El calor de tus alas.

"Las cosas que pasan fuera de la vista del ángel (Parte 2)"


Desperté temprano esa noche, estaba demasiado emocionada como para aplazar las cosas. Alisté mi ropa, pulí mis astas y preparé mi armamento. Hoy sería la noche, nuestra noche.

Salí de la casa; el suelo estaba obscuro a lo igual que el cielo. Vi a lo lejos la señal, extendí las alas y sin esfuerzo llegué donde mis compañeros me esperaban. También estaban emocionados. Sus aullidos me lo confirmaban, el ondear de sus colas e incluso el choque entre sus cuernos.

─¿Están listos? ─pregunté. Todos clamaron una afirmación.

─¿Estás segura de que somos suficientes? ─preguntó un compañero. Le di una patada en el pecho y cayó.

─Esos bastardos venidos del cielo no se lo esperan. Los vamos a tomar desprevenidos, no sabrán qué los mató. ─reí.

Mis pocos seguidores serían suficientes como para deshacernos de esos estúpidos ángeles, llenaríamos la zona con tanta impureza que los humanos no tendrán de otra más que matarse entre ellos. ¿Eso es lo que quiere ÉL? ¿Sí? así es, así es... así será.

Éramos una hermosa nube negra en el cielo, la luna nos sonreía y brillaba por la mitad, «¡oh! Mi Señor, ¿Cómo puede perderse este maravilloso espectáculo?», todos estábamos listos al divisar a los ángeles. Teníamos el factor sorpresa y varias trampas, eso era suficiente aunque ellos nos ganaban en número.
Pegué un grito, avisando nuestra llegada. Esto sería hermoso, la carnicería comenzaría y la sangre, oh, la deliciosa sangre de ángel recorrería mis astas...

Eso pensé. Y eso esperaba.

Estaba confiada, sabía que triunfaríamos, pero todos era unos inútiles. Nadie se escapó de esas atroces espadas plateadas cuyos conjuros se mostraban en letras blancas.
Uno a uno, los asesinaron, les cortaron los cuernos y mutilaron sus cuerpos. Huí junto con algunos colegas; uno tras otro, cayeron, excepto yo. Estaba segura de que saldría viva de ahí, así solo tuviese un ala en servicio y media cornamenta en pie. ¡Oh! qué desgracia la mía cuando un proyectil me golpeó el lado derecho de mi cara. Caí de rodillas, y aunque mi sangre hizo su camino hasta mis hombros, me puse de pie y traté de seguir caminando; intenté chasquear los dedos para irme, pero estaba muy débil. Mis piernas ya no querían dar un paso más, y mis pulmones se negaban a respirar.

─No... Voy a morir aquí... ─Mi pierna flaqueó y caí al suelo de rodillas. Sentí una presencia acercarse.

─No debieron venir aquí. ─El ángel de las alas fuego que estaba frente a mí era Azael. Mi favorito, me encantaría tener su piel en mi pared, lo odio, lo odio tanto.

─Hermoso, te extrañé ─Quise levantarme, pero alguien me tomó del cuello por detrás. Eran dos grandes manos que a veces sostenían con fuerza una espada, pero ahora me sostenía a mí.

─¿Tú fuiste la causante de todo esto? ─Se oía furioso.

─¡Oh! querido Ixba, apriétame más fuerte... tus manos... tu odio... ─reí─. Amo la asquerosa respiración pesada que sostienes ¿Estás cansado? ¿Mis amiguitos te lastimaron? ─Sentí las manos ceñirse a mi cuello con más fuerza, comencé a toser, me estaba quedando sin aire.

─Tu... gran engendro... ─Sentí un terrible dolor en mi ojo derecho. Algo se clavaba en él, deje de ver la luna que sonreía y se reía de lo que me pasaba. La daga de Ixba se aferró a mi ojo y lo desprendió de la córnea con tanta facilidad como un cuchillo a la mantequilla.

Grité, grité tan fuerte como pude, pero no se detuvo hasta que mi ojo estaba en el suelo.

Malditos... arh... bastardos, no les habíamos hecho nada aún ¿Por qué nos castigan? No dejaron que actuáramos ¡Que injusto! Solo queríamos unos humanos. Ya están sobre-poblados. No íbamos a derramar su sangre. Vivos sirven mejor, vivos son más útiles, así lo quiere ÉL ¿Sí? así es, así es... así será.

─¡Cállate ya! ─Me empujó al piso y caí en mi propio charco de sangre.

─Ixba ─Azael lo interrumpió─. Eso no era necesario.

─Que se lo quede, tengo otro en función. ─Parpadeé y eso provocó que varias gotas carmesí cayeran del hueco que tenía en la cara.

─¿No escuchaste lo que dijo?

─Tan claro como tú, pero es mejor mandar una advertencia a solo mutilarla.

─Mejor córtenme la cabeza y cuélguenla en un asta bandera como triunfo.

─No suena mal.

─¡Ixba! ─Los oí suspirar.

─Tú eres el experto, hazlo tú. ─Me acostaron boca abajo, lejos del charco rojo, luego me cortaron la pechera de mi armadura por detrás.

─Creí que el ángel del amor no era lujurioso. ─Ahora una enorme y cálida mano tocó mi espalda.




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