El callejón de los sueños rotos

Capítulo IV

Rosa estaba jugando en el patio cuando sintió llegar a un hombre a caballo. Lo había visto varias veces y siempre le llamaba la atención aquel desconocido. 

Sombrero, botas y ropa gastada, ojos tristes y piel curtida por el sol. Se llamaba Antonio y cada vez que pasaba por la casa venía con una estela de nostalgia a sus espaldas. Nunca la miraba de frente ni la saludaba, pero en una ocasión Rosa sintió su vista en ella y al voltearse el guajiro cambió rápidamente la dirección de sus ojos.

La niña observó curiosa como se desmontaba del caballo y caminaba hacia la entrada. Algo en él la traía, en su andar, en sus hombros caídos como si llevara el peso del mundo sobre ellos. No sabía de dónde pero su rostro le era familiar. 

Su abuela se había pasado la noche batallando contra una tos seca y un dolor en el pecho que le subía en cada estertor de su garganta.

Rosa estaba preocupada, nunca había visto a su abuela quejarse ni pasar mucho tiempo acostada. Era una mujer fuerte, estoica y parecía inmortal; por lo menos a los ojos de Rosa, así era.

Julia estaba ordeñando a Marilú, así que Rosa se adelantó para recibir la visita que recién llegaba a la casa.

-Hola.

Le dijo a Antonio que esperaba en el portal a que alguien apareciera. Cuando vio a la niña, cambió la vista e hizo como si no la escuchara.

-Mi tía no está y abuela Esther está durmiendo.

El guajiro miraba hacia arriba con el sombrero entre las manos. No podía mirar a los ojos de la chiquilla. 

-¿Quiere pasar? ¿Quiere agua?

En ese instante, Julia se aproximaba con la leche y al ver a Antonio en el umbral de la casa apuró el paso. 

-Antonio, pensé que iba a pasar más tarde. Venga.

Los dos pasaron por el costado de Rosa como si fuera transparente, un ente invisible y etéreo. La niña se encogió de hombros y siguió su juego. Extrañaba sus mañanas junto a Esther donde juntas revisaban los animales y la abuela le explicaba para que servía cada planta del monte.

-La manzanilla es buena para el estómago Rosa, si te das un atracón o te duele la tripa, un cocimiento de manzanilla lo resuelve. Si estás alterada o nerviosa, te puedes tomar un tilo y el romerillo con miel y limón te quita el catarro y el dolor de garganta. La tierra es sabia Rosa, y ella nos da todo lo necesario para la vida. La sábila que está en la parte de atrás de la casa es una planta mágica, sirve para muchas cosas desde la piel y hasta para las enfermedades de adentro del cuerpo que no se ven a simple vista y la caña mexicana es lo mejor para curar los riñones.

-¿Qué son los riñones abuela?

-Hay Rosa esas cosas son complicadas, pero son una parte del cuerpo que nos ayudan a hacer pipi.

La niña asentía y anotaba en su mente las palabras de la abuela. Añoraba el lento andar de la vieja que contrastaba con sus pasos acelerados y su manera de hablarle como si fuera grande. Era la única persona que hablaba con Rosa, solo ella la abrazaba y le trenzaba el pelo.

En el interior de la casa, Julia coló café para Antonio y el guajiro estaba impaciente por la conversación que se avecinaba. No se imaginaba que podría querer Esther con él que no hubiese podido decirle Julia.

-Venga Antonio, ya mi mamá está despierta.

Aquella casa era un lugar difícil para él. No había podido volver a entrar en el comedor, donde estaba la mesa que había sido la última en sentir con vida a Asunción. 

Allí en la entrada, la había visto por primera vez, descalza y con un pantalón arremangado, la cara llena de tierra colorada y el pelo negro desordenado cayendo libre por la espalda. Asunción tenía 15 años y ya sabía lo que quería. Él se quedó de piedra cuando ella le dijo que se casarían, y salió huyendo de allí como alma que lleva el diablo. Pero nunca pudo quitarse de la mente la imagen de aquella niña despeinada con una sonrisa de oreja a oreja. A los quince días del encuentro volvió a la finca y así hizo cada fin de semana por todo un año hasta que se atrevió a pedir la mano de Asunción.

-Ya era hora mijo.

Fueron las palabras del futuro suegro ante aquel muchacho nervioso que estrujaba el sombrero con manos sudorosas.

A partir de ese momento, Asunción y él se volvieron inseparables. Cada surco y casa de secado eran un lugar perfecto para descubrirse y explorar los rincones más escondidos de sus cuerpos.

En esa misma casa juraron ante Dios estar juntos toda la vida. Pero Asunción lo había abandonado rompiendo una promesa eterna.  

-Hola Esther ¿Cómo está?

-No tan bien como otras veces Antonio, pero peleando.

-Me dijo Julia que quería verme.

-Sí mijo, siéntate.

Antonio se acomodó en una comadrita que tenía la vieja en la habitación.

-A ver Antonio, lo mandé a llamar porque esta conversación se ha demorado demasiado tiempo. Seis años para ser más exacta.

Antonio se arrimó al borde de la butaca como preparándose para levantarse en cualquier momento.

-Yo no estoy bien de salud mijo y presiento que no me queda mucho. La niña..

-Esther discúlpeme, pero si es de eso de lo que usted quiere hablar, está perdiendo el tiempo.

Esther suspiró y con las pocas fuerzas que le quedaban se incorporó en la cama.

-Asunción te quería mucho Antonio, eras todo para ella. Fuiste muy buen marido y padre, mi hija hubiese querido….

-Usted no sabe lo que su hija hubiese querido, eso nadie lo puede saber porque ella no está. Pero si le puedo decir que no quería esa barriga y se pasó los nueve meses forzando su cuerpo para ver si la libraba de esa carga. 

El guajiro bajó la cabeza para disimular las lágrimas en sus ojos. No le gustaba hablar de Asunción porque un dolor le cegaba la vista y le entumía los huesos.

-Bueno mijo pero por algo la vida quiso que la niña naciera ¿no crees? Aquí cada cual viene con un propósito.

-Hum, el único propósito con el que nació ella fue para jodernos la vida Esther.




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