Ecos De Luz Y Sombras el ultimo resplandor

Capítulo 10

El campamento finalmente había quedado instalado. La magia de los soldados de Demyan lo había convertido en una fortaleza viviente, capaz de resistir lo inimaginable. Los pabellones se alzaban como templos blancos que destellaban con inscripciones antiguas, rodeados de murallas etéreas que cambiaban de forma con cada ráfaga de energía. La arena dorada brillaba bajo los círculos de protección que los magos habían levantado, y cada rincón estaba marcado con runas que vibraban como si tuvieran vida propia.

Demyan, tras supervisar la última formación de guardia, tomó la mano de Aria y la condujo hacia la zona central del campamento, donde se erguía una tienda más grande y resguardada, tejida con seda mágica de tonalidades oscuras y doradas.

—Este será tu dormitorio —dijo con una voz grave, acariciando con la mirada cada detalle, como si asegurara que nada pudiera faltarle a ella—. El mío está al lado. Descansa, Aria, porque lo que se avecina será agotador… y tú necesitarás cada fragmento de tu fuerza.

Aria asintió suavemente, aunque la sensación de inquietud no la abandonaba. Apenas cruzó la entrada de la habitación, se encontró rodeada por un espacio etéreo: paredes de tela blanca bordadas con hilos de plata que parecían estrellas, una cama cubierta de mantos ligeros que irradiaban una calidez inexplicable, y perfumes suaves que recordaban al néctar celestial.

Se sentó sobre la cama y cerró los ojos, sintiendo un cosquilleo extraño recorriéndole la piel. Era como si el aire mismo la reconociera, como si aquel lugar no fuera nuevo, sino un hogar olvidado. Un susurro profundo la envolvió, arrullándola hasta que, sin darse cuenta, cayó dormida.

Un viento dorado la levantó, transportándola a un reino que se desplegaba ante sus ojos con una majestuosidad indescriptible. Torres de cristal resplandecían bajo un cielo blanco y dorado; ríos de luz recorrían los caminos, y cada piedra parecía tener alma.

De pronto, dos figuras se materializaron frente a ella. Sus rostros irradiaban divinidad: una mujer de cabellos plateados como lunas entrelazadas y un hombre con alas de oro que parecían abarcar el horizonte. El corazón de Aria dio un vuelco.

—Por fin llegaste a tu tierra —dijo la mujer con voz serena, pero cargada de emoción.

—Mi niña hermosa… tantos años vagando en lugares que no eran los tuyos —agregó el hombre, acercándose con una ternura abrumadora—. Y ahora, al fin, estás aquí.

Aria temblaba, sin poder hablar. Sus ojos se llenaron de lágrimas al sentir un amor tan profundo, tan puro, que su alma parecía quebrarse.

—¿Quiénes… quiénes son ustedes? —logró susurrar.

Ambos sonrieron, como si hubieran esperado esa pregunta desde siempre.

—Somos tus padres. Tus verdaderos padres. Aria, eres hija de la sangre celestial, nacida del reino angelical.

Las palabras resonaron en su interior como un trueno. Todo a su alrededor comenzó a vibrar, y una oleada de calor recorrió su pecho, haciéndola arder desde dentro.

—Aria, mi hermosa Aria —continuó su madre—, tu poder aún duerme, pero pronto despertará por completo. Nuestro pueblo será vengado a través de ti. Pero antes… debes salvar a los dos reinos.

Las palabras se elevaron como un eco en la eternidad:

“Tu sangre, tu extinción y tu renacer marcarán el inicio y el final de todo.”

El padre la tomó de las manos, sus ojos brillaban como soles.

—No te prometemos que no sufrirás… pero eres la elegida para romper con las cadenas que han condenado a los nuestros. Eres la esperanza que lo cambiará todo.

El paisaje resplandeció aún más, mostrando ciudades intactas, jardines dorados y templos celestiales que parecían flotar en la nada. Todo era hermoso, demasiado hermoso, como si cada rincón clamase su nombre.

—Lucha, mi niña. Vive —susurró su madre, mientras la imagen comenzaba a desvanecerse.

Aria abrió los ojos sobresaltada. El campamento seguía allí, intacto, pero ella sentía que su corazón ya no era el mismo. Una calma profunda la envolvía, como si hubiera despertado una parte de sí misma que siempre había estado oculta.

Aún no comprendía el verdadero significado de aquellas palabras, pero lo sabía en lo más íntimo:

su destino estaba sellado con muerte y vida. Y debía ser fuerte para descubrir lo que venía.

Se llevó una mano al pecho, donde todavía ardía la sensación de aquel contacto, y dejó escapar un suspiro quebrado.

—Estoy en casa… —murmuró, sin entender por qué, pero sabiendo que era verdad.



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En el texto hay: fantacia, magia, magia y amor

Editado: 24.09.2025

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