Rosángela terminó de comer en su habitación, recogió la caja de regalo y salió. Al bajar, se despidió de la recepcionista del hotel y se dirigió a comprar la píldora, inquieta por la posibilidad de estar embarazada.
Al llegar a la farmacia, esperó su turno para hacer la compra.
—Buenos días, señorita—saludó la cajera.
—Hola, buenos días. ¿Podría darme una píldora anticonceptiva, por favor? —pidió Rosángela.
—Por supuesto, señorita. ¿Sabe usted cómo utilizarla?—preguntó la cajera.
—Sí, señorita—contestó Rosángela.
La cajera le entregó la píldora, ella pagó y salió de la farmacia. Sin embargo, comenzó a sentirse mal y le dio náuseas, así que regresó a pedir permiso para usar el baño.
—Disculpe, ¿puedo usar el baño? Me siento muy mal—solicitó Rosángela.
—Por supuesto, señorita. No se preocupe—contestó la cajera con amabilidad.
La cajera la acompañó hasta la puerta del baño y esperó afuera. Rosángela entró, comenzó a vomitar y se preguntó: "¿Estaré embarazada? No es el momento adecuado." Luego, se limpió con un pañuelo, se lavó las manos y salió del baño.
—¿Se encuentra bien, señorita?—inquirió la cajera con discreción.
—No me siento bien, estoy mareada—respondió Rosángela, antes de desmayarse en el suelo.