La llamada inesperada
—Jessi, Jessi por favor háblame—escuchaba la voz de Leila, sonaba verdaderamente preocupada. Trate de abrir los ojos pero me pesaban, incluso tenía los dedos entumecidos. Todavía resonaba el balido de la cabra y el grito de la estatua. Sentí algo frío en mi cabeza haciendo que me relajara, luego un olor fuerte a alcohol me hizo reaccionar.
—Puaj ¿Qué clase de alcohol era ese?—interrogue, llevando una mano a la frente, donde un paño húmedo reposaba. Leila se abalanzó sobre mí dándome un muy apretado abrazo que correspondí. Frotó su cabeza en mi cuello inspiró mi aroma.
—Creí… que te había pasado algo…—dijo en voz baja en mi cuello—. Por un momento… dejaste de respirar…y-yo no sabía qué pasaba… lo lamento.
Sollozo y una oleada de tristeza me golpeó de repente.
—Tranquila, estoy bien—reconforte acariciando su cabello. Recordé las imágenes y los gritos, abracé con más fuerza a Leila tratando de calmarla a ella y a mí. Sentía el corazón martillear contra las costillas. Deje un beso en la coronilla de su cabeza, respire su aroma, que era una mezcla entre manzana y pasto recién cortado–. Les di un buen susto a los profesores ¿verdad?
—Obvio, casi Pierce llama a una ambulancia—comentó Ganzhel que me tendía una taza de chocolate caliente—. Te ayudará a levantar un poco el azúcar. Pero como vio que respiraste te trajeron a la cafetería, y lo del alcohol fue idea mía, mezclando algo de roquefort, huevo podrido y vinagre. Obtienes algo parecido a una bomba fétida, tengo uno en mi casa para cuando alguien se descompensa. Ahora quiero saber ¿Qué demonios te ocasionó el desmayo casi muerte?
Tome un sorbo del chocolate caliente y mire el entorno. Era una cafetería grande, donde unos cuadros estaban a la vista, y unas mesas estaban repartidas, me encontraba recostada en un sillón largo en forma de L, tenía tapada de la cintura para abajo con una manta. Les quería contar sobre lo que vi, pero sería una locura, además de que esa voz, intercalada en edades, me advertía que sería lo mejor callar hasta que la ayuda llegue. Mire a Ganzhel y Leila a los ojos.
—No comí desde hace un día. Hoy desayuné un poco, pero como saben, creo que soy una chica de acero—reí despreocupada. Leila tenía esa mirada asesina que me inquietaba y Ganzhel todavía tenía el ceño fruncido—. Lo lamento, sé que debería cuidarme mejor pero, ya saben, chica de acero.
—¡Eso no es excusa para dejar de comer u olvidarte de tu salud! Jessica Martínez—riño Leila, cuando me llama por mi nombre casi completo no está tan furiosa, aunque, no tenía que confiarme—. Siempre te digo lo mismo y parece que hablo con la maldita pared. Casi me das el susto de muerte más grande del mundo. Solo, no lo vuelvas hacer.
Mire por encima del hombro de Leila donde el chico de la entrada estaba hablando con uno de cabello rubio dorado corto y ojos de un verde esmeralda. Tenía un anorak azul, un vaquero desgastado y unas zapatillas Converse negras. A diferencia de su amigo, este emanaba una sensación pacífica. Debes en cuando lanzaban miradas furtivas donde me encontraba, fruncía el ceño cada vez que lo hacían y trataba de leerle los labios, pero tampoco soy una profesional. Después de un tiempo de intercambios de palabras y miradas furtivas continuaron su camino. Me levanté y mi vista se desenfoco un poco, deje la taza de chocolate en una mesita de enfrente. Ganzhel me contó que murmuraba palabras como “los cazadores ya vienen” repetía eso como un mantra.
—Y estuviste pataleando, diciendo que no te tocáramos. Pobre ese chico de la escuela de Manhattan, creo que la marca de tu bota le quedó de por vida en su cara—musito terminado el chocolate caliente, salimos de la cafetería y el profesor Pierce salió del gentío de estudiantes.
—¡Martínez! Gracias a dios—jadeo, para ser alguien en buen estado físico, le falta resistencia, aunque sé que las apariencias engañan—. Creí que debería haber llamado a una ambulancia, pero por suerte teníamos a un médico por aquí.
Ganzhel movió los labios diciendo “Drama Queen”. Hice mi mano un puño que llevaba la boca para ahogar una carcajada. Necesitaba humor para el momento horrible que pase, el profesor se fue luego de preguntarme por millonésima vez si estaba bien. La hora de almorzar llegó, y en la cafetería compré una tarta de pollo y una Coca-Cola Diet. Mientras que Aquaman trajo unos rollos primavera y papas fritas. Y Leila completo con un sándwich de panceta y huevo con jugo de mango. El almuerzo transcurrió tranquilo, entre el bullicio de los adolescentes y los reclamos de los profesores de que hablemos en voz baja. Unas mesas más adelante, estaban los dos amigos sentados con rostros pensativos. Me llamaron la atención, además de que algo decía que serían de utilidad, sentí un cosquilleo detrás de la oreja.
No hagas una escena—susurró alguien—. Ve, lentamente, hacia un lugar apartado.
Instantáneamente di un respingo. Mire atrás y no encontré a nadie, volví la mirada adelante y todos seguían en la suya. Seguí comiendo la tarta cuando otra vez la picazón detrás del oído me invadió e instintivamente me rasque como perro con sarna.
Te dije sin llamar la atención y a un lugar apartado—repitió, esta vez con más ímpetu. No sé si fue por acción o curiosidad, me levanté de mi asiento y carraspeé.
—Disculpen tengo que ir al baño—dije tomando un sorbo de la Coca-Cola Diet. Leila paro de comer.
—¿Quieres que te acompañe…?
—No, está bien. Puedo ir sola—sentencio, apresurada llegue a la parte trasera de la barra donde estaban los baños. Entre y me mire en el espejo, abrí la canilla. Inhale y exhale mirando el agua caer, volví la vista al espejo. No era yo, sino una persona diferente, una chica con armadura guerrera. Tenía una tiara acompañada de su cabello rubio rojizo, sus hombreras eran de águilas y su peto tenía forma de león, junto con unos brazaletes. Terminando en unas botas con rodilleras de plata y oro. Al menos tenía los mismos ojos pero su rostro era más delicado.