La música resultaba ser para aquel insatisfecho y exigente individuo una de las pocas cosas que le agradaban, le satisfacían.
Para su suerte, estaba sumergido en ella desde la más tierna infancia, cuando las tendencias y las modas de la época lo llevaron a penetrar en aquellos sonidos pesados y tediosos.
Le agradaban, tanto que su amor y gusto por estos sonidos se extendieron a lo largo de los años, a pesar de la repetición, de la decadencia de estos géneros, del nuevo resurgir de la música tras la llegada de la tecnología.
Se mantenía fiel a sus sonidos, pero poco y de manera progresiva, quería saborear otro tipo de experiencias, otras formas de música.
La curiosidad era la principal razón, esa que permaneció dormida durante toda la adolescencia y parte de su joven adultez. Era una fortuna retomar los aires de la inquietud mental. Resultó siendo casi su salvación, el único y verdadero argumento que él, ahora hombre de responsabilidades, encontraba en aquella realidad tediosa y repetitiva.
Entonces dicha curiosidad lo llevaron a experimentar, a vivenciar, a penetrar en esos otros sonidos que lo llenaron de una paz y tranquilidad que no recordaba desde su infancia.
Necesitaba esta dosis de calma. Los días se le estaban poniendo espesos y pesados, todo lleno de ruido, preocupación y expresiones despreciables.
Todas las noches, en el único y verdadero momento que este hombre se regalaba para sí mismo, dejaba que los nuevos sonidos lo llevaran lejos de allí. Lejos de esas tormentas de angustia que eran la ciudad donde residía, lejos de las quejas y la tristeza de todos a su alrededor.
Así, se daba cuenta que nada importaba en realidad. Cerraba sus ojos y se sentía tan vivo, tan feliz, tan realizado. Mientras tanto, los sonidos lo continuaban llevando a esos mares de tranquilidad, montañas de paz que siempre había deseado.
Trataba de imaginar estos lugares, vivirlos en su imaginación, experimentarlos con el corazón de su ingeniosa memoria, pero su imaginación estaba tan desgastada pintando un porvenir diferente a su realidad actual, que lo único que encontraba eran los mismos rostros, los mismos cubículos, las mismas responsabilidades de su lugar de trabajo.
La música, aquel sonido particular que interpretaba perfecto, se volvió un ritual nocturno que le sació el descanso, le apaciguó el sueño.
Volvió a soñar en las noches y, sorpresivamente, recordaba con viva sensación los detalles de los mismos. Se dijo que el destino le tenía proyectaba cosas favorables y su estado de ánimo mejoró mostrando mayor tranquilidad, mayor paz en sus gestos y acciones.
Cada día encontraba nuevos sonidos de aquel género y un día en particular se topó con un sonido tan profundo, tan poderoso. El oyente, sorprendido por el poder de ésta, revolucionado ante semejante descubrimiento, encontró que necesitaba a la música, a este sonido en particular, antes que disfrutarla de verdad. Ese fue el peligro al cual se expuso y, en consecuencia, cayó en el juego de la repetición y la dependencia.
Así fue como en un día cualquiera, sumergido en las melodías de dicha música, ésta lo atrapó por completo.
Lo que comenzó como una simple terapia de relajación terminó en una dramatización de la música.
Era una suntuosa playa. La tarde caía ya y el peso de sus gastados colores, de su espesa armonía se percibían en el ambiente. El cielo marrón oscuro hacia juego con un mar azul oscuro y, la arena, de un naranja opaco calentaba el ambiente de por sí ya misterioso. Todo el lugar en general daba una sensación de misterio e incomodidad, lo que era el preámbulo perfecto para la oscuridad, antes de que ésta lo invadiera todo por completo.
El oyente, que ahora pasaba a una proyección visual de la música, se veía a si mismo de espaldas, en el borde de la arena con el mar, ensimismado viendo el paisaje, dejándose contagiar por esa tranquilidad particular, por aquella paz casi oscura, calurosa. Él era una oscura silueta, una larga sombra perdida en aquel horizonte, inerte, que parecía ser parte del mismo paisaje.
La música seguía retumbando alrededor, como parte del ambiente, como el protagonista de aquel escenario. Mientras la melodía continuaba su peregrinación tranquila y apaciguante, el oyente se veía a si mismo desintegrarse en pequeñas partículas, pequeños fragmentos, diminutas partes de su ser, de su persona que se unían a la brisa incierta de aquella playa siniestra. Como los granos de arena que se lleva el viento, o las hojas de un árbol que el otoño las condena al destierro. Y las partículas se sumaban a ese aire incierto y se dejaban llevar por compás de la música, que era el mismo aire, la misma atmósfera. Y el hombre así se extinguía, como la misma música, como el ambiente, como el horizonte.
Fue en estas circunstancias donde el oyente, ahora hombre extinguiéndose, descubrió en éste hecho la satisfacción de haber culminado lo que acaso era su vida, su existencia terrenal en éste mundo y encontró en esta idea una gran satisfacción, reconociendo el momento más vivido, real y feliz de su existencia…