Ocultar secretos es como pretender esconder una aguja en un costurero, alguien la hallará tarde o temprano. Nada queda oculto para siempre, las cosas tienen una fecha de caducidad, y también los misterios. Sabía que algún día me enteraría qué fue lo que mi familia me había estado ocultando todo este tiempo. Tenía la seguridad que sería algo muy delicado, pero jamás imaginé que lo fuera tanto. Todas las peripecias que pasé con mis amigos tienen sentido ahora, nada fue una coincidencia, solo parecía ser una. Debería estar aterrorizada, pero no lo estoy.
Octubre ya empezó y mi vida intenta recuperar su rutina, pero nunca más volveré a ella. La Policía cerró las investigaciones por las agresiones que sufrimos. Alegaron que ya se habían acabado las oportunidades de atrapar al responsable y que tenían un procedimiento que seguir. Nuestros padres tampoco insistieron en dar con los culpables. Al principio creí que era cobardía, pero luego lo entendí. Rodrigo, Gabriel, Rocío y yo compartimos algo más que una amistad, estamos juntos en una misión. Solía preguntarme qué tipo de interés podría tener alguien malvado en mis amigos y yo, creo que ya no quiero saberlo. Creí que éramos un grupo de chicos comunes que jamás habían dañado a nadie. Pensaba que solo los políticos o los narcotraficantes tenían enemigos poderosos. Me equivoqué, mis enemigos no lo son por dinero o poder, sino por esencia. Nos enfrentamos a los dueños del universo y no hay mucho que podamos hacer contra ellos.
Toqué el piano una última vez durante Festival de Talentos de primavera. Interpreté el "réquiem" de Mozart. He decidido retirarme de los escenarios. No tengo razón para seguir soñando en convertirme en una pianista famosa, eso ya no interesa. Rodrigo tampoco tocará más en público, pero decidí ayudarlo a recuperar la destreza de su mano lastimada; ni él ni yo dejaremos de ser pianistas, aunque no toquemos nunca en un escenario. Tuve un gran pesar al renunciar al Concurso Interdepartamental de Piano. Pude ganar, pero ahora tengo cosas más importantes en las que pensar.
Sin duda aún estoy afectada por todo lo ocurrido. Cada vez que veo sangre me dan unas náuseas terribles, ni siquiera soporto ver la mía. Recuerdo las torturas de aquel día como si fuera una película monstruosa, no puedo olvidarla. Me he sentido solitaria últimamente, mi hermana ha sido de mucha ayuda, no soporto estar sola. Sin embargo, enterarme de la verdad me ha dado calma.
Los días pasaban de forma acelerada. Teníamos miedo de ir al colegio y regresábamos tan pronto como podíamos. Ni siquiera podía ir al baño sola, le pedía Rocío que me acompañara, o ella me lo pedía a mí. Dejamos de hablar con los demás, reprobé en todos mis exámenes, y no solo yo sino también mis amigos. Hemos perdido interés en la escuela. Casi se podría decir que sentimos apatía por la vida. Así pasaron los días hasta hace dos noches.
Era viernes 8 de octubre. Rodrigo y yo nos reunimos con Rocío y Gabriel para pasar la tarde en casa de mi novio. Nos pusimos a ver una película cómica para no pensar en aquellas torturas, pero ninguno reía. En cuanto llegó mi tía Magui, nos ofreció té con pasteles que había comprado de la confitería. Compartimos la merienda con ella, lucía distraída.
—¿Se sirvieron bien, no quieren más? —preguntó la mamá de Rodrigo.
—No señora, gracias —contestó Gabriel con la boca aún llena.
—Oye, al menos terminá de masticar —Rocío le llamó la atención, Gabriel pareció sonreír un poco.
—Chicos, sus padres y yo hablamos mucho el otro día y tomamos algunas decisiones —dejamos de comer—. Sus padres... nosotros hemos decidido contarles ciertas verdades que les hemos ocultado para protegerlos. Fue un error no decirles la verdad antes, debimos decírselos, pero queríamos evitar que les pase justo lo que les ha pasado —la miramos asustados—. Cuando terminen de comer, iremos a la casa de la Diana; ahí nos esperarán sus papás y hablaremos seriamente —asentimos y procuramos comer rápido para salir.
En el trayecto mantuvimos un silencio sepulcral, creo que estábamos muy nerviosos. Al llegar a casa, mi mamá nos recibió con un rostro de profunda angustia. Cuando entramos, vi a mis hermanos y al primo de Rodrigo, sentados. En otro sillón estaban las mamás de Oscar, Gabriel y Rocío, incluso el abuelo de Rodrigo estaba presente. Mi mamá hizo una seña para que nos sentemos. Nos acomodamos cerca de mis hermanos. Mi hermana me hizo un cariño en la cabeza y sonrió, Edwin parecía muy angustiado. Oscar y Rodrigo se miraron, ambos se hicieron una seña de aprobación con la cabeza, como dándose un mensaje que solo ellos pueden comprender. Me aferré con fuerza a la mano de Rodrigo, nadie se atrevía a hablar. Mi madre fue a la cocina, trajo unos vasos y una botella de soda. Sirvió un poco de refresco y le hizo una seña al abuelo de Rodrigo quien empezó a hablar.
—Hijitos, sabemos que en estos meses se han interesado mucho por su historia familiar y ahora comprendemos las razones —hizo una pausa y prosiguió—. Fue muy sorpresivo para nosotros el enterarnos que nuestras familias están muy relacionadas, más de lo que pensábamos. Realmente no fue coincidencia que sean amigos —decía serio—. Creo que las únicas que les pueden contar todo son sus madres. Ellas les heredaron esta bendición, o maldición; depende como quieran tomarlo.
Nuestras madres se miraron las unas a las otras, como esperando el momento adecuado para hablar. Por unos segundos, el desesperante sonido del segundero del reloj pareció callarse. El ambiente se hizo muy pesado, como de esas casas embrujadas, plagadas de fantasmas. Nuestras madres nos miraron dudosas, asustadas, como forzadas a hacer algo que no deseaban. La mamá de Gabriel sonrió levemente, suspiró y empezó a hablar
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Editado: 22.05.2022