Ecos de la insatisfacción

El monumento

Estaba con sus amigos. Era bueno estar con ellos, era confortable, era alegre.

Tenían planeado visitar uno de aquellos monumentos famosos que eran la viva imagen de las civilizaciones antiguas.

Más que la historia o el impacto cultural que pudieran aprender, era el reto a nivel físico de subir los casi 2.500 escalones y ruinas que constituían dicho monumento.

Era la montaña completa y ofrecía una vista única de los alrededores. Así, se prepararon mental antes que físicamente para el reto.

Confiaban en la fuerza de voluntad más que en su fuerza física. Ignoraban por completo que esta no basta. En fin, dispusieron todo lo necesario para el encuentro y la llegada al monumento, no vale la pena ondear en estas cuestiones. Una vez allí, empezaron las mofas típicas entre amigos. Quien llegará primero, quien se quedará en mitad del camino, quien debió quedarse mejor en la comodidad de su casa. Así, entre burlas y risas, se adentraron al complejo de ruinas y escalones para no volverse a recordar más que en la llegada a la cumbre del monumento…

Se encontraba fatigado, angustiado y extraviado. Del grupo de 15 “aventureros” solo quedaban 3, sus pocas pertenencias se habían perdido, sus ropas eran andrajosas y desgastadas.

Estaban flacos y exhaustos, como si hubieran pasado por el mismísimo infierno, el infierno a un paso del cielo. 

Seguían subiendo, con las pocas fuerzas que les quedaban e impulsados por una zozobra que se acercaba a la certeza. Certeza que radicaba en que algo malo pasaría si no coronaban la cima con prontitud.

Aquel que subía cerrando el grupo noto más tarde que nunca que la altura de las imponentes murallas que rodeaban los infinitos escalones e impedían la visualización de los alrededores disminuía y permitía al reducido grupo de aventureros mostrar el imponente paisaje que los rodeaba. El hombre que subía los últimos escalones del monumento con el último suspiro que le quedaba lo perdió ante la exuberante belleza de lo que se le presentaba ante sus narices. En ese momento, todo se disipo. El dolor, la fatiga, el terror y la frustración se alejaron de su cuerpo, quedando como un recuerdo lejano que trata de avivarse. El tiempo perdió su fisonomía, la prisa por la pronta coronación desapareció de súbito y no fue sino hasta aquel momento en el cual disfrutó de verdad su estadía en el monumento.

Llego a la cima de este, dando alcance a sus 2 amigos que observaban como hipnotizados la imponente belleza de la imagen. No se dijeron nada y cualquier palabra hubiera sobrado. Había momentos en la vida en los cuales las palabras estaban de más. Era mejor guardar silencio y, aunque casi nunca los reconocíamos, dicho momento era definitivamente uno de ellos. 

Después de un rato, uno de los aventureros se atrevió a romper la monotonía, cruzando miradas con sus colegas y, a pesar de que tuviera toda la intención de decir palabra, de su boca no salió ni siquiera un suspiro que denotara sus intenciones. Al parecer, en aquel lugar estaba algo más que prohibido hablar.

El hombre, aquel al cual la realidad se le había antojado como un sueño, entendió que tal vez las palabras perderían el sentido, se desvanecerían mientras viajaban en aquella inestable existencia y aquello le agradaba. No había necesidad de utilizar palabra alguna que destrozara la armonía de la escena, los sentidos bastaban para ello. De repente, más tarde que nunca, la inquietud, la fatiga y el terror volvieron, con todo su peso y su poder. Aquel hombre se mostraba ingenuo, no se podía librar así no más con el peso de la existencia que en aquel lugar se veía alarmantemente pronunciado. Y la sensación de pérdida se presentó, ya que tuvo la certeza de que aquellos momentos con sus amigos, el paisaje y la sensación casi de volar, había sido única e inigualable. No podría decirse que era el mejor momento de su vida, ya que esto implica amar, y él era muy joven para ello, para aprender el real y verdadero valor del amor. Aun no entendía que amar era algo más que un simple disfrute…




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