Se me ha olvidado la rebeldía, el arrebato. Ahora, ando como un cordero, en aquella larga fila del desprecio.
Decepcionado debe estar el viejo, o talvez alegre. Por fin tranquilo.
Aun así, si es razón de todos estos improperios, es culpa suya. Víctima de su propio invento.
Y es que no resulta más, es como la última chance, la única alternativa. Por más optimismo y objetividad, alguna circunstancia, la más insignificante y miserable de todas termina por imponerse.
Así, no queda más que usar el método “Bukowski”. Esa irresponsabilidad, inmadurez, estupidez, insensatez, orgullo, egoísmo que saben a gloria.
No hay más que levantar el dedo más tierno de la mano. No hay más que desprenderse de todo, hasta de uno mismo incluso. La soledad ayuda a esta labor, lo hace más fácil, más fluido, más claro.
Si, escupitajos por doquier. Una lástima por el que se atreviese y si se lo toma personal, es problema suyo. Hagamos pues que la vida, la existencia pierda peso, pierda sentido.
Si ella me leyera, se horrorizaría, pero pues… Es lo que hay y mejor así, que el vacío lo llene todo.
Y resulta sorprendente toparse con recursos que facilitan la labor. Puede que sea un tanto aterrador, pero me atrevería a creer que la casualidad no tiene cabida en esta historia. Si así es, bueno, que le vamos a hacer. De cierto modo ya me estoy persuadiendo, lo he venido haciendo desde hace un tiempo.
Porque todo encaja, hasta la edad, los terribles 27, esos que en muchos lugares se consideran la edad del final. Así pues, si paso de este año, que se pronostica como una mierda, creo que estaré condenado a la vejez.
Pobre de mí y pobre de ti, querido lector, que tendrás que soportar mis pequeñas chochadas y eso que aún me considero joven.
En fin, que sea lo que tenga que ser, de todas formas, no hay nada que perder y, si algo se pierde, no es que se pierda mucho, la verdad…