Dulces y Narcisos
Adaptación por Alexa Bauder
Basado en el dorama Boys Over Flowers (Corea)
éste a su vez, basado en el manga Hana Yori Dango de Yōko Kamio
Capítulo XXXIV
Hacer lo correcto
Esto de la convalecencia no era lo suyo. Su mejoría era innegable, pero por alguna razón, lo mantenían bajo observación; los médicos y su padre, así como Lena, a veces se miraban entre sí tras interrogatorios de los sucesos de la última semana o meses. Sabía que había episodios que le resultaban confusos, pero no los consideraba interesantes, quizá luego recordaría el resto. Dado que necesitaba ejercitarse y además de capricho, consiguió la autorización de pasear por el piso VIP por las noches, cuando los pasillos estuvieran despejados y no causara muchas molestias a las enfermeras; así había conocido a una nueva amiga, Abigail. Su sonrisa le recordaba a alguien, pero no sabía exactamente a quien. Su alegría era contagiosa, y, también sintió que ese mismo gozo había sido experimentado anteriormente; tampoco recordaba por qué. El caso era que, a su lado, algo en él despertaba, como una pequeña luz lejana en la oscuridad, despertando en él un sentimiento indescriptible.
Abigail tenía el cabello rubio y los ojos verdes, tan grandes que parecía una de esas muñecas con largas pestañas; sus pecas también parecían estar pintadas a mano. La primera noche la había ayudado a sacar de la máquina expendedora una golosina que dudó que estuviese autorizada, pero no importó; no iba a perder su única moneda echada al mecanismo. Su sonrisa había sido la más feliz que hubiese visto en mucho tiempo y cada noche se encontraban por solo algunos minutos. Ahora, en esta ocasión, pasó por su habitación saludándola desde afuera; Terry usando las muletas no podía ir muy lejos ni muy rápido, así que podía detenerse de vez en cuando en sus paseos nocturnos. Sobre todo, cuando algunas noches, era víctima del insomnio, ya que, poco a poco comenzó a invadir un sentimiento de estar olvidando algo muy importante.
—Hola. —vocalizó el joven sin voz detrás de la ventana. Abigail sonrió contenta a más no poder.
—¡Terry! —agitó su mano al aire—¡Ven, ven! —La enfermera que la acompañaba dio un último chequeo y entonces sí, le permitió ingresar. Sonriente por la naciente amistad entre los pacientes y conociéndolos a ambos, salió.
—Solo un momento. —señaló la chica a Terry—Debe dormir en unos minutos.
—Prometido. —respondió. Acercó una silla a la cama para sentarse; esta vez, ella estaba mucho mejor peinada que otras veces.
—¿No es tarde para que estés despierta aún?
—Sabía que te vería antes de dormir. ¿Me veo bonita? —Terry sonrió, asintiendo. —Lo sabía. Mamá me peinó antes de ir a cenar, esta vez me cuidará ella. ¿A ti quien te cuida? —La voz infantil era clara, feliz. Como si estar en un hospital no le afectara, y mucho menos le diera miedo; tenía el cuidado y cariño de mamá.
—Yo ya soy grande para que alguien se quede conmigo, mi tía viene todas las mañanas.
—¿No tienes mamá? —preguntó ella, triste.
Abigail era una pequeña de no más de seis años, para Terry había sido inesperadamente una agradable compañía. Era educada y su madre, muy amable, había permitido hacerlos encontrar antes de que la pequeña durmiera. Sus ojitos verdes brillaban de felicidad cada que lo veía y él, inevitablemente, la mayoría de las veces recordaba a la novia de Anthony; pues, luego cayó en cuenta, Abigail era una miniatura de ella. Pensar en la novia de tu mejor amigo no era correcto, ¿cierto? Qué clase de amigo sería.
—Sí, tengo una mamá, pero ella trabaja mucho.
—Ah, ¿y tu papá?
—Él está aquí cuando no está mi tía —eso a la pequeña le alegró.
—¿Y tienes amigos?
—Sí, tengo tres. ¿Tú tienes amigos?
—No muchos. —negó— ¿Y tienes novia?
—No, no tengo.
—¡Te conseguiré una! ¿Sí?
—Trato hecho, pero debo decirte que soy un ogro, ¿eh? —Terry rió levemente.
—No lo creo, tú eres bueno. Si no te quieren, les doy dulces para que acepten salir contigo y no te pongas triste. —aquella chiquilla seguramente se metía en muchos problemas.
De pronto, algo llegó a su mente. ¿Qué tan buen padre sería? Se imaginó tener justo así una pequeña, como ella, rubia y traviesa. El pensamiento no le pareció nuevo, pero sí sorprendente; como un déja vu, como algo que ya hubiese deseado antes; con alguien, de algún modo. Pero ¿por qué? Él jamás se había sentido enamorado de alguien. Vamos, su mente estaba un poco confusa, pero no podría olvidar algo tan grande como eso, no, eso nunca.
—¿Terry? —La voz de la madre de Abigail se escuchó desde la puerta, el heredero intentó ponerse de pie, ella misma le ayudó. —¿Qué nueva ocurrencia te dijo mi niña?
—Va a conseguirme una novia. —dijo, la mayor negó. Pronto él volvió a acomodarse las muletas, al pie de la cama de la pequeña.
—Señorita, usted deje de conseguir novia a medio mundo, ya es hora de dormir. ¿Te has lavado ya los dientes? —Abigail negó, pero, obediente, se descubrió las mantas para que mamá la llevara al baño.
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Editado: 04.03.2022