Miro con atención la pequeña bolsa y acaricio con suavidad el material delicado con el que está hecha mientras quito la cinta. Busco en su interior y me sorprendo al ver un pequeño USB color negro.
—¿Qué significa esto? —le pregunto a Sophie mientras le enseño el USB.
David me quita el USB y cierra su mano en puño.
Los miro a ambos en busca de una explicación.
—Sophie, como se te ocurre darle esto así sin más. ¡Se nos puede morir! —regaña David a mi hermana.
Extiendo mi mano y le hago una seña a David para que me devuelva el USB que me acaba de quitar. Él al principio se niega, pero después de un momento, sin mucha convicción, me lo entrega.
Sin decir nada entro en la casa y busco mi computadora para ver que tiene este famoso USB. Prendo la computadora y conecto el dispositivo, se abre una carpeta con un único contenido. Un vídeo, es todo lo que hay en el USB. Abro el vídeo y precioso reproducir. Mientras veo el vídeo no puedo evitar sentirme mareada, me dan náuseas y quiero gritar. Cuando el vídeo termina lo veo por segunda vez sin creer aun lo que estoy viendo. Quito el USB y camino hasta la sala donde están sentados Sophie y David.
—¿Desde cuándo tienes esto? —le pregunto a Sophie entre gritos— ¿Desde cuándo?
Sabía que por algo ella me reclamó todo eso a penas y llegó. Sabía que algo había hecho.
—Tres semanas —me responde desde el sofá mientras abre una revista y la empieza a leer.
—¿Y no hiciste nada? —le grito.
Trato de controlarme, respiro y expulso el aire, pero no funciona. Ella deja la revista a un lado y me mira. David me hace una seña para que me tranquilice, trato de hacerlo, pero me resulta casi imposible.
—¿Qué querías que hiciera? —me pregunta con mucha calma— El problema no era mío, esperé a que me llamaras, pero nada. Agradece que te lo di ahora.
Y antes de gritarle a Sophie por ser tan desconsiderada un nombre viene a mi mente, su rostro, su mirada.
—¿Él lo sabe? —eso fue lo primero que debí preguntar.
David es quien me responde.
—No —me dice—, primero queríamos darte esto a ti y antes que te quieras lanzar sobre mí por no decirte nada, quiero que sepas que yo me enteré hace 2 días y fue mi idea venir a contarte.
Él debería saberlo, él tiene que saberlo. Sophie tenía razón, esto me hizo tragar mis palabras y ahora en lo único que pienso es en regresar, volver y verlo, darle esto y que vea el vídeo. Él necesita esto.
—Me voy, regreso...
Ellos no me dejan terminar de hablar.
—Lo sabemos, tu maleta ya está empacada y tienes un vuelo que sale en tres horas.
Vaya, al parecer ya lo tenían todo planeado.
—Pero no creas que Ian te lo va a poner fácil —me dice Sophie—. No creas que te va recibir con los brazos abiertos.
Lo sé, no podría esperar otra reacción, lo entiendo. Jamás debí subirme a ese avión y venir aquí a Italia, no debí dejarlo con todos esos problemas solo. Pero lo que hubiera pasado no sirve ahora, lo hecho, hecho esta.
Intenté olvidarlo, juro que lo intenté, al igual que aquella vez que me fui tres meses cuando aún mis sentimientos por él no eran nada más que un gusto y excitación por lo prohibido. Pero no pude olvidarlo aquella vez y ahora tampoco, el amor que siento por Ian parece simplemente no querer desaparecer. Se hace más fuerte con el tiempo, incluso ahora que no estoy con él. ¿Cómo es eso posible?
Son las ocho de la mañana cuando aterrizamos, tengo miedo, miedo de su reacción, miedo a su rechazo.
—No voy a huir más —le digo a David mientras vamos en el taxi camino a mi apartamento.
Cuando llego a mi apartamento le pido a David y a Sophie que no le digan a nadie que estoy aquí. Dejo mis cosas en mi habitación y me baño rápido. Me arreglo y a penas y me miro en el espejo. Sophie me espera abajo porque fue por su auto y David llamó a Annie para saber dónde está Ian. Él está en su Pent-house, no me imaginé que estuviera en otro lugar.
Cuando llego al edificio donde vive Ian, el conserje no duda al darme aquella llave que Ian mando hacer especialmente para mí. Subo en el ascensor y el miedo parece evaporarse, solo quiero verlo, la necesidad que siento en este momento de verlo es abrumadora.
Abro la puerta y entro despacio. No hay margaritas en la sala como aquella vez. En realidad, no hay flores, ni una sola. Las cortinas están cerradas, todas las luces apagadas y lo busco con la mirada. Él está sentado en su piano, pero no está tocando nada. Tiene la cabeza agachada y veo como sus deseos bailan sobre las teclas sin presionarlas. Murmura algo que no logro entender.
—Ian —digo su nombre despacio, tratando de ver cuál será su reacción, pero él no se mueve—, Ian —lo vuelvo a llamar y sigue sin moverse.
Cierro la puerta y camino hasta él. Respiro su aroma y por primera vez desde que llegué, me siento en casa. Pongo una mano en su hombro y él me sujeta la mano con mucha delicadeza como si temiera romperme. Pero no se mueve o dice algo. Sigue en la misma posición que estaba cuando llegué.
—Ian —decir su nombre en voz alta después de llevar casi dos meses sin decirlo me resulta tan extraño y al mismo tiempo reconfortante—. Ian. ¿Estás bien?
Él acaricia mi mano con mucha suavidad. Una risa áspera sale de su garganta.
—No —me responde. Todo este tiempo me había estado escuchando, solo que no me quería responder—. ¿Cómo voy a estar bien? ¿Tú estarías bien en mi situación?
No suelta mi mano y yo no me atrevo a responder. Suena tan frío, no podía esperar menos.
—Ian, lo siento.
Como si un "lo siento" solucionara todo.
Esta vez sí suelta mi mano y yo me siento perdida.
—Vete, por favor, vete —me dice lo mismo que yo le dije aquella noche, solo que su tono de voz es frío y distante.
No me aparto de él, sé que en el fondo no quiere que me vaya, está dolido lo entiendo, no es para menos.
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Editado: 12.07.2022