Cuando Henry Brockman se proponía algo no había fuerza sobre la tierra que lo hiciese desistir, por lo que después de varios intentos y para la mayor de sus suertes, se enteró de que Richard Sturgess se encontraba nada más y nada menos que en Nueva York, hospedado en el Waldorf Astoria.
Solo le quedaba concretar una reunión con él, para hurgar de manera sutil en su pasado con Rachell y encontrar la medida de presión para que ella cediera.
—Jesica necesito que me pautes un encuentro con Richard Sturgess —informó a su secretaria entregándole un papel con los datos del multimillonario—. Él se encuentra en el hotel Waldorf.
—¿Para cuándo la necesita señor? —preguntó, mientras deslizaba y pulsaba con sus dedos en la pantalla de la agenda electrónica en sus manos.
—Lo antes posible, te dejo la tarea de convencerlo, dile que el presidente de Elitte está interesado en algunos negocios con él y que aprovechará su visita en el país para hacerle algunas propuestas.
—Bien señor, en este momento me comunicaré con el señor Sturgess… ¿Desea algo más?
—No, por el momento eso es todo, apenas tengas respuestas me avisas.
—Sí señor, con su permiso.
Henry solo le hizo un vago gesto con su mano para que se retirase y una vez más se sumió en sus pensamientos.
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Aunque algunas veces Samuel pareciera una máquina sexual, definitivamente no lo era, no era más que un hombre al cual el cansancio también consumía, la noche anterior no pudieron rendir lo que deseaban, la extenuación salió vencedora cuando después de un par de encuentros, en los cuales ella alcanzó cuatro orgasmos, terminaron por quedarse dormidos a las tres de la madrugada, al despertar él no estaba a su lado, una vez más llegaba y se iba como un ladrón, el cual le arrebataba la cordura y una sensación de vacío se ancló en su pecho, porque había anhelado despertar y encontrarlo dormido, verlo de esa manera era su faceta más vulnerable, donde parecía un niño que la invadía de ternura, pero también era el hombre que le despertaba los deseos más carnales.
Después de un baño con agua bien fría y que debía soportar dando saltitos que la animaran a continuar bajo la regadera, sabiendo era el justo sacrificio para mantener su piel tonificada, se dirigió al clóset donde se colocó un pantalón de vestir blanco y una blusa turquesa de seda con unas cintas de la misma tela que hacían un lazo en el cuello y los puños cerrados con botones de perlas, era uno de sus diseños, eligió los zapatos que más apreciaba, eran en los que más había gastado, pero desde que los vio simplemente se enamoró, eran unos Stuart Weitzman negros que le hacían lucir los pies maravillosos.
Llegaba a la boutique y bajaba del auto cuando Sophia y Oscar llegaban, era como si hubiesen acordado encontrarse en ese momento, el hombre se encargó de abrir y las chicas entraron encendiendo las luces y empezaron a organizar sin perder tiempo, a los minutos llegó la señora Amparo, que se encargaba de la limpieza, y Silvia.
Rachell le delegó a Silvia su trabajo de buscar en el depósito algunas prendas y colgarlas en los aparadores, para ir a su oficina y organizar la información que debería enviarle al contador, además, hacer vía electrónica los pagos de algunos servicios públicos.
Recordó que no había llamado a Samuel y él tampoco lo había hecho, seguramente estaría en la fiscalía y aunque ansiaba escucharle la voz no quería irrumpir en su rutina laboral, no quería sofocarlo, su mirada se desvió del monitor al ser incitada por la persona que se encontraba en la puerta y que Oscar atendía, al parecer firmó algo y el hombre se marchó.
La boca de Rachell se abrió involuntariamente al ver que un ramo con piernas se acercaba a la puerta y que esta vez no eran rosas, se puso de pie adivinando que era para ella, porque si hubiese sido para Sophia ella lo hubiese recibido.
Oscar cargó el inmenso ramo y se encaminaba a las escaleras, cuando ella salió y bajó rápidamente, sin ser consciente de que se comportaba como una adolescente deslumbrada, y no era para menos, porque era el arreglo más hermoso que alguna vez hubiese visto, eran exóticas y hermosas orquídeas que inundaban no solo con su belleza, sino con su aroma el lugar.
—No sé qué le estás haciendo a estos hombres, Rachell —dijo Oscar sonriendo, sintiéndose orgulloso de la chica—. Porque esto definitivamente no es de Richard, ya sabemos que lo de él son las rosas y las orquídeas en su mayoría se dan en Colombia, Venezuela y Brasil, yo solo conozco a alguien de uno de esos tres países.
—Son hermosas. —Fue lo único que atinó a decir en medio de tanta emoción.
—Te las voy a dejar en el escritorio, porque tú no podrás con el… Quiso impresionar el fiscal, ¿será que se sintió amenazado con la presencia de Sturgess? —inquirió a manera de burla y detrás de él venía Sophia.
—No lo creo, no sé qué pensar… Ni siquiera sé si son de Samuel.
—Bueno, te dejo para que lo averigües —dijo colocando el arreglo sobre el escritorio de Rachell.
Oscar salió, pero Sophia se le instaló en el diván, de ahí no la movería ni un ejército.
—¡¿Qué esperas?! Lee esa nota —pidió con impaciencia, al ser torturada por la curiosidad.
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Editado: 19.12.2021