El capricho del principe (libro 1)

Capitulo 15

Young Mi miró la rosa colocada cuidadosamente sobre la mesa del comedor, la noche del fanmeeting, estuvo a punto de tirarla a la basura. Pero era tan bonita que al final decidió conservarla hasta que marchitara por obra de la naturaleza. Después de todo, la pobre planta no tenía la culpa de que el principito le cayera mal… o bueno, solo un poco mal.

El hecho de que la disculpara por su estupidez y que no la hubiera intentado humillar en el proceso había aumentado su simpatía por él. Aunque siguiera pareciéndole un patán coqueto, no aparentaba ser alguien que buscara desesperadamente sentirse superior a los demás, al contrario parecía ser alguien que buscaba pasar desapercibido y sin molestar a nadie. Cosa que le parecía extraña considerando su procedencia, en Mokpo, la mayoría de chicas se dedicaban a humillarla por el simple hecho de ser pobre ¿Por qué no lo haría un príncipe?

Sabía que estaba siendo prejuiciosa al pensar de esa forma, pero habían sido demasiados desplantes durante su corta vida que no estaba dispuesta a soportar uno más. La imagen de aquella mujer lanzándoles agua caliente a ella y a su madre mientras rebuscaban en la basura botellas para cambiarlas y comprar algo de comer, la del panadero echándola del local por mirar demasiado a los compradores o el niño que derramó lodo sobre la pequeña taza de arroz que había logrado conseguir durante una dura jornada aún rondaban en su mente.

A veces el hambre parecía volver a corroer su estómago con fuerza, en esos momentos tenía que cerrar los ojos y repetirse a sí misma muchas veces que ya no estaba en Mokpo, que vivía en Seúl, que estaba haciéndose famosa, que ganaría dinero, seria independiente y que su familia jamás pasaría necesidades nuevamente. Solo de esa forma, lograba disipar la ansiedad antes de que se la comiera viva y sumiera en un profundo ataque de pánico.

Solo el sonido de la puerta abriéndose pudo sacarla de sus lúgubres recuerdos, encontrándose con Haneul que le dedico una sonrisa de felicidad — Unnie ¿vienes? Young Woon nos tiene una sorpresa adentro, solo faltas tú — asintió levantándose de la silla, siguiendo a su compañera con un paso pausado y perezoso. Normalmente era una chica muy enérgica, pero el cansancio de tanto trabajo estaba empezando a pasarle factura.

Casi llora al tener que subir las escaleras hasta la oficina de su jefe, pero por la mirada de su menor, no tuvo más opción que encaminarse hacia arriba, a lo más alto de aquel edificio casi monocromático en su totalidad. No entendía el gusto de Young Woon por el blanco y el negro, más cuando se supone que ese edificio estaba nombrado en honor a su único hijo que al contrario de esos tonos, era todo color.

Ella pensaba que vivir la vida con tonos monocromáticos era aburrido, debía agregarle color a las cosas, pero sin perder los objetivos. La diversión debía ir a la par de la responsabilidad, dejando un margen de error muy pequeño, porque si, por más que le fastidiara los errores en la vida eran inevitables, solo le quedaba reducirlos lo más posible.

Con pereza abrió la puerta, viendo a sus compañeras junto a sus padres. Sintiendo una chispa de felicidad que no tardo en extinguirse al no ver a los suyos por ninguna parte, en cambio, vio a Young Woon sentado en su escritorio el cual que no tardo en dirigirse a ella con un sonrisa que denotaba leve tristeza — Lamento no poder traer a tus padres desde Mokpo, Young Mi. Mi hijo lo intento por todos los medios — dijo en voz baja, acercándose a ella y detallando su expresión de decepción. Young Mi hizo una mueca intentando sonreír para no despreciar su esfuerzo ni el de Dae Hyun. Tampoco quería arruinarles el momento de felicidad a las demás chicas que le dedicaban de reojo, junto a sus respectivas familias, miradas de lastima.

— ¡Pero eso no significa que no puedas hablar con ellos! Ven querida, siéntate. — anunció Young Woon acercándose a su escritorio nuevamente, palmeando el asiento. Hizo caso, acercándose y sonriendo al ver a sus padres a través de la pantalla del ordenador

— ¡Omma! ¡Appa! — chilló emocionada, haciendo reír con ternura a todos en la estancia. No sabía cómo estaban conectados, puesto que en su casa no había más que un viejo teléfono por el que hablaban en contadas ocasiones.

— ¡Pero mira que grande estas! ¿En qué momento cambiaste tanto, hija? — exclamó su madre, sosteniendo un pañuelo contra su rostro demacrado. Su madre no era tan vieja, de hecho aunque solo tenía treinta y seis años, en realidad parecía una mujer de cuarenta y seis. Estaba segura que si no hubiera vivido tanto en tan poco tiempo, fuera una mujer radiante.

Su padre tampoco gozaba de muy buena imagen, solo tenía un año más que su madre e incluso ya poseía arrugas que Young Woon a sus cincuenta y tres años no tenía. A veces se sentía mal por haber salido de su casa de esa forma para irse a Seúl, dejándolos por su propia cuenta. ¿Pero había otra opción? La vida no todo el tiempo era justa, o se iba o quedaría atrapada por siempre en ese espiral interminable de pobreza.

— No te pongas a llorar ahora Mi Ran, se supone que debemos esta felices por nuestra niña — reprendió su padre a su esposa con aquella suavidad característica de su persona, enfocándose con cierta dificultad en ella —. ¡Te hemos visto en televisión, hija! Siempre te ves espectacular, aunque claramente tus amigas no se quedan atrás, todas hacen un equipo increíble.




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