Ecos De Luz Y Sombras el ultimo resplandor

Capítulo 19

El rey desangrado de sombras

El campamento estaba en silencio sepulcral, apenas interrumpido por los gemidos de heridos y el murmullo apagado de soldados rezando a los dioses. Pero dentro de la tienda más grande, donde yacía Demyan, no había calma, sino tormenta.

El veneno de la sombra que lo había atravesado corría como fuego negro por sus venas. Su piel alternaba entre el calor abrasador y el hielo de la corrupción. Médicos y alquimistas lo rodeaban, vertiendo sobre él pociones antiguas, aplicando bálsamos que chisporroteaban al contacto con su piel.

Pero nada funcionaba.

De pronto, un rugido profundo, inhumano, salió del pecho del rey. Un golpe brutal de energía oscura sacudió toda la tienda, lanzando cofres, mesas y médicos contra las paredes. El aire se llenó de un zumbido amenazante, como el murmullo de miles de voces demoníacas.

—¡Fuera! —bramó Demyan, con los ojos encendidos de rojo carmesí, la voz reverberando como si hablara una legión dentro de él.

Nadie se atrevió a responder. Aun los más valientes retrocedieron, arrastrando heridos, abandonando ungüentos, dejando sus herramientas en el suelo.

En cuestión de segundos, la tienda quedó vacía.

Afuera, Simón sostenía a Aria por los hombros, como si de esa forma pudiera detener el impulso de ella. El rostro del general estaba sombrío.

—No entres, Aria. Si lo haces… tal vez no salgas viva.

Pero Aria no escuchaba. Su corazón latía tan fuerte que le dolía. Podía sentirlo, como un hilo invisible atado al alma de Demyan, el sufrimiento que lo desgarraba, la rabia, el miedo. Y, sobre todo, la voz desesperada de él, aunque no la pronunciara con palabras: “Aléjate, no te acerques. No me mires así. No quiero hacerte daño…”

Las lágrimas se agolparon en sus ojos.

—Si él se pierde, yo también me pierdo. No me pidas que lo abandone.

Simón intentó detenerla, pero ella se soltó con una fuerza que no sabía que tenía. Apartó las telas de la tienda y entró sin pensarlo.

El interior era un campo de batalla. La sombra en Demyan había corrompido cada rincón: grietas negras reptaban por las paredes, el suelo estaba quemado en círculos y él… él estaba encadenado a su propio poder.

Su respiración era agitada, la piel cubierta de sudor frío. La energía demoníaca se derramaba de su cuerpo como humo, deformando su figura, mostrando por momentos las alas oscuras y los cuernos del antiguo legado que tanto temía desatar.

Cuando la vio, sus ojos se abrieron desmesurados.

—¡NO! —rugió, golpeando el suelo con tal fuerza que la tierra tembló—. ¡Sal de aquí, Aria!

Ella tembló, pero no retrocedió.

—No voy a dejarte solo.

—¡TE MATO SI TE QUEDAS! —vociferó, con la voz cargada de desesperación y dolor. Su mano se alzó, y un torbellino de energía oscura se formó detrás de él, listo para arrasarlo todo.

Aria apretó los puños. Sintió cómo algo en su pecho ardía, como si su alma reclamara ser liberada.

—No me importa lo que digas. No me importa que me odies por esto. —Las lágrimas corrían por sus mejillas—. Si voy a morir, que sea contigo… pero no voy a darte la espalda, Demyan.

Él apretó los dientes, la respiración desgarrada.

—¡Aria… no…!

Ella avanzó. Paso tras paso, desafiando el huracán de oscuridad que amenazaba con destruirla. Hasta que estuvo frente a él. Su mano temblorosa se alzó y tocó la piel ardiente de su rostro.

En ese instante, una chispa blanca brotó de sus dedos. Un poder puro, angelical, floreció en medio de la tormenta oscura.

La energía demoníaca chilló como si tuviera vida propia, retrocediendo, chocando con esa luz. Demyan cayó de rodillas, gimiendo de dolor, entre la luz que purificaba y la sombra que lo devoraba.

—Por favor… —susurró Aria con la voz quebrada—. Déjame salvarte…

El poder de ambos chocaba, el campamento entero podía sentirlo: la oscuridad del rey luchando contra el resplandor de Aria. Afuera, soldados y oficiales miraban con terror la tienda iluminada como si dentro libraran una guerra de dioses.

Pero dentro, todo lo que había era amor y desesperación, dos almas aferrándose para no perderse en el abismo.

Demyan sintió cómo las sombras en su interior rugían, queriendo desgarrarlo desde dentro. El veneno antiguo ardía en sus venas como fuego líquido, consumiendo cada rincón de su ser. Sus manos temblaban, el aire a su alrededor se distorsionaba y la habitación entera vibraba con la fuerza de su poder descontrolado.

Pero entonces, la voz de Aria irrumpió entre el caos, suave y quebrada, llamándolo por su nombre.

—Demyan… mírame —suplicó ella, con lágrimas en los ojos, caminando hacia él a pesar de sus advertencias.

Él retrocedió, aterrorizado de lo que podía hacerle.

—¡Aléjate, Aria! ¡No sabes lo que estás haciendo! —rugió, su poder expandiéndose como una tormenta que amenazaba con destruirlo todo.

Pero ella no se detuvo. Lo tomó de las manos ardiendo en oscuridad y las sujetó contra su pecho, dejando que su propia energía angelical se derramara sobre él.

Una fuerza indescriptible estalló en su interior. Por primera vez desde el ataque, Demyan sintió control, un dominio absoluto sobre su poder, más sólido y feroz que nunca. La oscuridad se inclinaba ante él, obedeciendo como si siempre le hubiera pertenecido.

Sin embargo, ese mismo instante en el que él recuperaba el equilibrio, Aria soltó un gemido ahogado. Su cuerpo tembló, sus manos se aflojaron y un resplandor débil se apagó en su mirada.

—Aria… —la sostuvo antes de que cayera al suelo, el pánico arrasándolo como un huracán—. ¡No, no, no! ¡Quédate conmigo!

Ella apenas pudo susurrar su nombre antes de desplomarse inconsciente entre sus brazos.

El rey de los mundos, el hombre temido incluso por los antiguos, sintió su corazón quebrarse en mil pedazos. Por primera vez en mucho tiempo, Demyan no temía por su poder ni por su reino. Temía perderla a ella.



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En el texto hay: fantacia, magia, magia y amor

Editado: 24.09.2025

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