado.
—Quiero diseñar —determinó Rachell, y no pudo fingir ningún tipo de sonrisa, porque el enfado que estalló en ella no le dejaba actuar de manera hipócrita—. Mi relación con Garnett no tiene que ver con su apellido, ni mucho menos con asegurarme el futuro, porque mi futuro no consistirá en depender de la fortuna de mi marido, dependerá de mi propio esfuerzo —No se arrepintió de las palabras que dijo y aunque así hubiese sido ya no podía retirarlas.
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Editado: 20.04.2022