Prólogo

Fuimos nobles, alegres, descarados, fuertes, diferentes; fuimos amados. Nuestro tiempo quizás ha llegado a su final, pero una nueva generación seguirá revelando lo que nosotros descubrimos, hicimos y construimos. No hay nada en el mundo que merezca ser rescatado, excepto la verdad; y lo que hagamos en esta vida resonará en la eternidad y para siempre...

___________________________

Aquel día el Centinela se dispuso a visitar a alguien amado por él: la madre de su hija. Él había llevado a su pequeña de visita varias veces, pero aquel día era especial; por fin había terminado de contarle a su niña la maravillosa historia que vivió con aquella noble mujer, aquella que se convirtió en la madre de la niña que ahora tenía de la mano. Le habló, una vez más, de lo asombrosa y valiente que fue su madre. Le relató sobre sus raíces, su familia y sus ancestros. 

Al llegar a su destino divisaron el tan familiar árbol bajo el cual esperaba la inmaculada mujer que el Centinela anhelaba. Él presintió la presencia de su gran amor, y la niña sintió el cariño de su madre quien la observaba con secreta emoción. Llegaron y lo primero que él hizo fue poner un ramo de dalias y rosas frente al epitafio de su amada.

—Papito, ¿será que mi mami nos está viendo ahora? —preguntó la niña, llena de inocencia.
—Eso tenlo por seguro mi amor —respondió su padre con una afable sonrisa—, ella siempre nos está viendo y ahora debe estar feliz de verte convertida en una hermosa princesita.
—¿Y tú crees que nos cuida?
—Siempre nos cuida, ella vive en La Estrella de Venus y desde allí nos protege de todo mal.
—Gracias mamita, por cuidarnos a mí y a mi papito —la niña agradeció frente a la tumba de su madre.
—Es hora de irnos.
—Sí, papá.
—Nos veremos pronto, amor —dijo el Centinela frente al epitafio de su amada y, poco a poco, él y su hija se fueron caminando. Se fueron a casa... a donde pertenecían...

________________