La palabra de Jehová me fue dirigida en estos términos. Ve y grita a los oídos de Jerusalén lo siguiente: Desde antiguo quebraste tu yugo, tus coyundas has roto, diciendo: No quiero servir, cuando sobre toda colina elevada y bajo todo árbol frondoso te echabas como prostituta. Yo te había plantado como cepa escogida, toda ella de semilla genuina. ¿Cómo, pues, para mí te has cambiado en sarmientos silvestres de viña bastarda? Aunque te laves con nitro, y te eches cantidad de lejía, tu culpa sigue sucia ante mí
"Oráculo de Jehová Sebahoth" [Jeremías 2,20].
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El fuego tiene el brillo del terror, llamas horribles que calcinan todo lo que encuentran. Así es como todo se acabó, mi vida se terminó. Pensaba que lo peor que podría ocurrirme sería quedarme sola y abandonada, sin techo ni comida; ahora entiendo que eso no es lo peor. Quedar en medio del desierto sin agua, o estar enferma de muerte, o en un país en guerra, todo eso es poco. Tener una enfermedad terminal y quedar en la miseria, sufriendo dolores terribles sin esperanzas de hallar la muerte, es muy poco. No existe peor tormento que las espinas filosas del tallo de una rosa, penetrando tu cuerpo entero. O las llamas rojas del fuego quemando tu piel. De ello no escapas ni muriendo. No sé cómo describir todo lo que pasó, ya no sé nada.
Agosto terminaba, una época entera se consumía. Muchas cosas pasaron, pero pocas fueron positivas. Desde el incidente en la fiesta de Rodrigo, Gabriel no nos saludaba, no nos hablaba, ni siquiera nos miraba; era como si para él ya no existiéramos. Y entre tantos eventos tristes, existía algo oscuro, misterioso y siniestro que no había quedado claro: la nefasta intervención de Ikker. Gabriel dijo que ese sujeto le había contado sobre los sentimientos de Rocío, pero, ¿cómo pudo saber eso? Era muy extraño, solo Rodrigo y yo teníamos conocimiento del asunto. De haber sabido qué clase de demonio es, posiblemente habríamos tenido más cuidado. Aunque al final, ya no interesa cómo se enteró, logró su objetivo, todo quedó en cenizas.
Un día previo al infierno que pasamos tuve señales de nuestro nefasto futuro. Septiembre había empezado, era lunes, de nuevo al colegio. Desayuné con mi hermana y con mamá. Jhoanna me acompañó al colegio, ha estado muy atareada últimamente, estar en la Promoción debe ser complicado. Había un ambiente romántico, el mes del amor, la juventud y la primavera, prometía lindos momentos; pero las promesas se las llevó el fuego. El micro del cole había llegado un poco más temprano que de costumbre. Rodrigo lucía un algo desanimado, Rocío nos acompañaba. Entramos hablando de cualquier tontera, Gabriel llegó poco después, no nos miró y se pasó de largo.
Examen de Matemáticas la primera hora, nada que me hubiera espantado, aunque Rodrigo parecía bastante perdido. Tuve la precaución de hacer un chanchullo para él. Pegué papelitos con las fórmulas de los ejercicios en la parte interior de mi falda. Hice una seña con el lápiz a Rodrigo para que baje la vista y pueda aprovechar la trampa. Creo que mi ayuda fue un perjuicio, el pobre se puso aún más nervioso.
Durante el recreo aproveché el tiempo para liberar la tensión y fui al kiosco a comprar un refresco. A pocos metros, Rodrigo jugaba un partido de fútbol con los demás chicos. Gabriel jugaba básquet en la otra cancha. Rocío se quedó con las otras chicas a llenar sus slams (Cuaderno normalmente usado por las chicas antes de la era de internet, que llevaba una pregunta por página y se rotaba entre las amigas y amigos de la propietaria del slam. Era una especie "facebook" o "askme" durante los 80's y 90's). Todo parecía tranquilo, el sol, el viento, las nubes, el cielo azul, el día era muy hermoso. De repente, sentí una fuerte punzada en el pecho, no sentía hace tiempo ese dolor. La sensación pasó tan rápido como apareció, miré bajo mi blusa y parecía que había un puntito en mi pecho, como hecho con un lápiz, ¿con un lápiz? No terminaba de comprender lo que pasaba cuando algo llamó mi vista, un chico me estaba mirando desde las graderías; pero en cuanto me di cuenta, se tapó el rostro con un cuaderno. Me acerqué para enfrentarlo.
—Hola —no recibí respuesta— ¿En qué curso estás? —el chico se volteó, tratado de huir, pero se le cayó el cuaderno. Me agaché para recogerlo. Había un dibujo en él, perfecto como si un artista profesional lo hubiera hecho. Mi asombro sobrevino cuando me di cuenta que era yo la que estaba dibujada.
Dámelo —me pidió, me llevé una sorpresa tremenda al reconocer al autor.
—¿Alan?
—No preguntes, devuélveme mi cuaderno —estaba muy nervioso. Miré unos segundos más el dibujo y luego él me quitó el cuaderno.
—Es un dibujo muy bueno, ¿tú lo hiciste? —asintió—. Eres talentoso.
—Bueno, ya sabes mi secreto —se lo notaba muy incómodo.
—¿Secreto?, y por qué no quieres que los otros sepan que puedes dibujar.
—Para qué, a nadie le importaría.
—Eso no es cierto, realmente dibujas bien —pero, me dibujó, ¿por qué? ¿Será por los sentimientos que tiene por mí?
—No le vayas a decir a nadie que sé dibujar, porfa.
—Claro, pero...
—Tú también. Haz de cuenta que no viste nada —dijo tratando de irse, pero, casi por reflejo, lo sujeté del brazo. No supe porqué lo hice, Alan me miró asustado, yo no comprendía nada de lo que estaba pasando.
—Di..., Diana..., mi brazo —apenas reaccioné y lo solté.
Nos quedamos mirándonos. En ese momento recordé su confesión, lo que me dijo en la fiesta de Gabriel. Luego me acordé que me pidió ayuda con la tarea de Matemáticas que nos dejaron en la vacación, pero jamás volvió a contactarme y yo lo olvidé, al final jamás lo ayudé
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Editado: 22.05.2022