Efímera

5

Nadie lo esperaba.

Bianca no lo esperaba. Ni tampoco Tiago o las demás personas que llevaba aquel monstruo andante.

Algo interrumpió la vida de muchos de los pasajeros de aquel tren el día miércoles 22 de febrero del 2012. Una tragedia que se llevó los pensamientos de aquellas personas que iban a trabajar, a estudiar, a reunirse con sus familias. Un descuido humano que causó que niños se quedaran sin sus madres y padres, que jóvenes fallecieran sin cumplir sus metas, que un frágil bebé no llegase a nacer. Hubo más de mil heridos, que quedaron con una marca para siempre, una imagen en su memoria que no podrían borrar jamás, y una sensación de ahogo que los acompañaría por siempre. Y cincuenta y dos corazones, ese día, en el medio del horror, quedaron en eterno silencio.

Una sacudida azotó al tren, haciendo que los vidrios estallaran como cuchillas que vuelan, y que las chapas se torcieran tan fácilmente como el cobre. El vehículo había seguido de largo, descarrilándose de las vías. Bianca y Tiago, que estaban de pie, cayeron al suelo completamente atemorizados, como todas las personas que se encontraban allí, y los bolsos que llevaban con ellos se perdieron en el medio de la pesadilla.

Bianca, al caer, se golpeó la cabeza contra un asiento y luego vio como los vidrios de las ventanas se abalanzaban sobre ella, incrustándose en su piel mientras que el interior del vagón se convertía en una tormenta de gritos, llantos y muerte que, con cada segundo que transcurría, parecía encogerse más y más.

—¡Bianca! —la llamó la voz débil de Tiago, pero ella no contestó.

Bianca estaba perdiendo demasiada sangre, sus oídos palpitaban sin cesar como tambores que no callan y su respiración se había vuelto superficial. No podía pensar en otra cosa más que en la muerte. Ella no estaba preparada para morir, no estaba lista para dejar el mundo. ¿Cómo, después de sentirse tan viva y feliz, podía estar por morir? «Qué efímero y doloroso puede ser todo», pensó. Era joven, recién comenzaba su carrera. Bianca estaba temblando de miedo: ella no quería morir; la muerte era uno de sus mayores miedos, el olvido, el dejar de ser ella... Y estaba pasando. Se estaba muriendo. Lo sabía aunque intentara negarlo. La visión se le estaba nublando y cada vez se sentía más lejana a su entorno. Sintió que quería llorar, pero no quedaban más fuerzas para ello. Sus padres quedarían desbastados... «Estarán bien, ellos son fuertes», quiso creer.

Tiago, que estaba a un metro de ella, se arrastró sin que le importasen los pequeños cristales que cortaban su piel, no podía dejar a Bianca allí, desangrada, prácticamente inerte. Tal vez podía salvarla, hablarle a ver si reaccionaba, aunque ella apenas respiraba. El chico ya no pudo moverse más y con un gran esfuerzo estiró su brazo para tocar la mejilla de ella, observándola con ojos llorosos por última vez.

—No te vayas —susurró antes de dejarse caer.

Pero Bianca también dio su último respiro, al mismo tiempo que su corazón dejó de latir. 

Fin.



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En el texto hay: sentimientos

Editado: 16.02.2018

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