Ecos De Luz Y Sombras el ultimo resplandor

Capítulo 18

El Despertar de la Luz Prohibida

El silencio tras la batalla era engañoso. El campamento estaba reducido a ruinas, el aire impregnado de ceniza y recuerdos de gritos que aún parecían flotar entre las sombras dispersas. Los soldados de ambos reinos —oscuridad y luz— luchaban contra los últimos rezagos de aquellas criaturas, pero el verdadero desastre estaba frente a ellos.

Demyan, con la respiración irregular, aún blandía su espada, su cuerpo envuelto en una energía oscura que se retorcía como cadenas vivas. La herida que había recibido lo consumía poco a poco, no solo debilitando su carne, sino arrastrando su magia hacia un abismo que ni siquiera él podía controlar. Sus ojos brillaban con ese tono demoníaco que lo hacía ver como un ser irreconocible.

—¡Aria, aléjate! —rugió, su voz quebrada entre dolor y furia.

Pero ella, temblando, no pudo obedecer. El miedo de perderlo era más fuerte que cualquier advertencia. Dio un paso adelante, sus ojos llenos de lágrimas, mientras todo a su alrededor parecía desmoronarse.

Y entonces ocurrió.

Una sombra gigantesca emergió desde el suelo como un espectro final, sus garras oscuras dirigiéndose directo hacia Demyan. El Rey de la oscuridad levantó su espada, pero sus reflejos fueron demasiado lentos, su cuerpo demasiado debilitado.

Aria gritó y corrió, colocándose frente a él sin pensarlo. El tiempo pareció congelarse.

Cuando la garra de la criatura descendió, Aria levantó sus manos instintivamente, esperando sentir el dolor… pero lo que estalló no fue sufrimiento. Fue luz.

Una llamarada dorada, cegadora, brotó de sus palmas, atravesando el aire como un sol naciente. La sombra se desintegró con un alarido atroz, y no solo ella: todas las criaturas restantes se retorcieron, gritando, antes de ser purificadas y deshechas en polvo oscuro que el viento se llevó.

El silencio volvió, pero esta vez fue absoluto. Todos los ojos —soldados, generales, incluso Saimon— se posaron en Aria.

Ella respiraba agitada, las manos temblorosas aún emanando un resplandor suave. No entendía lo que había hecho, solo sabía que había salvado a Demyan.

Él cayó de rodillas a su lado, con desesperación en su mirada.

—¡Aria…! —susurró, tomándola por los brazos como si temiera que desapareciera.

Los murmullos se propagaron como un incendio.

—La diosa…

—Ella es la heredera…

—¡La diosa angelical!

Aria negó con la cabeza, llorando, sin aceptar lo que escuchaba.

—¡No, no lo soy! Yo solo quería salvarlo… solo quería protegerlo…

Pero la prueba era innegable. Lo que había nacido de sus manos no era magia común. Era la luz ancestral, la única capaz de purificar lo que la oscuridad había creado.

Saimon apareció de inmediato, su armadura cubierta de sangre y polvo, pero aún erguido con la disciplina de un guerrero. Se inclinó hacia su rey primero, ayudándolo a mantenerse en pie.

—Majestad, debemos retirarlos a ambos. Ahora.

Soldados de la luz y la oscuridad se movilizaron al instante. Algunos observaban a Aria con reverencia, otros con miedo, pero nadie podía negar lo que acababan de presenciar.

Demyan, aún débil y tambaleante, sostuvo con fuerza la mano de Aria, sus ojos oscuros ahora mezclados con un brillo de terror. Porque sabía lo que esto significaba.

Ella había quedado expuesta. Y con eso, ya no había vuelta atrás.

Mientras los llevaban hacia las tiendas de auxilio, los rumores crecían como un rugido. El caos seguía, no por las sombras que habían destruido… sino por lo que Aria acababa de despertar.

Y entre el murmullo de la multitud, una certeza heló a Demyan: si Hope había logrado llevarse a la diosa de la guerra, ahora iría por Aria.



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En el texto hay: fantacia, magia, magia y amor

Editado: 24.09.2025

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