FLORENCIA, ITALIA
ARIEL
—Sí, amore, paso por Alessia y nos vemos para comer en el restaurante de siempre, ¿te falta mucho?
—No, mi vida, solo un paciente más y listo, ¡muero de hambre! —exclama y me veo sonriendo porque casi puedo imaginar a mi Dani haciendo un puchero. Le encanta comer y nuestra Alessia es igual, ambas comen por un ejército.
Conocí a Daniela mientras yo terminaba la carrera de medicina y ella estaba en el último año de la especialización de Dermatología, congeniamos de inmediato, pero ninguno esperaba que, a los pocos meses de empezar nuestra relación, llegara el embarazo y nuestra hermosa Alessia que ya tiene cinco años. Decidimos esperar a que yo terminara mi especialización en Pediatría para casarnos, estamos a menos de quince días de la boda y feliz no alcanza a describir cómo me siento.
—Alessia ya debe estar medio gruñoncita por el hambre también, porque las galletas en el receso seguro se acabaron todas. —Le recuerdo y la escucho reír.
—Por cierto, mañana es mi última prueba del vestido, ¡estoy feliz! —Casi puedo verla sonriendo de oreja a oreja.
—¿Me dejarás ver aunque sea un pedacito? —Le pido y ríe de nuevo.
—Tal vez el dobladillo…
—¡Mala mujer! Lastimas mi corazón rojo. —Me quejo en broma.
—Tranquilo, lo de abajo seguro que sí te dejo ver…
—Oye, eso me gusta y…
—Ya llegó mi paciente, nos vemos en un rato, ¡te amo!
—Te amo más, Dani.
Termino la llamada y estoy sonriendo como idiota. Salgo del apartamento y cuando bajo al auto puedo ver en el reflejo de la ventanilla que mi cabello rojizo está muy largo y despeinado, me toca cortarlo, y se supone debía hacer la cita hace unos días y por alguna razón lo sigo olvidando. Al subir puedo ver los rastros de mi hija que le encanta dejar, su dinosaurio verde de peluche que fue regalo de su tía Sofía reposa en el asiento de atrás y sus ligas de colores para el cabello están regadas por todas partes.
Manejo hasta el colegio de mi hija y al llegar, espero con los otros padres afuera, en su mayoría son mujeres, de esas que me dan miradas nada disimuladas, aunque estén casadas, entiendo que soy un padre joven y tan apuesto como mi padre, con algo del ego de mi tío Gian, pero igual a veces es molesto y Alessia es sumamente celosa, ella sí no tiene miedo de decirle a las mujeres que dejen de ver a su papá porque es suyo y de su mamá. Es algo gracioso y adorable, aunque también lo hace con mi papá, dice que su abuelo es de su abuela Katerina.
Daniela solo tiene a Pilar, su hermana menor que es profesora de idiomas, perdieron a su mamá por cáncer cuando eran adolescentes y su papá falleció un año antes de conocernos. Así que cuando Daniela y yo nos hicimos novios, mi enorme familia las adoptó a ambas, como lo hacen siempre con los nuevos miembros, tanto así que Dani le dice mamá a mi mamá.
—¡Papi!
Mi pequeña rojita viene corriendo como torbellino, con su larga cabellera rojiza que heredó de mí y la lleva recogida en dos trenzas, esos enormes ojos azules y las hermosas pecas de su madre y mías que le salpican la nariz y las mejillas.
—¡Mi princesa hermosa! —La atrapo entre mis brazos y la alzo, provocando que enrosque sus piernitas a mi alrededor—. ¿Cómo te fue hoy?
—¡Muy bien, papi! —exclama, dejando un sonoro beso en mi mejilla—. Leí toda mi lección y la maestra me felicitó mucho, mucho.
—¡Felicidades, amor! Todo lo que practicamos funcionó, ¿viste? —Beso su mejilla mientras camino con ella en brazos de regreso al auto. La siento atrás y ajusto su cinturón, ella me rodea el cuello con sus brazos y beso su cabeza.
—Te amo, papi, tengo hambre. —murmura—. ¿Vamos a comer con mami? Me comí la última galleta a escondidas hace un rato, los exámenes me dan hambre. Creo que tengo un Lalito como el de Eli y Gaelito.
Sonrío por sus palabras, ella y Dani son igualitas, cuando tienen algo importante les gusta comer un poco más de la cuenta y no puedo quejarme, mi hija habla hasta por los codos y aprendió demasiado rápido a leer. Es muy avanzada para sus cinco años.
—Sí, nos veremos con mami en el restaurante, ¿quieres que celebremos con helado después del almuerzo? —Mi propuesta ilumina toda su expresión.
—¡Sí, helado! —exclama frotándose el abdomen—. ¿Puedo llamar a los abuelos desde tu teléfono, papi? Ellos quieren saber.
Le entrego mi teléfono y me subo al auto para poder irnos, me río porque veo cuando les hace una videollamada a mis padres que le contestan al instante y a su tío Enzo, ella se explaya a contarles hasta el más mínimo detalle de su lección de lectura y como la maestra la felicitó.
—¡Mi piñita hermosa se merece su botella de jugo de niños! —exclama Enzo y sacudo la cabeza.
—¿Podré usar la corona de la piña, tío?
—Y por supuesto.
—¿Me haces ravioles, abuelo? El sábado cocinamos los dos, ¿sí?, ¿sí? —Pide mi hija a papá que se ríe.
—Claro que sí, mi niña, hacemos los ravioles especiales para ti. —responde papá y es quién más consiente a su nieta.
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Editado: 07.01.2024