Para el ser madrugador, ese que es más por obligación que por propia voluntad (Nuestra voluntad es muy corta), ese que es un experto para las adversidades, pero tan tímido para las oportunidades.
Ese que pide explicaciones, pero nunca otorga razones. Ese, pues, que se parece tanto a usted, tanto a mí.
Compartimos juntos el siniestro velo de la madrugada, aquella que ofrece un nuevo amanecer desinteresado y nosotros lo ignoramos con igual intensidad, por ello, todas las cargas se nos antojan iguales.
Las calles se mostraban de una tonalidad gris azulada, otrora por el triste y melancólico color del asfalto, otrora por la tímida niebla iluminada por las primeras luces del alba que se mostraba tímida, aun dormida.
Todos caminábamos en silencio con la cabeza gacha, los ojos cansados. Las noches, tan cortas y efímeras, no eran alimento suficiente para la acribillante jornada que en muchos excedía las 10, 12 horas.
Recorremos las calles sumergidas en un olvido momentáneo, que es aspiración de muchos, angustia de otros tantos. Recorremos pasadizos de comercio extendido y nos reducimos a ser el objeto de observación de una pequeña criatura que se divierte con el andar de los mortales y sus trivialidades.
La sencillez es su obrar y no se limita a lo trivial.
Sus dotes de contorsionista le facilitan la labor, echándose literalmente sobre el cómodo sillón que fue dispuesto deliberadamente para su satisfacción.
Las cortinas recogidas le otorgaban una visibilidad de 180º, más que suficiente para descubrir los misterios que esconden esos seres andantes ahí abajo.
La mayoría de nosotros lo ignoramos, otorgando a su aparente insignificancia la oportunidad de pasar desapercibido. Pero él, el observador, que es atento, calculador y frívolo, analiza cada paso, cada gesto. Lo hace con ánimo desinteresado, sin intención de ofender ni alabar. Acaso sería una acción de diversión, de distracción.
Si uno lo observa se engaña, ya que su fisionomía tierna y extraña nos atrae, nos llama y creemos ingenuas sus acciones.
Pobre de nosotros, que no logramos reconocer ni lo que acontece en nuestro interior.
Ahora, en la escena aparece un nuevo personaje. Se trata del hombre que descubre al gato observando. Y es éste hombre el que transfigura éste acto. El que busca más allá de la simple imagen irrisoria ese sentido oculto que le da verdadero sentido a las acciones de cada uno de los personajes representados. Es acaso éste quien no se conforma y se angustia penosa e innecesariamente.
Analiza al observador en su confortable aposento, lo nota atento, con los ojos inteligentes. El observador se empeña en acumular su atención en el transeúnte más cercano a él, al que le está más próximo, al que posiblemente tenga las mayores probabilidades de reconocerlo. Aun así, nadie logra alcanzarlo, todos estaban tan ocupados pensando en sus cabezas, imaginando, deseando, que no reconocían en esa humilde y divertida creatura la personificación de la sencillez.
Es este, el hombre que reconocer al observador y sus intenciones, el que busca sobreponerse a los demás, mientras que el observador, consciente del poco interés que el escenario le ofrece, se sumerge en una actividad de mayor interés, mayor importancia. Lamer su esbelto pelaje…