Palacio de la corona a inicios de 1690
La vida en el palacio no era tan difícil como alguna vez creyó, Jadiel se comenzó a acostumbrar a las actividades que tenía que realizar diario así como estar al servicio de Elizabeth, la Reina Madre.
La mujer tampoco era tan mala como había escuchado o tan cruel como le habían contado alguna vez, comprendió cuál era la razón del carácter de Elizabeth quien trataba de ocultar una pena de amor.
Jadiel no tardó en ganarse la amistad y el cariño de Madam Romina una de las mujeres más grandes del palacio y quien perteneció al séquito exclusivo de Roxelana la Reina Madre Regente.
— La Reina Madre llamó por ti muchacho — le dijo Madam Romina al encontrarlo.
Jadiel dejó sus pensamientos atrás y se encaminó a los aposentos de aquella mujer, según sabía se le otorgó aquel título para estar al lado del Rey David a quien en ningún momento había tenido la oportunidad de ver.
— Han pasado varios días desde que estás aquí deberías de hablar un poco más — le sugirió Madam Romina.
Jadiel no quería ser grosero con la mujer que lo había ayudado a incorporarse a las actividades en el palacio por lo que solo le dedicó una sonrisa.
— La verdad extraño mi hogar — exclamó Jadiel triste.
Madam Romina le extendió su mano y lo miró con ternura, Jadiel sintió que aquella vieja mujer era como una abuela.
— Mi señora decía que lo único que no convierte este palacio en un infierno es el amor — le contó una frase.
Aquella frase se la había dicho Roxelana tantas veces pero aquello era otra historia.
— Entonces su señora vivió un cuento de hadas — comentó Jadiel — mi destino será vivir aquí toda mi vida.
Una persona a lo lejos miraba la escena con diversión, aquel muchacho le pareció un poco extraño pero sobre todo hermoso y con una forma de ser intrigante.
— La verdad no sé porque nuestra señora aceptó que fuera el pago de la deuda — le dijo Jadiel y continuó — solo soy un muchacho inútil eso decía mi madre, tal vez está feliz.
Madam Romina lo miró con desaprobación.
— Mejor enfócate en tu futuro — le dijo Madam Romina — y vayamos con la Reina Madre o se molestara no le gusta la impuntualidad.
Ambos caminaron a los aposentos de la Reina Madre Elizabeth quien se encontraba leyendo un libro sobre una de las mujeres más poderosas de la historia otomana, Hürrem Sultan.
— Esta mujer era muy inteligente — rió Elizabeth al leer una de las escenas en la que aquella muchacha rusa discutía con la primer mujer del monarca.
Madam Romina entró junto a Jadiel, ambos hicieron una leve reverencia a la dama enfrente suyo quien los miró con una sonrisa.
— Estaba leyendo — les contó a los dos — está historia es fantástica, no comparto la idea de un harén pero es divertido ver las peleas de dos mujeres por un hombre.
— Es grato saber que está feliz mi señora — le dijo Madam Romina.
— Lo estoy — concordó Elizabeth — pero no por Anastasia, es un fastidio.
— Fue usted quien estuvo de acuerdo con el matrimonio — le dijo Madam Romina.
Pero Elizabeth levantó la mano en señal de silencio, a pesar de todo no le gustaba que nadie le dijera sobre sus errores ni mucho menos aquella que fue su nana.
— Es mi deber velar por el futuro de la dinastía — se defendió — mi hermano ocupaba una mujer si no los rumores comenzarían a esparcirse y no los podríamos detener.
Madam Romina asintió y guardo silencio.
— ¿Te sientes bien aquí muchacho? — inquirió la Reina Madre mirándolo con curiosidad.
Jadiel tenía prohibido mirarla a los ojos porque no eres digno recordó lo que tantas veces le habían dicho pero está vez decidió hacerlo para sincerarse.
— Usted me ha tratado como una verdadera madre o una hermana, disculpe si me atrevo a mirarla — le dijo y bajó la cabeza — estoy bien aquí me siento mejor que en mi hogar aunque lamentablemente lo extraño.
Elizabeth lo tomó del mentón e hizo que Jadiel la mirará a los ojos aunque ella también sabía que no era correcto, sin embargo no le importaba.
— Gracias por considerarme una figura importante muchacho — le dijo ella — ahora solo ocupo que te prepares en lenguas extranjeras, política y algunos temas importantes porque te tengo una misión.
— ¿Cuál es esa misión tan importante? — le preguntó Jadiel.
Elizabeth lo miró dudosa por unos segundos, solo tenía poco tiempo de conocerlo pero le parecía un muchacho honesto y leal.
— Es sobre su majestad como sabes Anastasia lo ha rodeado de personas ineptas, necesito alguien que esté de mi lado y lo logré influenciar — le comentó ella y continuó en voz baja — él es... de eso hombres que le gustan los hombres.
Elizabeth guardó silencio.
Madam Romina hizo como si no hubiera escuchado nada.
Jadiel recibió información que no comprendió mucho pero sabía que debía guardar silencio si quería sobrevivir en ese palacio.
— Si dices algo de lo que te conté — replicó Elizabeth — cortaré tu lengua y no me importará si tengo un cariño especial por ti, primero es la corona.
Jadiel tembló al escuchar las palabras amenazantes de la Reina Madre, pero sabía que si no decía nada o contaba algo su cabeza no saldría rodando por los pasillos del palacio.
— Jamás diría algo mi señora — le dijo él — primero es la corona como dice y la protegeré con mi vida.
Elizabeth le sonrió satisfecha al escuchar su respuesta y el valor en cada una de sus palabras, realmente le pareció un muchacho inteligente y leal.
— Muy bien — exclamó Elizabeth — necesito que conozcas a mi hermano de forma imprevista, no quiero que piense que te estoy poniendo como su vigilante ni nada así que Romina te preparara en estos días.
Romina asintió con la cabeza y volvió a guardar silencio.
— Haré que su majestad sea mi amigo — sonrió Jadiel — es mejor tener su afecto que sus vagas órdenes.
La Reina Madre lo dejó irse, miró a Romina con una sonrisa y prosiguió a hablar acerca de Jadiel.