Un verdadero caballero lucha y muere tanto por amor como por honor, pero todo hombre debería encontrar algo más por lo que luchar en el fondo de su corazón o, más importante, en las memorias de su propia sangre. No llore por el caído en combate pues seguro murió satisfecho. La guerra se trata de hallar la forma más honrosa de morir, pero no me juzguéis por cómo morí sino por cómo viví.
Rudolph Michelle, el Caballero Negro.
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Querido diario, las vacaciones de invierno se acabaron. Este descanso de medio año fue bastante movido por las fuertes experiencias vividas las últimas semanas. Desde el cumpleaños de Gabriel muchas cosas cambiaron y, poco a poco, las circunstancias han ido transformándose. Me fue imposible sacarle más información a mamá sobre nuestra ascendencia. Desafortunadamente, mis hermanos tampoco saben mucho. Mi tía Alina no quiso decirme nada y el misterio crece. Supe que la familia de Rodrigo tampoco quiere hablar sobre el tema. Todos lo evitan y nuestra necesidad de saber la razón de tantos secretos crece cada vez más.
El lunes tuve un gran arrebato, de hecho lo fue también para mis amigos. Las clases empezaban nuevamente. Me daba una flojera terrible levantarme temprano, pero no había remedio; apenas me despegué de las sábanas. Fui a tomar una ducha, pero el agua se cortó de forma repentina. Tuve que arreglármelas para enjuagarme con la poca agua que había disponible. Para variar, no habían calcetines limpios, por lo que tuve que usar los de Educación Física. Me cambié lo más rápido que pude, ya estaba atrasada. Había olvidado pedirle a mamá que me compre un sujetador nuevo, el que llevaba empezaba a incomodarme. Me puse el uniforme de mala gana.
Salí de casa junto a mi hermana, ella llevaba el traje diseño sastre que compone el uniforme de la Promoción y muchas cartulinas en su mochila. Llegamos al colegio con mucho apuro.
—Che pulga —Joisy me dice pulga de cariño—, cuidadito te atrases hoy, debes poner la mesa. El Oscar va venir temprano a recogerme, así que no te vas tardar.
Cierto, la noche anterior mi hermana y yo hicimos la comida para hoy. Ella invitó a su chico, yo al mío.
—Para nada, y no soy una pulga —fingí molestarme, aunque en realidad no me molestó.
—Ya, ya, digamos. Por si cualquier cosa, me buscas nomás en mi curso.
—Ya, dale.
El reencuentro fue genial, Rocío y Gabriel ya estaban en la puerta. Luego Rodrigo llegó, se me acercó, me abrazó y me robó un beso fugaz.
Los periodos se hicieron eternos, pero tras la pesada hora de clases llegó, finalmente, el esperado recreo en el que los temas de conversación seguían dominados por las vivencias de las vacaciones. Mis amigos y yo dejamos ese tema y pasamos a algo más delicado.
—¿Averiguaron algo? —preguntó Gabriel haciendo referencia al tema de nuestras familias.
—Yo le pregunté a mi abuelo sobre sus antepasados, pero no me dijo nada que sirviera —respondió Rodrigo—. Lo que sí pude notar es que se puso full nervioso cuando le hablé de la Misión Familiar. Primero me dijo que no debía enterarme nada sobre el asunto ése y luego me quiso vacilar diciendo que no había ninguna misión —concluyó algo molesto. Luego conté mi relato.
—Yo le pregunté a mi mamá, pero tampoco me dijo nada claro, solo me pidió que no rebusque en el pasado.
—Mi jefa se puso histérica cuando le comenté sobre la Misión Familiar —contaba Rocío—. Me dijo que jamás volviera a preguntarle algo al respecto.
—Aquí hay gato encerrado —Gabriel arguyó—. Al día siguiente de mi happy, traté de hablar con mi vieja sobre el tema, pero se me hizo al quite y cuando le pedí ayuda a mi viejo para desentrañar el misterio, se hizo al sueco, como si jamás nos hubiera dicho algo.
—Definitivamente nos ocultan algo —afirmé—, hay mucho misterio aquí.
—A leguas, changa. Pero no hay quien más nos dé explicaciones aparte de nuestras familias —argumentó Rocío.
—Es verdad. Si nos ocultan algo es porque debe ser importante y debemos llegar al fondo de esto —Rodrigo afirmó, lleno de convicción—, me tiene de un huevo que nos oculten todo.
Terminó el último periodo, las clases fueron mortalmente aburridas, era poco más de la una de la tarde. Debía irme con mi novio temprano a mi casa, mi hermana nos esperaba para comer, pero la profe de Matemáticas nos dejó una práctica que debíamos fotocopiar, así que no tuvimos más remedio que pasar por la fotocopiadora primero.
Llegamos a la esquina de la plaza y Gabriel nos pidió nuestras cuotas para sacar las copias de la tarea. Lo esperamos en el kiosco del frente. Compramos unos refrescos personales hasta hacer tiempo y, entre tanto, el tema de conversación giraba sobre el cumpleaños de Rodrigo, está muy cerca.
—¿Harás fiesta para celebrar tu happy este año? —le preguntaba Rocío a mi chico. Ella aparentaba total normalidad, pero conozco a mi amiga y sé que debía estar muy ansiosa.
—Yaaa, eso ni se pregunta. Obvio pues changa —contestó, efusivo.
—¿Y qué tienes en mente, nene? —cuestionó, fingiendo que no le importaba demasiado.
—Ni idea, lo único que es seguro es que no será una fiestita de piñata. Ya estoy grandecito para esas cosas.
—¿Habrá baile? —comenté con una curiosidad enorme.
—Preferiría que no, pero... —no dijo más.
Una súbita sensación de temor cortó nuestra conversación. Rodrigo se había quedado mudo. Rocío estaba paralizada. Yo sentí una sensación horrible recorrer mi espinazo. De repente, un zumbido como de abejas me perforó los oídos por unos instantes y luego mi visión se volvió roja. Un calor sofocante me quemaba la garganta y, de un instante al otro, la sensación desapareció. Los tres nos quedamos mirándonos los unos a los otros, totalmente asustados. Entonces tuve un presentimiento terrible.
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Editado: 22.05.2022