El Admirador de las Estrellas.

IV.

Claro que me estrellé. No conté con que la siguiente ocasión en que se iría la luz, lo haría en la mañana, estando todos nosotros en plenas clases.

Ese no fue sino el comienzo. El único cúmulo de estrellas que vi fue el de mis sopetones tratando de dar con la ocasión perfecta. Este país, que vive de apagón en apagón, ahora me hacía correr con la penuria de ver pasar los días sin que hubiese un solo apagón que valiera la pena.

Si, hubo uno durante la madrugada del miércoles. Imaginé a Danny saliendo a la puerta de su casa a las 4 a ver las estrellas, ¡qué delicia! Solo que iba a ser muy raro verme rondando por su casa a esas horas, en el supuesto negado que mi papá me hubiese dejado. La verdad es que tan lunática no estoy.

¿Qué no lo estoy? Acabo de descubrir con horror que, sin mover un dedo ni dirigirme jamás la palabra, Danny se ha apoderado de mis pensamientos. ¡No lo puedo creer!

Pero es la verdad. Poco a poco, sin prisas, pero sin pausa, Danny ha estado tomando territorio e invadiendo mis pensamientos, sustituyendo mi rencor contra Claudio por ese plan increíblemente demencial de entrar en esa vida, la de ese retrasado mental al que yo, ilusamente, he bautizado “mi amado admirador de estrellas.”

En el caso de que nada vaya a salir de esto, y no dudo que así sea, ya tengo mucho que agradecerle a Danny, porque ha aplicado a mi corazón intoxicado de dolor unos emplastos de leche de magnesia que terminaron dando muy buenos resultados.

Aunque, de Danny, quien tuvo los méritos de tan regio trabajo fue el venenoso Sr. Ricardo. Fue él quien trajo a mi casa esos reportes negativos que me han dado resultados tan positivos. No puedo evitar reírme de tanta ironía.

Hasta que al fin llegó el día en que la luz se fue poco después de las 4 pm. Claro está, el sol aún se veía refulgente en el cielo, y yo no tuve razones para empezar a morir de miedo sino a la caída del sol, cuando todo se fue poniendo oscuro y nada aún que llegaba la luz.

¿Será ésta la noche esperada?

Mientras todos refunfuñaban por lo largo que ya estaba el apagón, yo no dejaba de latir tan de prisa como mi corazón. Quizás la oportunidad estaba tocando a mi puerta, y si no me dispongo a ir a donde Danny, la oportunidad no se va a repetir y me arrepentiré toda la vida de haber sido tan cobarde. Yo no soy así. En mi vida había sido yo tan lunática y poco serena.

El caso es que no pedí permiso. Solo aproveché la oscuridad y me hice una con las sombras, alumbrándome con la luz de la pantalla de mi celular, enfilando hacia el final de esa calle que hoy se me antojó larguísima.

Miraba para arriba en vez de mirar mis pasos, y el cielo se veía bellísimo, con ese súper lunar plateado atravesando la oscuridad celestial cual si fuese una columna vertebral. Imaginaba a Danny deleitándose con esa imagen, pero nada que el optimismo entraba a mi puerta. Yo me imaginaba todos los peores escenarios posibles para mi encuentro no programado con Danny Altuve.

¿Y si a la luz se le antoja venir en este momento?, ¿y si Danny está viendo el cielo, pero desde cualquier otro sitio menos su casa?, ¿y si está viendo todo, pero desde su patio, y no desde donde siempre lo ve el Sr. Ricardo?, ¿y si Danny simplemente no está asomado a su puerta, ya cansado de tanto cielo y de tanto apagón por tan largo tiempo?

Yo temblaba como una hoja al viento, dejándome arrastrar por mis miedos, perdiendo cada vez más las ganas de enfrentarme con mi destino, cuando a lo lejos, casi al final de la calle, vi dos siluetas con las caras mirando hacia arriba, muy juntitos y acaramelados los dos.

El terror se apoderó de mí cuando reconocí al fin las dos siluetas. No se hizo realidad ninguno de mis temores. Se hizo realidad el peor de todos, el que nunca me pasó por la cabeza, simplemente porque yo soy la flor y nata de la imbecilidad.

En efecto, se trataba de Danny Altuve, entretenido en su pasatiempo favorito; mirar al cielo engalanado de su máximo esplendor, y la que le secundaba no era otra más que la beldadera Cindy Miller, haciéndole compañía en este momento tan estelar, que debió ser mi momento estelar.

¿Cómo no lo vi llegar? ¿Por qué tuve que ser tan imbécil? Menos mal que estaba tan oscuro, así no se vio el enorme tamaño de mi humillación.

En seguida, para ponerle la guinda a la torta, salió a la carrera, ladrando como un desesperado, un poodle que vino corriendo de contento a donde yo estaba, no dejándome pasar tan desapercibida como tanto yo quería.

“Brando, mi vida, vente.”, gritó Cindy. Lo que me faltaba, ese era el adorable perro de su “adorable” dueña, que ya tenía amarrado al hombre de mis sueños, soltando al oscurecido cielo mis pendejas ilusiones, que se fueron con el viento cual si fuesen globos de helio sin dueño.

“¡Selena! ¿Tú no eres Selena Vázquez?”, dijo Cindy tras las sombras, y yo, al verme descubierta, tuve que saludar sonriéndome como una estúpida. La “adorable” me había reconocido en esa oscuridad, tal como yo los reconocí a ellos con tanta dificultad.

“¿Qué haces por aquí tan oscuro, muchacha?”, me preguntó Cindy, lógicamente intrigada, y no se me ocurrió otra excusa más que decir la verdad a medias.

“Salí a ver las estrellas.”, reconocí como una misma pendeja.

En eso, de la nada, a nuestra derecha surgió una robusta sombra que, amenazante, caminaba hacia nosotras, al tiempo que llamaba a Cindy con voz preocupada.

“Vente, preciosa,” le dijo él cuando llegó, “te tengo que llevar ya para tu casa, sino tu papá me estrangula.”

“Si, vámonos. Chao, Selena. Fue un placer verte.”

“Igual. Chao.”

“Bueno, primo, nos vemos.”, dijo el de la sombra robusta, estrechando manos con la no menos robusta silueta de Danny Altuve.

“Ok, pana.”, le respondió Danny.




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